Las democracias liberales se caracterizan por el reconocimiento universal de los individuos como ciudadanos. Son fruto de la afirmación de la dignidad de todos y cada uno de ellos. En los últimos años, sin embargo, han aumentado las exigencias para que haya formas de reconocimiento más restringidas basadas en cuestiones identitarias como la nación, la raza, el género o la ideología que están teniendo consecuencias funestas en nuestra vida política.
En realidad, aunque cuestiones tales como el desencanto económico o la marginación laboral influyan, el populismo nacionalista surge de la demanda de reconocimiento y, por lo tanto, no puede esperarse que desaparezca cuando la economía mejore o disminuya el desempleo. La reivindicación identitaria, que muchas personas sienten que las democracias liberales no atienden adecuadamente, no es algo que podamos ignorar. Podemos utilizar la identidad para dividir, pero también para integrar, como se ha hecho en el pasado, y ése será, al final, el remedio contra la política populista de nuestros días.