«-Alabado sea Jesucristo -dijo el canónigo, frente al portón, tras golpear con fuerza un par de veces con la palma de la mano.
-Alabado sea siempre -replicó una voz al otro lado de la puerta, en tono triste y lloroso.
-¿Es usted, padre Gioacchino?
-Mease Galileo, que Dios lo bendiga -saludó el clérigo, dejándose ver del otro lado del portón, con el rostro bañado en lágrimas-. ¿Quién viene con usted?
-Monseñor Niccoló Cini de la Iglesia Metropolitana, padre. ¿Qué sucede?
-Una desgracia, mease. Una hermana nuestra, la hermana Agnese de Peretola.
-¿Sor Agnese? Oh, Padre Nuestro... -se lamentó Galileo-. ¿Pero cómo sucedió?
-Ocurrió anuche, mease Galileo. Entre maitines y laudes, mientras todos dormían».