Gregorio Luri comenzó a desarrollar las intuiciones que inspiraron este libro en el silencio de la hospedería del monasterio trapense de Santa María de las Escalonias, durante uno de sus retiros. Allí escribió: «Ser hombre es tener la capacidad de fijarse límites» y, por lo tanto, de orientarse y errar. El errático es el que da la espalda a los límites y anda extraviado.
Esta reflexión responde a la apreciación de un tiempo desorientado, pesimista e incierto. Son numerosísimos los índices que apuntan a una insatisfacción del hombre con su humanidad, con términos como «antropocansancio», «ecoansiedad» o «progresofobia». El hombre contemporáneo parece afectado por una especie de complejo de Prometeo, un sentimiento colectivo de perder el mundo en el que proliferan las filosofías del limitarismo. Quien se encuentre con ciertos títulos de libros modernos tendrá problemas para saber si son ontologías del presente o, simple y llanamente, libros de terror.
En este contexto de interrogación existencial colectiva, Luri ofrece su propia antropología filosófica: el hombre es un ser que vive en un entrambos, entre dos naturalezas. Su naturaleza es de lo más extraña, pues en ella está el impulso de modificarla. Por ello, dice el pensador, el hombre es siempre, constitutivamente, transhumano. La suya es una tercera naturaleza, una naturaleza que habita los límites y juega con ellos.
Los límites de lo humano son inestables; su variación, la historia del hombre. La pregunta constitutiva de lo humano es «¿Y por qué no?». Una pregunta tan radicalizada en nuestros días que cabe cuestionarse si no estaremos a las puertas del fin de la naturaleza tal como la hemos venido entendiendo.