Después de casi tres décadas documentándome sobre Francesc Cambó y publicando libros
y numerosos artículos sobre el político, he llegado a dos conclusiones. La primera
es que se trata de un personaje excepcional y fascinante; poliédrico, polémico y contradictorio
como pocos. No creo que en su época hubiera ningún otro político catalán o español
que cultivara tantas y tan destacadas facetas: político, ensayista, mecenas, hombre
de negocios internacional, millonario,bon vivant... La segunda conclusión, derivada de la primera, es que, aunque se ha hablado y
escrito largamente sobre su persona, sigue predominando la imagen que él mismo quiso
dar en susMemoriasy que aparece en las biografías semioficiales que han escrito algunos historiadores.
Hay muchos aspectos de su vida que aún no se han tratado y la visión global de su
itinerario político aún no se ha rectificado. Quedan muchos tópicos y simplificaciones
que superar y silencios que llenar.
En susMemoriashay olvidos sorprendentes, datos incompletos e incluso falsedades que no podemos aceptar,
como se ha hecho con demasiada frecuencia, sin una crítica rigurosa. SusMemoriastienen una relevancia evidente, pero pecan de autojustificación, como la mayoría de
los escritos autobiográficos. Están demasiado amoldadas a la conveniencia política
del momento en que las escribió, los años 1944-1947, y muy influenciadas por la guerra
civil. En ellas se atribuye actitudes e incluso ideas que no coinciden con lo que
dijo y escribió en el momento de los hechos. Hemos encontrado textos inéditos de su
puño y letra que contradicen lo que luego escribió en susMemorias.Tanto él como sus biógrafos nos han ocultado algunos episodios de su trayectoria política
y muchos de su vida privada. A modo de ejemplo, en lasMemoriasno se menciona ni una sola vez a Josep Pla, que en 1928 recibió el encargo de Cambó
de escribir su biografía en tres volúmenes, y que luego trabajó durante casi diez
años para él y para la Lliga como corresponsal deLa Veu de Catalunyaen Madrid y en el exilio. Tampoco cita en ningún momento a su esposa, Mercè Mallol,
ni a su hija Helena, aunque habla a menudo de aspectos de su vida privada.
En cuanto a las biografías de Cambó, la más documentada y amplia es la de Jesús Pabón,
publicada hace más de sesenta años. Pero los hechos narrados en el libro concluyen
en 1936, por lo que no se analiza ni la guerra civil ni la posguerra. Además, obvia
las muchas novedades historiográficas aparecidas desde entonces y acusa dos condicionantes
notables: el hecho de ser un encargo de la familia y, por lo tanto, deber una cierta
pleitesía; y el hecho de no ser una auténtica biografía, como el propio Pabón reconoce
en su correspondencia privada. La mayor parte de las biografías posteriores apenas
aportan nada nuevo; se limitan a comentar cuanto dice Cambó en susMemoriaso a copiar sin cuartel el escrito de Pabón. La autoimagen de Cambó en los años de
posguerra, seguida por casi todos los biógrafos, es parcial y engañosa. Oculta algunos
episodios, deforma otros y nos engaña. Al conocer el final de los procesos políticos,
intenta dar coherencia y justificación a su actuación, como si él nunca hubiera vacilado
ni hubiera cometido errores.
El texto que el lector tiene en sus manos aspira a ser una biografía completa y seria.
He querido incluir en él todas las facetas de la compleja vida de Cambó sin ocultar
ningún episodio ni cuestión, por delicado que sea. Evidentemente, he intentado ser
riguroso y aportar informaciones nuevas o poco conocidas, todas ellas bien documentadas,
a pesar de que contradigan lo que se ha dicho hasta ahora.
Esta obra también es una reacción o un contrapunto a la autorrepresentación, a la
imagen que Cambó dejó en susMemoriasyMeditacionsy, sobre todo, a las limitaciones y la falta de espíritu crítico de muchas de las
biografías. Es un contrapunto erigido a partir de la documentación hallada en diferentes
archivos públicos y privados de Europa y América. También se ha indagado en las opiniones
de sus contemporáneos y se han encontrado escritos poco conocidos del propio Cambó.
Algunos de esos textos reflejan el carácter íntimo de su correspondencia privada con
amigos y compañeros, así que hacen gala de una viveza, una sinceridad y una credibilidad
muy superiores a las versiones reconstruidasa posteriori.
Estoy convencido de que, dada su alta capacidad comunicativa, la biografía es un camino
útil para acercarse a los personajes históricos destacados y conocer mejor su tiempo.
Es interesante descubrir la personalidad real de los grandes protagonistas de la historia,
pues a partir del individuo se puede reconstruir y comprender mejor su mundo. La biografía
es una buena vía para saber cómo funcionan las relaciones políticas y entender las
sociedades. Si un individuo es representante y adalid de los valores e intereses de
un grupo social y un colectivo nacional, sus hechos nos ilustran sobre la situación
y los problemas de dicho grupo y colectivo.
En el caso de Cambó, el punto de partida es muy claro: la política fue su dedicación
principal, hasta el punto de convertirse en una auténtica pasión. Y a la acción política
lo subordinó todo: los escritos, las actividades de mecenazgo, los negocios y hasta
su vida privada. Por lo tanto, repasamos sus actividades, proyectos y ambiciones,
con especial hincapié en las contradicciones y en el significado de su notorio tacticismo;
es decir, sus frecuentes zigzagueos. Valoramos la relevancia de sus escritos políticos
y económicos, que tuvieron una gran influencia y mucho impacto en su tiempo. No cabe
duda de que fue el político español más moderno y mejor informado de la época, ya
que se rodeó de un buen equipo de asesores y colaboradores en su Servicio de Estudios
Políticos y Económicos.
También tratamos las múltiples facetas de este personaje tan singular: fue el gran
mecenas de la alta cultura catalana, quien llevó adelante los proyectos más ambiciosos
y quien, en poco más de diez años, construyó una excepcional colección de cuadros
que generosamente donó a los museos de Barcelona y Madrid. Poco se sabe del origen
de su fortuna, amasada al presidir una de las empresas más grandes y corruptas de
Latinoamérica. Como presidente de la CHADE, una de las compañías eléctricas más importantes
del mundo y la mayor inversión española en el extranjero durante la primera mitad
del siglo xx, Cambó pudo no solo enriquecerse, sino también entablar vínculos con destacados políticos
y hombres de negocios de Europa y América. Ningún político español de su época tuvo
una proyección internacional tan destacada dentro del mundo financiero y empresarial.
Por otra parte, su condición de millonario le permitió vivir muy bien, disponer de
residencias muy confortables y espléndidamente decoradas y satisfacer otra de sus
grandes pasiones: viajar y conocer todo tipo de países y culturas. Sus excepcionales
cruceros por el Mediterráneo en el yateCatalòniason ya pura leyenda. Francesc Cambó supo disfrutar de la vida como muy pocos hombres
de su tiempo. Y, por supuesto, hablamos también de su vida privada, que en algunos
aspectos infringió las normas sociales que regían la moral burguesa y católica de
los círculos por los que se movía. Un estudio biográfico riguroso no debe separar
lo público de lo privado, como si una cosa no estuviera intrínsecamente ligada a la
otra.
Este libro está estructurado de la siguiente forma. Los siete primeros capítulos siguen
cronológicamente la vida política de Cambó. En cambio, los tres últimos abordan su
figura más allá de la política: el hombre de negocios con proyectos y relaciones internacionales,
el intelectual enamorado de los autores y de la cultura clásica, el coleccionista
de pintura, el mecenas que quiso dar prestigio a la cultura de su país, elbon vivantque se rodeó de gente influyente y de bellas damas. En resumen, las otras pasiones
de Francesc Cambó, como se suele decir. Sin estas pinceladas, su biografía quedaría
coja y no se entendería su compleja personalidad, poliédrica y contradictoria. Tratando
estos temas por separado, logramos profundizar mucho más en el carácter de Cambó y
ofrecer una visión más unitaria y global.
Estoy en deuda con muchos amigos y compañeros que durante tres décadas me han ayudado
facilitando documentación, dándome pistas, aconsejándome y haciendo sugerencias. Son
muchísimos y, por desgracia, algunos de ellos ya han fallecido. Siguiendo una especie
de orden cronológico, quisiera recordar y agradecer la ayuda de Manuel Jorba, Arnau
González Vilalta, Manuel Llanas, Jordi Maluquer de Motes, Carles Sudrià, Francesc
Vilanova, Josep Massot, Hilari Raguer, Laura Rossi de Basté, Rafael Alcalde, Alicia
Alted, Joan B. Culla, Enric Ucelay Da Cal, Josep Fontana, Maria Josepa Gallofré, Josep
M. Huertas, Paul Preston, Antoni Castells, Joan Lloch, Jacint Ros Hombravella, Alfons
Almendros, Josep Varela, Glòria Soler, Dolors Genovés, Inés Vandellós, Immaculada
Socias, Lluís Permanyer y Jordi Nadal. Tampoco puedo olvidarme de mis amigos y colegas
argentinos Luis Osvaldo Cortese, Claudio Bellini, Gabriela Dalla Corte, Hilda Sábato,
Luis Alberto Romero, Luciano de Privitellio, Raanan Rein, Josep M. y Antoni Casabó
Suqué y Francesc Bausili.
Por último, quiero expresar mi especial agradecimiento a Carlota Torrents y Pilar
Beltran por su gran ayuda a la hora de leer el texto original de este libro y hacerme
sugerencias, a cual más sensata. Su ayuda ha sido francamente inestimable.
Y, como es mi obligación, hago constar que la responsabilidad por todo lo aparecido
en esta obra es solo mía, y no de quienes han aportado gentilmente documentación o
han hecho comentarios amables al original.
Capítulo 1
la forja de un político nuevo
El catalanismo en tiempos de Cambó
Francesc Cambó se inició en la vida política en la última década del siglo xix, en el momento en que confluyeron la gran crisis española motivada por el desastre
colonial de 1898 y la maduración y expansión del catalanismo político. Fueron años
de erosión y desprestigio del régimen político de la Restauración creado en 1875,
y también del inicio de la crisis de los dos grandes partidos monárquicos españoles,
que se vieron privados de sus principales líderes, Cánovas y Sagasta. Aquel sistema
político era cada vez más criticado en Cataluña, incluso por los sectores acomodados
y empresariales, debido a su ineficacia administrativa, al amiguismo y la corrupción
que imperaban y a la acusada centralización administrativa.
Fue decisiva la aparición de una nueva generación de jóvenes catalanistas, intelectualmente
bien preparados, puesto que la mayoría eran universitarios —abogados, médicos, arquitectos,
ingenieros, etc.—, para que se produjera un cambio político. Se trataba, sin duda,
de una selecta minoría, ya que entonces tan solo el 0,5 % de los jóvenes nacidos cada
año acudían a la universidad. No obstante, esta minoría supo aprovechar la oportunidad
política de la crisis española para convertir la causa catalanista de aspiración idealista
y minoritaria en un movimiento relevante, socialmente extendido y con capacidad de
conseguir éxitos electorales y políticos.
El historiador Jaume Vicens Vives sostenía que el catalanismo de entonces era sobre
todo «la culminación de un estado de ánimo», el resultado de una insatisfacción y
de la reacción contra una situación que se consideraba políticamente inaceptable.
Sin embargo, era también fruto de la convicción, sin duda bastante optimista, que
tenían algunos de que si los catalanes pudieran gobernarse a sí mismos lo harían mejor
que los políticos y funcionarios españoles. Los jóvenes catalanistas de la generación
de Francesc Cambó consideraban que el estado español en su conjunto estaba estructurado
de forma arcaica, era poco moderno y precario y se gestionaba de forma ineficaz y
con un descarado predominio de la corrupción.
Dentro del movimiento catalanista se observan diferencias notables respecto a la táctica
política que se debía seguir y a los objetivos finales. No obstante, había un consenso
muy amplio en considerar que todavía eran una minoría dentro de Cataluña y que la
prioridad era la de ampliar su influencia social y cultural. Había que empezar por
convencer a los catalanes de lo que eran y de que tenían derecho a gobernarse, es
decir, en primer lugar era necesario «nacionalizar» el país. Para ello era fundamental
la propaganda escrita y oral, así como el activismo cultural y político. Ante todo
había que ganar adeptos. Las principales divergencias entre los catalanistas consistían
en cuándo y cómo dar el salto a la acción política directa; en cuándo y cómo había
que pasar de hacer tan solo propaganda y de denunciar las políticas anticatalanas
del gobierno de Madrid, es decir, de la simple denuncia defensiva, a la acción política
más ofensiva divulgando su proyecto alternativo y concretando las principales reivindicaciones.
Así pues, a principios de la década de 1890, algunos sectores del catalanismo se percataron
de que no bastaba con criticar y denunciar los males del centralismo y de la españolización
forzosa ni con hacer victimismo. Para cambiar realmente las cosas había que hacer
política y actuar con objetivos claros. Y puesto que no eran revolucionarios, ya que
no estaban dispuestos a utilizar métodos violentos, la única táctica posible era conseguir
influencia social, gozar de mayor peso en el país y controlar algunos espacios de
poder, aunque fueran pequeños, desde las entidades culturales y económicas hasta los
ayuntamientos. El objetivo fundamental era evidente: el catalanismo tenía que ser
un movimiento fuerte e influyente, porque solo así se escucharía en Madrid. Solo si
eran políticamente fuertes y representaban a una buena parte de los catalanes, podrían
negociar con el gobierno español y conseguir la deseada autonomía.
Debemos situar al primer Francesc Cambó precisamente en esta coyuntura. Fue un estudiante
universitario inquieto, que a mediados de la década de 1890 empezó a actuar en el
Centro Escolar Catalanista de Barcelona. Un joven que con menos de veinte años ya
escribía artículos en la prensa catalanista y daba los primeros mítines. Este aprendizaje
como activista sería decisivo porque le proporcionaría seguridad y, tras la crisis
de 1898, le permitiría gozar de cierto protagonismo político. En primer lugar, cuando
se convirtió en el concejal más joven del Ayuntamiento de Barcelona ya en 1901. Y
tres años después, cuando provocó la crisis política interna que transformó su partido,
la Lliga Regionalista, en una opción «conservadora y de orden», como él mismo deseaba
y proclamaba. No obstante, la gran relevancia de Cambó se producirá a partir del año
1907, cuando irrumpa en la vida política española como diputado y uno de los máximos
dirigentes de Solidaritat Catalana.
De Verges y Besalú a Barcelona
Francesc Cambó i Batlle formaba parte de la generación catalana finisecular, denominada
después la del año 1901, constituida básicamente por los nacidos entre 1866 y 1880.
Se trata de una quinta integrada por políticos e intelectuales catalanistas tan destacados
como Ildefons Sunyol —nacido en 1866—; Manuel Folguera y Duran, Josep Puig i Cadafalch
y Jaume Carner —nacidos en 1867—; Pompeu Fabra —en 1868—; Enric Prat de la Riba, Pere
Muntañola y Lluís Duran i Ventosa —nacidos en 1870—; Jaume Maspons i Camarasa y Rafael
Patxot —en 1872—; Francesc Cambó —en 1876—; Jaume Serra Húnter —en 1878—, y Joan Ventosa
i Calvell, Josep Pijoan y August Pi i Sunyer —en 1879.
Algunos de ellos —Puig, Carner, Prat, Maspons, Patxot o Cambó, entre los más jóvenes,
y Josep Pella i Forgas o Narcís Verdaguer, entre los mayores— no eran de Barcelona,
sino que habían nacido en pequeñas poblaciones alejadas de la capital catalana. Eran
hijos de propietarios rurales o de comerciantes, que habían ido a Barcelona a estudiar
en la universidad y que finalmente decidieron quedarse a vivir en la ciudad condal.
Por esta razón, en la ideología del primer Cambó hay muchos elementos del conservadurismo
tradicional y católico propio de la zona de Besalú y la Garrocha, junto con muestras
del ideario más abierto y liberal de una villa ampurdanesa como Verges.
Cambó será, pues, un joven activista nacido en la Cataluña rural, que se politizará
en el mundo urbano. En Barcelona entrará en contacto con una sociedad muy diferente
de la del Ampurdán y de la Garrocha. Allí conocerá el mundo y los problemas de la
gran y mediana industria, del comercio, de los profesionales liberales y también de
los obreros, y se dará cuenta de la importancia política de los intereses económicos
para la causa catalanista. Comprenderá que aunque Cataluña era el motor económico
de España, estaba notablemente desprotegida porque carecía de influencia en la política
española. Se dará cuenta de la relevancia del hecho diferencial de carácter económico,
sobre todo del industrial, junto con lo que significaba también la defensa de la legislación
propia, de la lengua y de la cultura catalanas.
Los jóvenes catalanistas de la generación de Cambó no tardaron en ser conscientes
de que formaban parte de una generación llamada a abrir nuevos espacios en la vida
catalana, algo que provocaría un importante cambio político. Serán los primeros en
organizar, entre los años 1895 y 1897, el asalto al control de las principales corporaciones
culturales y profesionales de Barcelona. Este activismo ciudadano, bastante hábil
y exitoso, se convertirá en el prólogo de la actuación política intervencionista posterior
al desastre español de 1898. Ellos serán los principales promotores de la gran movilización
ciudadana barcelonesa de 1899 (el Cierre de Cajas) y los más fervientes defensores
de la opción de intervenir directamente en la vida política. Pero sobre todo, serán
los principales organizadores de la gran victoria electoral de la candidatura de los
«cuatro presidentes» en la ciudad de Barcelona en las elecciones generales de abril
de 1901. Este triunfo derivaría en la creación de una formación política que revolucionó
el mundo del catalanismo: la Lliga Regionalista.
En un inicio, el destino de Francesc d’Assís Cambó i Batlle no iba por aquellos derroteros.
Él no tenía que ser uno de esos jóvenes de la Cataluña rural que después de estudiar
en la universidad se quedaban en Barcelona para dedicarse al ejercicio profesional
y a hacer política. No, sus padres querían que se dedicase a gestionar el patrimonio
familiar de Besalú y de Verges y que, como mucho, ejerciera también de farmacéutico
en Gerona o de notario en Besalú. Había nacido el 2 de septiembre de 1876 en la villa
ampurdanesa de Verges, el pueblo de su madre, Josepa Batlle i Segur (1845-1926), pese
a que los Cambó eran propietarios acomodados de Besalú, en la Garrocha. Su bisabuelo
paterno, Francesc Cambó i Puig, era un conocido hacendado que había militado en el
carlismo, y uno de sus hijos, Miquel Cambó de Gayolà, llegó incluso a oficial y estuvo
a las órdenes del general Savalls en una partida que actuó por la Garrocha en la tercera
guerra (1872-1875). La ideología tradicionalista estaba tan arraigada en aquella familia
que su abuelo, Ramón Cambó de Gayolà (1816-1878), que era el primogénito, fue desheredado
por tener ideas de sesgo liberal y por casarse con Modesta de Traver i de Ros, considerada
de condición social inferior. Aun así, su padre, Miquel Cambó i de Traver (1843-1903),
pudo prosperar y convertirse en un hombre relativamente rico, puesto que además de
ser propietario de tierras y casas en Besalú, también ejercía de comerciante y consiguió
el arrendamiento del monopolio de la sal del distrito judicial de Olot. Miquel Cambó
era un hombre de ideas conservadoras, aunque no afín al carlismo, y en Besalú se le
consideraba el representante del «canovismo» —del partido conservador de Cánovas del
Castillo—, dado que era un buen amigo del político y empresario Pere Bosch i Labrús.
Por otro lado, los Batlle, la familia de su madre, si bien residían en Verges, procedían
del Mas Batlle del Puig, cerca de San Feliu de Boada y de Palau Sator, en el Ampurdán.
Francesc Cambó, pese a ser el tercer hijo del matrimonio, pronto se convirtió en el
heredero debido a la muerte de sus dos hermanos mayores, Ramón y Josep, cuando eran
niños. La mortalidad infantil de la familia Cambó fue muy alta: de los ocho hermanos
que eran, solo él, Francesc, llegó a los veinticinco años. Dos hermanos, más pequeños,
Modest y Narcís, murieron muy jóvenes, mientras que ninguna de sus tres hermanas,
Pilar, Dolors y Cristina, llegó a cumplir los veinticinco. Durante su infancia, Francesc
pasó mucho más tiempo en Besalú, en can Cambó, acompañando a su abuela Modesta de
Traver, que en Verges, donde vivían sus padres y hermanos. Finalmente, en el año 1884,
toda la familia se trasladó a la gran casa de Besalú. En aquellos tiempos, ni la electricidad
ni el gas habían llegado a Besalú ni a Verges. Sus primeras lecturas infantiles, desde
Julio Verne hasta lasMemorias de ultratumba, de Chateaubriand, las realizó a la luz de lámparas de aceite, primero, y después,
de quinqués de petróleo. No conoció la electricidad, aquella nueva energía que revolucionaría
el mundo y que tanto le beneficiaría económicamente, hasta el verano de 1888, cuando
visitó por primera vez, a los once años, la ciudad de Barcelona con motivo de la Exposición
Universal.
Francesc cursó una parte del bachillerato en el instituto de Figueras, donde ya dio
muestras de gran afición por las asignaturas de historia, latín, retórica y literatura,
y entabló amistad con un compañero de curso, Pere Rahola i Molinas, de una conocida
familia de Rosas, que también militaría en la Lliga Regionalista y acabaría siendo
concejal, diputado, senador y ministro de Marina (1935). Estudió los dos últimos cursos
de bachillerato en el instituto de Gerona, donde se instaló en un piso pequeño con
su hermano Modest, que iba para seminarista, pero que murió en el año 1899. En Gerona,
para familiarizarse con la profesión que le reservaba su padre, Francesc Cambó compaginó
los estudios de bachillerato con el trabajo de aprendiz en la Droguería Pérez Xifra,
una farmacia propiedad de Josep María Pérez Xifra, en la calle Abeuradors número 2,
donde hoy una placa lo recuerda. Por aquel entonces, Pérez Xifra era una personalidad
destacada en la vida local gerundense y un gran animador de tertulias. Se le consideraba
un político independiente cercano al partido liberal de Sagasta. Fue justo entonces,
en Gerona, donde Cambó recibió las primeras informaciones sobre la existencia del
catalanismo político. Oyó hablar por primera vez de la Unió Catalanista y de las Bases
de Manresa, que se habían elaborado en 1892, y en Gerona leyó con entusiasmo el discurso
pronunciado por Àngel Guimerà como presidente de los Juegos Florales de Barcelona
en 1889. Empezó entonces a catalanizarse y a firmar Francesc, no Francisco, e incluso
se hizo imprimir unas tarjetas con su nombre en catalán.
En septiembre de 1892, gracias a la influencia de su madre, Francesc Cambó consiguió
que su padre le permitiese cursar unos estudios universitarios diferentes de los de
farmacia: quería estudiar Derecho y también Filosofía y Letras. La madre presionó
al padre con el argumento de que si estudiaba derecho podría llegar a ser notario
en el mismo Besalú. Así pues, con dieciséis años recién cumplidos se marchó a Barcelona,
donde vivió durante el primer curso en casa de un tío paterno, Francesc Cambó de Traver,
y después se trasladó a una modesta pensión en la calle Riera Alta. Como la mensualidad
que le pasaba su padre era reducida y quería tener más disponibilidad, consiguió ganar
quince duros mensuales trabajando de acompañante de niños y de profesor sustituto
en el Colegio Peninsular, en la calle Basea, cerca de Santa María del Mar. Agustí
Calvet, «Gaziel», que lo conoció entonces, lo describe como «un muchacho adusto, medio
atolondrado, de una delgadez extrema y un genio de mil diablos ... hablaba con el
“ut”, igual que la gente del Alto Ampurdán». Muchos años después, en un discurso en
el Congreso de los Diputados, Cambó recordaría que al principio tenía que rendir cuentas
a su padre de todos los gastos, pero que pronto consiguió emanciparse: «Gasté menos
y empecé a ganarme la vida, hasta que no tuve que acudir más a él».
Cambó se matriculó en la Universidad de Barcelona en Derecho y en Filosofía y Letras,
carrera que terminó primero, en junio de 1896, mientras que en Derecho se licenció
un año después, en junio de 1897. Sus expedientes académicos no son muy brillantes.
Él mismo reconoce que su dedicación apasionada al activismo político por aquel entonces
fue en detrimento de sus estudios. Su mejor nota en Filosofía y Letras fue un sobresaliente
en Literatura Griega y Latina, mientras que en Derecho sacó sobresaliente en tres
materias: Derecho Político y Administrativo, Elementos de Hacienda Pública, y Economía
Política y Estadística. De sus años de estudiante universitario guardó buen recuerdo
de pocos profesores: de Josep Balarí i Jubany, de Griego, en la Facultad de Filosofía
y Letras; y del viejo Manuel Duran i Bas, de Joan Josep Permanyer y de Joan de Deu
Trías i Giró, que daban clases de Derecho Mercantil, Civil e Internacional, respectivamente,
en la Facultad de Derecho. Al parecer no hizo demasiadas amistades entre sus compañeros
de curso. En sus escritos memorialistas solo recuerda a Manuel de Montoliu y a Gabriel
Alomar, en Filosofía y Letras, y a Cebrià de Montoliu, hermano de Manuel, en Derecho.
En esta facultad se licenció en junio de 1897 con un ejercicio sobre la sucesión intestada
de los ascendentes según los diferentes sistemas jurídicos territoriales españoles,
pero solo consiguió un aprobado. En aquel entonces era una temática muy actual, ya
que bullía la polémica sobre la reforma del código civil y sobre el mantenimiento
de las legislaciones civiles en los territorios históricos, como en el caso del catalán.
El Centro Escolar, cuna del catalanismo intervencionista
Mientras estudiaba en Barcelona, por consejo de su padre, Francesc Cambó se inscribió
en el Círculo Conservador Liberal, que todavía presidía el viejo jurista Manuel Duran
i Bas, y cuya sede estaba en la rambla de Santa Mónica. En esta decisión seguramente
influiría también el hecho de que su padre fuera un buen amigo de Pere Bosch i Labrús,
destacado político proteccionista y de esta entidad, que también era hijo de Besalú.
De las posibles influencias políticas que tuvo el joven Cambó en aquellos años se
ha señalado siempre que la de Narcís Verdaguer i Callís fue sin duda la más decisiva,
pero no se ha hablado demasiado de la que podría proceder de Pere Bosch i Labrús.
Este último, que, como ya hemos dicho, tenía buenas relaciones personales y comerciales
con Miquel Cambó de Traver, era entonces un destacado y activo dirigente empresarial
catalán, había presidido el Fomento de la Producción Nacional y había sido diputado
en diversas ocasiones. En aquellos momentos era el líder proteccionista catalán más
conocido y un diputado veterano con mucha experiencia política y buenos conocimientos
de cómo funcionaban las relaciones políticas y económicas entre los gobiernos de Madrid
y los empresarios catalanes. El Pere Bosch i Labrús que conoció Francesc Cambó durante
los domingos que le invitaba a comer a su casa de Barcelona, sin duda debió de influir
en él. Pese a la gran diferencia de edad, no cabe duda de que el joven estudiante
catalanista aprendió mucho durante las largas sobremesas de los domingos.
La relación de Francesc Cambó con la familia Bosch-Labrús continuaría e incluso se
estrecharía con Leticia Bosch-Labrús i Blat (1890-1981), hija de Pere, a la que había
conocido ya de pequeña en Barcelona. Leticia se casaría en 1912 con Fernando Sebastián
de Borbón y Maidan, duque de Dúrcal, un noble emparentado con el rey Alfonso XIII,
y se convertiría en dama de la reina Victoria Eugenia, circunstancia que facilitaría
sobremanera los contactos personales y discretos entre el monarca español y Cambó,
como veremos más adelante. La amistad con Leticia Bosch-Labrús y su hermano Pere,
que militaría en la Lliga Regionalista, fue larga y se prolongó durante la posguerra.
Francesc Cambó confiesa en sus recuerdos que se pasó muchas horas leyendo en la biblioteca
del Círculo Conservador Liberal, bien dotada de prensa y de libros, pese a que la
vida interna en aquel local tenía escaso interés porque todo aquello estaba políticamente
muerto. Efectivamente, aquel era el momento de recuperación del movimiento catalanista
en Barcelona y de clara decadencia del dinamismo conservador. No deja de ser significativo
que en susMemorias, escritas al final de su vida, Cambó señale que pese a ser tan joven se identificaba
con el pensamiento conservador. Escribe que entonces ya coincidía con «la ideología
conservadora de Cánovas, con su sentido de la autoridad y jerarquía», que «me parecía
la forma única del buen gobierno». De todas formas, también confiesa que se sentía
un ferviente catalanista y por ello tenía que compaginar el hecho de ser un amante
del orden y un romántico, de ser al mismo tiempo «gubernamental» y «revolucionario».
Creo que presentar esta dualidad ideológica ya asentada en un joven de dieciocho años
no deja de ser una visión retrospectiva quizá un poco excesiva.
El primer contacto de Francesc Cambó con el catalanismo político llegó por la vía
más habitual: mediante el conocimiento de compañeros que militaban en este movimiento.
Él mismo explica que en mayo de 1893, cuando todavía no había cumplido los diecisiete
años, asistió a una conferencia del político galleguista Alfredo Brañas, catedrático
de la Universidad de Santiago, que le impresionó mucho y donde conoció a un chico
de Granollers, Jaume Maspons i Camarasa, cuatro años mayor que él y también estudiante
de Derecho, que lo invitó a visitar al día siguiente el Centro Escolar Catalanista.
Esta entidad la había creado Narcís Verdaguer i Callís en 1886 como rama de la Lliga
de Catalunya. De esta entidad saldrían los propagandistas más activos del catalanismo
de finales del siglo xix.
El movimiento catalanista vivía entonces un gran debate sobre la táctica política
que se debía seguir que provocaba apasionadas disputas entre el sector más tradicional,
cultural y apolítico, representado por los dirigentes de la Lliga de Catalunya y por
el periódicoLa Renaixensa, y los partidarios de potenciar la intervención en la política y de adoptar compromisos
ante problemas concretos, que eran principalmente los jóvenes del Centro Escolar Catalanista
y también la posición de la revistaLa Veu de Catalunya, creada en 1891 por Narcís Verdaguer i Callís.
Así pues, en mayo de 1893 y de la mano de Jaume Maspons i Camarasa, que meses después
sería elegido presidente del Centro Escolar Catalanista, Francesc Cambó se afilió
a esta entidad, que tenía la sede en el mismo lugar que la Lliga de Catalunya, un
piso espacioso en la calle Portaferrissa. Por aquel entonces, el Centro Escolar estaba
organizado en cuatro secciones: la de Derecho y Filosofía y Letras, la de Medicina,
la de Ciencias y la de Farmacia; Cambó, lógicamente, se inscribió en la sección de
Derecho y Filosofía, que entonces estaba presidida por Maspons. Allí fue donde Cambó
conoció a muchos de los que serían sus principales compañeros políticos, e incluso
grandes amigos: Narcís Verdaguer i Callís, Josep Puig i Cadafalch, Enric Prat de la
Riba, Lluís Duran i Ventosa, Pere Muntanyola o Josep Pijoan.
Como ya hemos mencionado, Francesc Cambó se afilió al Centro Escolar en mayo de 1893
y pronto destacó como uno de los socios más activos e inquietos. Enseguida empezó
a destacar por las intervenciones en los debates y se convirtió en un lector entusiasta
de la prensa catalanista, especialmente del único periódico existente en catalán,La Renaixensa, y del semanarioLa Veu de Catalunya. En octubre de 1894 fue elegido secretario de la sección de Derecho y Filosofía,
cargo que lo convertía en miembro del Consejo General del Centro. Aquella sección
era importante puesto que entonces estaba integrada por unos sesenta miembros. Un
año después, en octubre de 1895, con diecinueve años, Cambó tuvo ya el atrevimiento
de presentarse como candidato a la presidencia de la comisión ejecutiva del Centro
Escolar y, al ser el único candidato, resultó elegido.
El discurso que pronunció como presidente del Centro Escolar, en octubre de 1895,
el primero que haría en su vida, no se conserva entero, pero al parecer causó un gran
efecto, ya que recibió los elogios de Verdaguer i Callís en un artículo publicado
enLa Veu de Catalunya. Fue un parlamento manifiestamente regeneracionista en el que señaló con claridad
«los males» de la situación política del momento para después proponer «los remedios»
que habría que utilizar. Los primeros eran la existencia de un régimen político centralista,
ineficaz y corrupto que había desembocado en un prolongado distanciamiento entre el
pueblo catalán y España. Los remedios hacían hincapié en la potenciación de la acción
ciudadana para que los catalanes tomasen conciencia de que su país, el más dinámico
del Estado, tenía que recuperar el liderazgo que le correspondía. Había que revitalizar
la vida social y cultural para que los catalanes se movilizasen contra aquella situación.
No obstante, tenía dudas sobre los medios políticos que había que utilizar, ya que
el sufragio universal estaba «prostituido». En cuanto a las tareas pendientes, no
concretaba demasiado su propuesta, algo relativamente lógico si tenemos en cuenta
que tenía solo veinte años y que su formación política era precaria. Habló de la necesidad
de estructurar mejor el movimiento catalanista como vehículo principal de los cambios
que había que imponer, pero no reflexionaba demasiado acerca del tipo de autonomía
que necesitaría el país. Es significativo que en este discurso Cambó no hable de las
Bases de Manresa, aunque tampoco concreta el papel de Cataluña dentro de la necesaria
regeneración española. No obstante, tenía una idea muy clara que expuso al final de
su parlamento: si los catalanistas continuaban, como hasta entonces, inhibiéndose
de la acción política, todo aquello no conduciría a nada. Era preciso, por consiguiente,
actuar de forma más determinante en las diferentes instancias de la sociedad. El joven
Cambó, pese a las imprecisiones de su discurso, empezaba a tener las ideas claras
sobre el papel político que los catalanistas tenían que desempeñar en aquellos momentos.
Durante su mandato como presidente del Centro Escolar, Francesc Cambó organizó un
ciclo de conferencias sobre la situación política del momento —había empezado la última
guerra de Cuba— e invitó a los últimos presidentes del Centro a que participasen:
a Verdaguer i Callís, Puig i Cadafalch, Prat de la Riba y Maspons. Le costó mucho
convencer a Prat para que fuese a hablar al Centro, porque estaba dolido por las críticas
que había recibido por su poco afortunada gestión económica mientras fue presidente.
A la postre, Cambó consiguió que Prat participase y que de nuevo tuviese gran influencia
sobre los miembros del Centro. El Prat de la Riba que entonces conoció Cambó era un
hombre reservado y de trato difícil, «un hombre de pasiones», nos dice el propio Cambó.
Era un político que en aquellos momentos mantenía algunas discrepancias con Verdaguer,
a quien Cambó se sentía muy unido. De hecho, Francesc Cambó nunca llegó a tener con
Enric Prat de la Riba la identificación, confianza y amistad sincera que tuvo con
Narcís Verdaguer.
Su activismo político casi febril, no siempre comprendido por sus compañeros, y un
cierto autoritarismo en la forma de dirigir el Centro Escolar crearon un ambiente
reticente hacia Cambó. Tuvo que enfrentarse a una especie de conspiración, en forma
de voto de censura contra la Junta General que presidía, encabezada por un activo
estudiante de arquitectura, Josep Pijoan, que representaba los intereses de los socios
«barceloneses» frente a los «forasteros» representados por Cambó. Ganó Cambó y, a
pesar de que la campaña contra él había sido tensa, acabó estableciendo una larga
y sincera amistad con Josep Pijoan. No obstante, sus procedimientos harto expeditivos
y autoritarios empezaban a despertar reticencias. Sin haber cumplido todavía los veinte
años, Cambó se convirtió básicamente en un activista, un hombre que concedía especial
importancia al proselitismo. Durante aquellos años priorizó asistir y pronunciar conferencias
y charlas a la asistencia a las clases universitarias. Realizaba constantes desplazamientos
en tren o en tartana a pueblos de diferentes comarcas, sobre todo del Penedés, Vallés
y Maresme, además, lógicamente, de la Garrocha y el Ampurdán, y a casi todas las barriadas
de Barcelona. Empezaba a despuntar la audacia política que le acompañaría a lo largo
de más de dos décadas. Cada vez se sentía más seguro de sí mismo, una característica
que mantendría hasta su muerte. Aun así, era consciente de sus notables déficits en
cultura política e intentó subsanarlos con lecturas de todo tipo y con la asistencia,
por las noches después de cenar, inicialmente como simple oyente, a la tertulia de
la «peña de los sabios» de la Lliga de Catalunya.
En el curso 1896-1897, cuando estaba finalizando los estudios de Derecho, Cambó pasó
a ser vicepresidente primero del Centro Escolar y, como ya veremos, también participó
en la Asamblea de la Unió Catalanista de Gerona en el año 1897, en el seno de la delegación
gerundense. Muchos jóvenes del Centro Escolar colaboraban también en el semanario
dirigido por Narcís Verdaguer,La Veu de Catalunya, y en la revistaLes Quatre Barresde Vilafranca del Penedés, la primera publicación que utilizó el subtítulo «nacionalista».
En gran parte de sus artículos, estos jóvenes hacían propuestas de acción claramente
políticas, criticaban la pasividad de la Lliga de Catalunya y de la Unió Catalanista
y pedían la creación de una cátedra de Derecho Catalán en la Universidad de Barcelona.
A partir del año 1895, desde el Centro Escolar, siendo Cambó presidente, se les propuso
a diferentes personalidades y organizaciones catalanistas que intentasen ocupar legalmente
la junta directiva de las principales entidades de Barcelona, empezando por el Ateneu
Barcelonés, sin duda la asociación cultural más importante y con más socios de la
ciudad. Según Prat de la Riba había que reunir a todos los que luchaban por «la nacionalización
cultural de Cataluña». Consiguieron ganar las elecciones presentando una candidatura
con el dramaturgo Àngel Guimerà como presidente y el poeta Joan Maragall como secretario.
El discurso de toma de posesión de Guimerà, pronunciado en catalán el 30 de noviembre
de 1895 y que causó tanto revuelo, se convirtió en un hito emblemático del activismo
de los catalanistas. A partir de aquel momento, esta alianza amplia de catalanistas
controlaría la Junta del Ateneu y convertiría esta entidad en la principal plataforma
legal de su propaganda en Barcelona. Las sucesivas candidaturas a la Junta del Ateneu
organizadas por los catalanistas las encabezarían siempre personalidades muy representativas
del movimiento.
Se dieron entonces los pasos más decisivos hacia la catalanización y politización
del Ateneu Barcelonés, gracias a una reforma de los estatutos y a la organización
de un ciclo de conferencias iniciado en el curso 1896-1897, que supuso un desfile
de las personalidades más relevantes del catalanismo político y cultural. Estas conferencias
gozaron de un gran éxito de público y propiciaron el ingreso en el Ateneu de 122 nuevos
socios, jóvenes en su mayoría. Los activistas del Centro siempre reclamaron su protagonismo
en este proceso de politización de la lucha cultural y corporativa barcelonesa: «Maragall
vino después de nosotros y cantó en sus artículos nuestro catalanismo», escribió Prat
de la Riba en 1904.
De la guerra de Cuba al «desastre» del 98
El nuevo conflicto colonial, iniciado en Cuba en febrero de 1895, y su desastroso
desenlace para el régimen político español tres años después, será una circunstancia
esencial para el catalanismo, puesto que dejará de ser un movimiento relativamente
marginal y minoritario para convertirse en el principal beneficiario del descontento
de la ciudadanía catalana que estalló en los años 1899-1901.
La prensa catalanista criticaba mucho la política colonial española y el régimen de
la Restauración porque consideraba que su administración corrupta y expoliadora era
la principal responsable del surgimiento del movimiento independentista cubano. De
todas formas, los catalanistas eran prudentes en cuanto a la causa cubana y nunca
defendieron explícitamente el derecho a la independencia de la isla. Cuando estalló
la tercera rebelión cubana, el periódicoLa Renaixensamanifestó una actitud crítica, e incluso sarcástica, con el gobierno español, pero
se trataba de una actitud más antimilitarista que anticolonialista. Censuraban, sobre
todo, el envío masivo de tropas a Cuba y la mala organización militar y política de
aquella colonia. El semanarioLa Veu de Catalunya, dirigido por el más pragmático Narcís Verdaguer i Callís, era más moderado en las
censuras políticas, aunque también mantenía una posición crítica respecto a la guerra.
Todos los catalanistas sabían que las principales organizaciones empresariales catalanas,
empezando por el Foment del Treball Nacional, defendían encarnizadamente la españolidad
de Cuba y consideraban que aquella colonia era un territorio español irrenunciable.
Por esta razón, la prensa catalanista adoptará una actitud expectante y seguirá el
curso de los acontecimientos sin hacer demasiadas declaraciones públicas. Esto explica
que no hubiera ningún comunicado oficial de la Unió Catalanista sobre la guerra colonial
durante los dos primeros años del conflicto. Solo en noviembre de 1897 envió la Junta
Directiva de la Unió Catalanista un telegrama de felicitación a la reina regente por
la concesión de autonomía a la isla de Cuba, pese a considerar que dicha concesión
llegaba demasiado tarde.
Francesc Cambó sostiene en susMemoriasque, en una reunión de la Unió Catalanista, a finales de 1897, a la que asistía como
delegado del Centro Escolar, planteó la posibilidad de hacer una declaración política
a favor de la autonomía cubana y que incluso se defendiese la posibilidad de la independencia
de la isla, siempre y cuando fuese acompañada de un tratado comercial con España.
Sin embargo, dice que no tuvo ningún apoyo y que le respondieron que aquella propuesta,
además de impopular, era temeraria, porque provocaría una acción represiva por parte
del gobierno de Madrid. En cualquier caso, creo que aquello debió de ser un comentario
informal y nunca una propuesta política seria, dado que por aquel entonces no era
más que un estudiante de veinte años sin ninguna influencia dentro de la Unió Catalanista.
Por otro lado, no hay ningún artículo escrito por Cambó con estas propuestas enLa Veu de Catalunya, publicación en la que colaboraba habitualmente desde hacía un año. Además, Cambó
sabía perfectamente que Verdaguer i Callís, que estaba vinculado profesionalmente
al Foment del Treball Nacional, no toleraría en su revista ningún artículo a favor
de la independencia cubana, ni vería con buenos ojos una declaración de la Unió Catalanista
en este sentido.
Quien sí escribía, y mucho, sobre esta cuestión era Lluís Duran i Ventosa, tanto enLa Renaixensacomo enLa Veu. No obstante, Duran defendía básicamente la tesis de que la intransigencia española
respecto a los cubanos había provocado la guerra y de que la isla tenía derecho a
la autonomía política, pero nunca a la independencia. Cuando en noviembre de 1897
el gobierno español anunció finalmente que concedería la autonomía a Cuba, el Centro
Escolar Catalanista manifestó su acuerdo, pero añadió que quizá era demasiado tarde.
Asimismo fue significativo el silencio inicial de la prensa catalanista ante la guerra
contra Estados Unidos, ya entrado el año 1898. No apareció ningún comunicado oficial
de la Unió Catalanista sobre el conflicto hasta después de la derrota naval de Cavite,
en Filipinas.
La primera manifestación política en la que participó el joven Francesc Cambó tuvo
lugar el 6 de marzo de 1896, cuando se entregó al cónsul de Grecia en Barcelona elMensaje a S. M. Jorge I,rey de los helenos, redactado por Antoni Rubió i Lluch. Esta iniciativa de la Unió Catalanista contaba
con el respaldo de otras 45 entidades políticas y culturales y publicaciones catalanistas,
entre ellas el Centro Escolar. Se trataba de expresar públicamente la solidaridad
con los griegos de la isla de Creta reprimidos con violencia por las tropas turcas.
Ante la escasa repercusión de un primer manifiesto de denuncia de la represión turca
en Creta, que solo publicó la prensa catalanista, la Unió Catalanista decidió llevar
a cabo un acto más espectacular: convocar una manifestación ciudadana frente al consulado
griego de Barcelona y proceder allí mismo a la lectura pública de la declaración.
Aquel era un acto inequívocamente político, puesto que la lucha de los griegos por
la unificación territorial era un referente para el catalanismo, a la vez que un desafío
político al gobierno español, puesto que denunciaba el colonialismo, aunque en este
caso fuera turco, y defendía los derechos de los griegos de Creta a incorporarse a
una Grecia unificada en un momento en que España se enfrentaba a las rebeliones de
Cuba y Filipinas. De hecho, aquella acción reflejaba la voluntad de los catalanistas
de vincularse y compararse con otras causas políticas, así como de buscar «modelos
exteriores». Por otro lado, significaba también una victoria del sector que consideraba
insuficiente y muy limitada la política de hacer hincapié solo en los vínculos solidarios
de carácter cultural y lingüístico con otros movimientos nacionalistas y prescindir
de los aspectos más políticos.La Veu de Catalunyade Verdaguer ofrecía cada vez más información sobre las cuestiones internacionales
que podrían constituir «modelos» o casos similares al del catalanismo. Desde los años
1880, el movimiento independentista irlandés fue el referente fundamental para los
catalanistas y después también lo fueron el movimiento nacionalista checo y el húngaro.
Como era de esperar, la presentación de la lucha de los griegos de Creta como una
«causa justa» y similar a la catalana provocó una reacción vehemente de la prensa
de Madrid, que acusó de «separatistas» a los promotores del mensaje y exigió represalias.
El gobierno civil de Barcelona, haciendo uso de las atribuciones que le ofrecía la
suspensión de las garantías constitucionales existente, procedió a limitar notablemente
las libertades de expresión, manifestación y prensa tanto de los catalanistas como
de los republicanos y del obrerismo. Concretamente, el gobernador ordenó el cierre
del periódicoLa Renaixensay de la revistaLo Regionalisme, y prohibió numerosos actos de los catalanistas con la excusa del conflicto colonial.
En respuesta a esta actitud, en marzo de 1897 la Unió Catalanista lanzó el manifiestoAl Pueblo Catalán, del que se tiraron más de cien mil ejemplares. Cambó, en susMemorias, se atribuye el mérito de ser uno de los promotores que, días después de la suspensión,
hicieron posible la aparición deLa Renaixensaeditada en la ciudad de Reus, es decir, fuera de la jurisdicción del gobernador de
Barcelona, como publicación complementaria del semanario reusenseLo Sometent.
La Unió Catalanista convocó inmediatamente una asamblea extraordinaria en la ciudad
de Gerona el 25 de abril de 1897, en la que Francesc Cambó destacó como uno de los
principales organizadores. Movilizó a amigos, conocidos y parientes, incluso llevó
a su padre al Teatro Principal de Gerona. Él mismo fue uno de los 312 delegados que
participaron en la asamblea, dentro de la delegación de Gerona. Ante la presencia
de prácticamente todos los dirigentes del catalanismo, Narcís Verdaguer i Callís leyó
un discurso elaborado conjuntamente con los cuatro presidentes anteriores de la Unió
(Domènech, Permanyer, Guimerà y Riera) y al final pronunció unas palabras en un tono
harto vehemente.
Sin duda, la coincidencia de Cambó y Verdaguer i Callís durante esta campaña política
de la primavera de 1897 fortaleció las buenas relaciones entre ambos hasta el punto
de que este último le propuso que trabajase en su despacho de abogado de Barcelona
en calidad de pasante. Así pues, en junio de 1897, justo cuando terminaba la carrera
de Derecho, Francesc Cambó se convirtió en pasante, aunque no se inscribió en el Colegio
de Abogados de Barcelona hasta el 15 de marzo de 1898. De su estancia en este despacho,
situado en la calle Montesió número 3, encima del café Els Quatre Gats, Cambó recordará
no los casos profesionales en los que participó, que debieron de ser pocos, sino las
largas horas dedicadas a la lectura de los clásicos del pensamiento conservador europeo
que había en la bien surtida biblioteca de Verdaguer. Allí pudo familiarizarse con
las obras de Fustel de Coulanges, Hippolyte Taine, Frederic Le Play o Auguste Comte.
Llevó a cabo sobre todo lecturas relativas a la historia europea contemporánea y se
interesó especialmente por los cambios políticos que se habían producido en la sociedad
liberal y capitalista del siglo xix. Ya entonces, el joven Cambó sentía más cercano y se identificaba más con el modelo
de evolucionismo progresivo del liberalismo inglés que con el revolucionarismo francés,
más radical.
Narcís Verdaguer, que había sido seminarista en Vic y era primo de mossèn Cinto, estaba
muy vinculado al conservadurismo tradicional de la montaña catalana, al «vigatanismo»,
era amigo del futuro canónigo Jaume Collell y, como hemos dicho anteriormente, fue
uno de los fundadores, en 1891, de la revistaLa Veu de Catalunya, junto con Collell y Joaquim Cabot. Además, profesionalmente estaba bien relacionado
con destacados empresarios como el segundo marqués de Comillas, Claudio López Bru,
y durante muchos años fue también uno de los asesores jurídicos del Foment del Treball
Nacional.
La relación entre Cambó, Narcís Verdaguer y especialmente su mujer, Francesca Bonnemaison,
«la señora Paquita», se fue estrechando hasta el punto de que le trataban como un
hijo. Con el tiempo se convertiría en una de sus consejeras en asuntos sentimentales.
Como Pere Bosch Labrús había muerto y Cambó vivía solo en una pensión, iba a comer
todos los domingos a casa de los Verdaguer. Al ir intimando cada vez más con la familia,
en verano lo invitaban a pasar algunas semanas en la casa que tenían en Canet de Mar.
Fue en aquella misma época cuando Cambó sustituyó la tertulia nocturna de los «sabios»
de la Lliga de Catalunya por la tertulia que se hacía en casa de los Verdaguer y después,
a las doce de la noche, acudía a la que algunos catalanistas habían montado en el
café El Continental. De todas formas, el Francesc Cambó de entonces no dejaba de ser
un joven bastante solitario que vivía lejos de la familia desde los dieciséis años,
hecho que convertía el activismo político en el Centro Escolar y las tertulias nocturnas
casi en su principal ocupación. Muchos años después reconocería en una carta que «los
amigos me hacen de familia».
Los primeros escritos públicos de Francesc Cambó fueron artículos aparecidos en el
semanarioLa Veu de Catalunyaya en el año 1897. Cuando empezó a colaborar en la revista, se hizo cargo, a petición
de Verdaguer, de la sección extranjera, especializada en publicar noticias y hacer
comentarios sobre los movimientos nacionalistas que podrían servir de referente al
catalanismo. Le interesaba particularmente el nacionalismo irlandés, aunque también
escribió artículos sobre el checo, el croata, el húngaro, el finlandés, el noruego
y el esloveno. De manera especial, mostraba admiración por los discursos del irlandés
O’Connell y elogiaba la táctica parlamentaria de los irlandeses por considerarla el
camino más interesante que podría seguir el catalanismo. No obstante, como entonces
España vivía una situación de estado de guerra a consecuencia del conflicto colonial,
y la libertad de expresión estaba notablemente limitada, en los artículos no podía
hacer demasiadas alusiones ni comparaciones con la situación española.
De todas formas, el joven Cambó escribió artículos de carácter bastante diferente:
si bien en unos mostraba simpatía y afinidad con los movimientos nacionalistas, en
otros defendía los nacionalismos de estado y el prestigio de las grandes potencias.
Al respecto, resulta significativa su posición ante el famoso caso Dreyfuss, que tanto
conmocionó la política francesa y europea en aquellos años. Sorprende, sobre todo,
la posición notablemente conservadora y de orden que adoptó entonces el joven Cambó,
criticando duramente a los defensores del famoso capitán judío con un discurso construido
en clave nacionalista francesa. Cambó sostenía que la polémica política provocada
en Francia por aquel asunto ponía en peligro el prestigio internacional de una potencia
tan importante como Francia y de su imperio colonial. Consideraba que aquello era
negativo porque rompía la cohesión nacional francesa. Losdreyfusards, según Cambó, les hacían el juego a los antipatriotas y a los revolucionarios que
debilitaban la imagen externa de Francia.
En diciembre de 1897 se había elegido una nueva Junta Directiva de la Unió Catalanista
que, por primera vez, estaba dominada por los jóvenes partidarios de actuar en política
y de presentarse a las elecciones. Cuando el nuevo gobierno presidido por el viejo
Sagasta, constituido el 4 de octubre de 1897, convocó elecciones a las Cortes para
el mes de marzo de 1898, la Junta de la Unió consideró que los catalanistas tenían
que participar. Aunque ya se había producido el incidente del acorazado norteamericanoMaineen el puerto de La Habana, que conduciría al conflicto con Estados Unidos dos meses
después, todavía no parecía posible que estallase la guerra.
Un importante grupo de propietarios de la comarca del Penedés, encabezados por Manuel
Raventós, preguntaron a la Unió Catalanista si podían presentar un candidato propio
que se opusiese al candidato oficial que quería imponer el gobierno de Sagasta. Como
el mensaje al rey Jorge de Grecia había contado con el apoyo de los republicanos federales
de dicha comarca, esto podía facilitar un acuerdo político entre catalanistas y federales.
La Unió propuso como candidato por el distrito de Vilafranca del Penedés al jurista
Joan Josep Permanyer, que había sido el principal redactor de las Bases de Manresa.
Francesc Cambó participó activamente en esta campaña electoral; era la primera vez
que lo hacía. Intervino en mítines y reuniones en muchos pueblos del distrito y la
elevada concurrencia le hizo pensar en un posible éxito. El primer mitin electoral
en el que participó tuvo lugar en Sant Sadurní d’Anoia, el día antes de las elecciones,
el sábado 26 de marzo de 1898.
Pese a disponer de un centenar de interventores para controlar el escrutinio, el fraude
fue mayúsculo y los catalanistas fueron derrotados. Habían pecado de ingenuidad y
no supieron controlar con eficacia la redacción final de las actas. El propio Cambó
explica en susMemoriasque estuvo medio «secuestrado» en casa de un cacique dinástico para evitar que fuera
a fiscalizar los resultados. Este fracaso electoral contribuyó a dividir todavía más
a los catalanistas acerca de la conveniencia de presentarse de nuevo a las elecciones.
Los «puros» deLa Renaixensase ratificaron en sus tesis abstencionistas alegando que era preferible ser «pocos,
pero bien avenidos».
En cambio, Narcís Verdaguer, desdeLa Veu de Catalunya, continuó defendiendo con diferentes argumentos que, pese a todo, la experiencia
había sido útil y que había que aprender de los errores: habían presentado a un candidato
de fuera del distrito y allí contaban con pocas complicidades. Con vistas a nuevas
experiencias electorales, quizá sería conveniente empezar por los comicios municipales
y presentar a candidatos conocidos y del mismo municipio. El grupo deLa Veu de Catalunyafue el que más se comprometió y defendió con ahínco las elecciones argumentando que
la acción electoral era imprescindible, pero hacían falta más garantías. Se necesitaba
una organización electoral centralizada y más profesional y, además, había que crear
una red de interventores.
La rebelión de las clases medias: el Cierre de Cajas
La nueva coyuntura política provocada por la derrota española en la guerra contra
Estados Unidos y la pérdida de lo que quedaba del imperio colonial creará un ambiente
propicio para que los catalanistas posibilistas intervengan con eficacia en la vida
política. En primer lugar, prestarán su apoyo a las exigencias regeneracionistas de
las principales corporaciones económicas catalanas y después se implicarán en la movilización
antifiscal más importante de la historia de Cataluña: el Cierre de Cajas. No obstante,
este activismo intervencionista provocará tensiones y divisiones en el seno del movimiento
catalanista que durarán casi siete años, desde mediados de 1898 hasta finales de 1905,
con la creación de la Solidaritat Catalana. Serán tiempos de decisiones políticas
cruciales que implicarán cambios tácticos y estratégicos que no todos compartirán.
Encontraremos a Francesc Cambó en el epicentro de todo este proceso: primero como
activista intrépido, pese a tener un papel más bien secundario. Era, sin duda, un
militante novato cuando se produjo, en 1899, el enfrentamiento dentro de la Unió Catalanista
que propició la creación del Centro Nacional Catalán. No obstante, para Cambó, un
joven abogado de poco más de veinte años, esta situación política supondrá una gran
oportunidad para destacar y mostrar sus habilidades como agitador y organizador. Su
actuación no fue significativa en la decisión de crear un nuevo partido, la Lliga
Regionalista, en abril de 1901, pese a figurar en su primera dirección, pero inmediatamente
después de ser elegido concejal del Ayuntamiento de Barcelona su papel político será
cada vez más notorio. Se convertirá en uno de los principales protagonistas de la
crisis y la escisión que sufrirá la Lliga Regionalista en abril de 1904. Así pues,
el joven Cambó se formará políticamente en una época en que el catalanismo vivió grandes
tensiones y divergencias ideológicas, con escisiones y disputas, en las que las desautorizaciones
e incluso los ataques personales estaban en el orden del día. La acusación de que
el adversario era un «traidor a la causa» se utilizó en demasía.
La historia de esta etapa es de sobra conocida y hay que resumirla. El día 1 de mayo
de 1898, la Junta Permanente de la Unió Catalanista hizo público un manifiesto, «A
los catalanes», redactado por Prat de la Riba y publicado porLa Renaixensa, en el que se instaba a firmar la paz inmediatamente, puesto que España parecía haber
perdido ya la guerra contra Estados Unidos. Se criticaba duramente a los políticos
y a los partidos españoles por su total miopía ante la cuestión cubana. Las derrotas
navales de Santiago y Cavite, la capitulación española y la paz de París, el 10 de
diciembre de 1898, con Estados Unidos, que comportaron la pérdida de Cuba, Puerto
Rico y Filipinas, tuvieron un gran impacto ciudadano. La sensación de «desastre» era
total, como también lo era el deseo de un cambio político profundo, de una auténtica
regeneración.
En este contexto, el 1 de septiembre de 1898, se hizo público un manifiesto del general
Camilo García de Polavieja en el que denunciaba el divorcio entre el mundo oficial
de la política y el país real, y se planteaba que la regeneración española pasaba
por tomar, entre otras, algunas medidas descentralizadoras. Dicho manifiesto tuvo
una buena acogida en Barcelona y, el 14 de noviembre, los presidentes de cinco de
las entidades más importantes de la ciudad publicaron un escrito que coincidía con
lo manifestado por el general. Rápidamente, un importante sector de empresarios barceloneses
creó la Junta de Adhesiones al programa del general Polavieja.
Ante la nueva situación posterior al desastre, en el seno del movimiento catalanista
se consolidaron las dos grandes tendencias que ya existían desde hacía tiempo. El
sector posibilista o evolucionista, que dominaba la Junta Permanente de la Unió Catalanista,
defendía que había que aprovechar la situación de crisis política española para plantear
peticiones concretas ante el gobierno de Madrid: una nueva fiscalidad —concierto económico—
y una descentralización administrativa —diputación única catalana—. Consideraban que
estas demandas, por moderadas que fuesen, servirían para que el movimiento avanzase.
Esta actitud «realista» recibirá el apoyo deLa Veu de Catalunya. Es más, un veterano catalanista, el arquitecto Lluís Domènech i Montaner, entonces
presidente del Ateneu, entró en contacto directo con el general Polavieja y anunció
que la actitud del militar había sido comprensiva y positiva. Aquella aproximación
a Polavieja fue inmediatamente censurada porLa Renaixensa, periódico que sostenía que había que desvincularse de cualquier propuesta española
que no ofreciese la integridad del programa de las Bases de Manresa. Eran los intransigentes,
los esencialistas, que acabaron por denunciar a Domènech y a los dirigentes de la
Junta Permanente de la Unió porque «quieren vender al catalanismo».
Estas divergencias hicieron que los catalanistas más pragmáticos sintieran la necesidad
de disponer de un portavoz propio para enfrentarse a los ataques deLa Renaixensa, y pronto se percataron de que la vía más fácil era la transformación del semanarioLa Veu de Catalunyaen un diario. Muy probablemente, la intervención de Francesc Cambó en este asunto
fue decisiva para convencer a Narcís Verdaguer de la conveniencia de la operación.
Así pues, el 15 de octubre de 1898 se constituía la sociedad anónima Editores Catalanes,
que convertía la revista de Verdaguer en un periódico barcelonés. En este nuevo diario,
Enric Prat de la Riba aparecía como presidente del consejo de administración y también
como director, puesto que Verdaguer, cuya salud era entonces delicada, prefirió ser
solamente vocal. Como treinta años después explicaría Puig i Cadafalch,
en el momento de crear un periódico pensamos todos en un profesional. Nosotros podíamos
hacer artículos y notas políticas, pero nadie podía estar al pie del cañón noche y
día, y en la «peña» deL’Avensencontramos a Casellas, redactor deLa Vanguardiade entonces.
De este modo, aunque Prat de la Riba apareciera como responsable principal y fuera
quien marcaba la línea política del periódico, Raimon Casellas, en calidad de jefe
de redacción, era el encargado de la organización interna. Su incorporación dotó de
una imagen de profesionalidad y de renovación al nuevo periódico de los catalanistas
evolutivos. Francesc Cambó estuvo bastante implicado en las conversaciones para organizar
el nuevo diario y participó en las reuniones que se celebraron en el despacho de Verdaguer,
junto con Prat y Casellas. Propuso encargarse de la información internacional con
una pequeña remuneración: diez duros al mes. En una carta a Casellas le pidió un encuentro
para «concretar el pito que tengo que tocar en el periódico. Ya tengo hecho mi plan
en lo referente a la sección extranjera». De este modo se vinculó desde el primer
momento al nuevo periódico como responsable de la sección internacional y firmó numerosos
artículos de opinión utilizando el pseudónimo «Pagès».
El periódicoLa Veu de Catalunyaapareció con gran celeridad: quince días después de la constitución de la nueva sociedad,
el 1 de enero de 1899, ya estaba en la calle. Lógicamente fue acogido con gran hostilidad
porLa Renaixensa, que no quería ninguna clase de competencia y rápidamente denunció que estaba financiado
por algunos empresarios polaviejistas. Eso nunca se demostró, y más bien parece que
el capital social, que tampoco era muy elevado, salió de pequeñas suscripciones de
un centenar de personas. En pocos meses, el nuevo diario catalanista se consolidó
y alcanzó una tirada de unos tres mil ejemplares.
Con notable atrevimiento y dinamismo,La Veuse lanzó a la campaña política aprovechando el ambiente creado por el polaviejismo
para plantear la necesidad de reformas administrativas, especialmente el concierto
económico. Esta oportunidad se hizo palpable a partir del 4 de febrero de 1899, cuando
el político conservador Francisco Silvela formó un nuevo gobierno en cuyo seno el
general Polavieja ocupaba el Ministerio de la Guerra, y el prestigioso jurista catalán
Manuel Duran i Bas, la cartera de Gracia y Justicia. Además, los primeros nombramientos
realizados por el nuevo gobierno parecían relativamente innovadores. El 14 de marzo
de 1899 era nombrado alcalde de Barcelona el catedrático de Medicina Bartomeu Robert,
uno de los firmantes de los manifiestos regeneracionistas de las corporaciones del
año anterior. El consistorio barcelonés, dominado por los dinásticos, no recibió de
buen grado el nombramiento del doctor Robert, tal como lo recoge en una crónica Francesc
Cambó enLa Veu, uno de sus primeros artículos sobre cuestiones catalanas publicados en el periódico.
El joven Cambó empezaba a destacar como uno de los más ardientes defensores de las
posiciones realistas frente al sector intransigente que volvía a dominar la Unió Catalana
y que, desdeLa Renaixensa, censuraba a los posibilistas acusándolos de «falsos profetas». Ante los intransigentes,
Cambó no cesaba de intervenir en mítines y de pronunciar conferencias en los centros
catalanistas de Vilasar de Mar, de Tarrasa y de diferentes barrios de Barcelona, defendiendo
la necesidad de aprovechar la situación creada por el gobierno regeneracionista y
distanciándose de la actitud de inhibición política que predicaban los «puros». Los
catalanistas no se presentaron a las elecciones generales convocadas por el nuevo
gobierno el 16 de abril de 1899, pero fueron elegidos como diputados «gubernamentales»
de algunos independientes simpatizantes del catalanismo y que habían firmado los manifiestos
regeneracionistas.
La aparición deLa Veu de Catalunya, como portavoz explícito de los evolucionistas, fue mal vista por los sectores más
puros de la Unió Catalanista, que querían depurar la organización. En la reunión del
Consejo General de la Unió celebrada el 20 de agosto, las críticas a los evolucionistas
fueron rotundas y los anuncios de futuras expulsiones tan explícitos que la gente
deLa Veu de Catalunyaconsideró que era imposible permanecer en aquella organización cada vez más cerrada
e intransigente. Por iniciativa de Prat de la Riba, que era el que sostenía la posición
de ruptura más radical, se creó un nuevo grupo político de los evolucionistas con
el nombre de Centro Nacional Catalán. En la noticia de su creación se concretaba que
la nueva formación quería «trabajar dentro de la Unió Catalanista para conseguir la
completa autonomía de Cataluña y las reformas parciales que tienden hacia ella». La
parte final de esta frase,las reformas parciales, marcaba ya la gran diferencia entre los evolucionistas y los defensores del «todo
o nada». No obstante, no deja de ser significativo que, pese a la creación oficial
del Centro Nacional Catalán, que Cambó sitúa el día 24 de agosto, su portavoz,La Veu de Catalunya, prácticamente no vuelva a mencionar esta organización hasta enero de 1900, una vez
transcurrido el Cierre de Cajas.
Las esperanzas que los catalanistas habían depositado en el gobierno Silvela-Polavieja
empezaron a desvanecerse cuando este presentó unos presupuestos, elaborados por el
ministro de Hacienda, Fernández Villaverde, que significaban un incremento importante
de la fiscalidad, porque pretendía reducir el déficit provocado por la guerra colonial.
El concierto económico prometido por Polavieja no figuraba en ningún lugar. Se proponía
la creación de nuevos impuestos que gravaban las actividades industriales y comerciales.
Esta reforma tributaria tuvo una mala acogida por parte de los gremios de comerciantes
y por las organizaciones empresariales de buena parte de las grandes ciudades españolas.
En Barcelona la movilización por la eliminación del recargo de guerra y a favor de
conciertos económicos provinciales tuvo una gran repercusión e incluso consiguió el
apoyo del nuevo alcalde, el doctor Robert.
Ante la negativa del gobierno Silvela a negociar la nueva fiscalidad, los gremios
de Barcelona, unidos en el seno de la Liga de Defensa Industrial y Comercial, recomiendan
a sus afiliados no pagar las nuevas contribuciones. Esta huelga de contribuyentes,
denominada en su momento Cierre de Cajas, recibió el apoyo entusiasta deLa Veu de Catalunyay de los catalanistas posibilistas. El gobierno Silvela- Polavieja empezaba a estar
tocado. En septiembre de 1899, Polavieja dimitía como ministro de la Guerra y se iniciaba
la persecución gubernamental de los más de siete mil comerciantes barceloneses considerados
«morosos». Al cabo de un mes, empezaban los embargos y el alcalde Robert, que se oponía
a estas medidas represivas, se vio obligado por la ley a firmar las primeras notificaciones
de embargo. Lo hizo, pero acto seguido dimitió: era el 13 de octubre. Diez días después,
se producía la dimisión de Duran i Bas como ministro de Justicia.
El proyecto regeneracionista del gobierno Silvela había fracasado, y la indignación
de la ciudadanía barcelonesa no cesaba de crecer. El gobierno prohibió las manifestaciones
y los mítines de protesta, y el 27 de octubre declaró el estado de guerra en toda
Cataluña. Dos acorazados de la Armada llegaron al puerto de Barcelona y se dio la
orden de disolución de la Liga de Defensa Industrial y Comercial. A esto se sumó la
detención de una treintena de dirigentes de los gremios, que fueron encarcelados en
el castillo de Montjuic y cuya liberación no se produjo hasta el 6 de diciembre, después
de pagar las contribuciones.
Ante todos estos incidentes,La Veu de Catalunyase posicionó claramente a favor de los gremios, prestó apoyo incondicional a la protesta
contra el presupuesto de Villaverde y al Cierre de Cajas y condenó la actitud represiva
del gobierno. Algunos de los catalanistas posibilistas, como Francesc Cambó, Lluís
Duran i Ventosa y Ferran Agulló, colaboraron estrechamente con Marià Pirretas, secretario
de los gremios de comerciantes y principal organizador de la huelga de contribuyentes.
Posteriormente, el propio Cambó, con solo veintidós años, participó como orador en
un mitin a favor del concierto económico que tuvo lugar en Reus y en el que también
intervinieron el doctor Robert y el fabricante Albert Rusiñol. Era evidente que los
catalanistas posibilistas pretendían capitalizar políticamente el descontento ciudadano
que, tras haberse creado inicialmente en Barcelona, empezaba a extenderse por toda
Cataluña.
La Unió Catalanista, en cambio, dominada por los intransigentes, y su portavozLa Renaixensase dedicaron de forma preferente a denunciar a los posibilistas acusándolos de «falsos
profetas» y manteniéndose totalmente al margen de la campaña proconcierto económico,
de las protestas de los gremios y de la movilización contra el presupuesto de Villaverde.
Y es más, en un nuevo manifiesto dirigido «Al pueblo catalán», publicado el 11 de
diciembre de 1899, la Unió desautorizó, por inútil, la movilización de los gremios
y el Cierre de Cajas, se permitía ironizar sobre los manifiestos de protesta, que
habían redactado los presidentes de las entidades ciudadanas, y despreciaba la campaña
a favor del concierto económico. Insistían en la defensa integral de su programa:
las Bases de Manresa o nada. Dicho manifiesto provocó que Prat de la Riba y un grupo
importante de militantes del Centro Nacional Catalán publicasen una nota enLa Veuanunciando que se daban de baja de la Unió Catalanista. Pese a todo, ni Francesc Cambó
ni Narcís Verdaguer figuraban entre los integrantes de esta baja colectiva. Ambos
creían que había que seguir en la veterana organización catalanista y tratar de cambiarla
desde dentro. Como veremos, Cambó lo intentó un par de veces, pero sin éxito.
En este contexto político de enfrentamientos y reproches, en enero de 1900, los catalanistas
deLa Veutomaron la decisión de explicar más claramente la existencia de su grupo político,
el Centro Nacional Catalán, que habían constituido en el mes de agosto anterior. La
utilización de la palabra «nacional» era una propuesta hábil de Prat para neutralizar
las críticas del sector más esencialista, que nunca se había atrevido a usar este
calificativo, pese a que muchos se definían personalmente como «nacionalistas». En
el seno del Centro Nacional, que estaba integrado por un centenar de militantes, había
gente de diferentes procedencias que había coincidido en las movilizaciones de los
últimos meses. El grupo más numeroso y activo procedía evidentemente del Centro Escolar
Catalanista y deLa Veu de Catalunya. Dentro de este grupo, además de Narcís Verdaguer i Callís, destacaban Enric Prat
de la Riba, Josep Puig i Cadafalch, Lluís Duran i Ventosa, Pere Muntanyola, Antoni
Gallissà y Francesc Cambó. El segundo sector era un grupo más reducido y estaba compuesto
por gente más veterana que había desempeñado un papel importante en la Unió Catalanista.
En él estaban el arquitecto Lluís Domènech i Montaner, el historiador Josep Pella
i Forgas, el abogado Raimon d’Abadal i Calderó —elegido diputado por Vic en 1899—
y el escritor modernista Joaquim Casas-Carbó. El tercer núcleo era la denominada «peña
republicana del Ateneu», que estaba integrada básicamente por abogados, entre los
que destacaban Jaume Carner, Ildefons Sunyol, Santiago Gubern y Joaquim Lluhí i Rissech.
Narcís Verdaguer era el presidente de la nueva formación política y en su Junta Directiva
había veteranos como Domènech i Montaner, Casas-Carbó y gente más joven como Prat
de la Riba y Carner. Francesc Cambó, que figuraba también como vocal, era el más joven
de todos: todavía no había cumplido los veinticuatro años. El Centro Nacional fue,
de hecho, un episodio político breve, puesto que solo funcionó como partido un año
y medio y tuvo una actuación externa muy limitada. De todos modos, sirvió para cohesionar
políticamente al grupo de los catalanistas posibilistas, porque las diversas procedencias
y diferencias de edad podían constituir un obstáculo. El hecho de colaborar habitualmente
todos, o casi todos, con artículos enLa Veufue también un factor que propició la cohesión del grupo.
Verdaguer i Callís y Cambó consideraban que todavía se podía militar en la Unió Catalanista
y que el nuevo grupo político sería aceptado sin discriminaciones. Prat, en cambio,
creía que eso era ya imposible y que todos acabarían por romper los vínculos con la
Unió. Que estos últimos tenían razón se vio claramente con lo que sucedió en el mitin
organizado por la Asociación Catalanista de Lérida el 19 de febrero de 1900. Tenían
que intervenir Narcís Verdaguer, en representación del nuevo Centro Nacional Catalán,
y Francesc Cambó, en nombre deLa Veu, pero el presidente de la Unió Catalanista, Manuel Folguera i Duran, los vetó y amenazó
con su retirada si participaban. Las tensiones fueron tan notorias que Verdaguer y
Cambó renunciaron a intervenir en el mitin, pero se produjo un gran altercado y las
críticas y las protestas por aquella actitud intransigente aparecieron en diversas
publicaciones catalanistas. La división era ya un hecho, aunque la mayoría de las
asociaciones comarcales siguieron adheridas a la Unió Catalanista, por más que algunas
de ellas simpatizasen con las tesis de los evolucionistas. Sin embargo, dentro de
las publicaciones las cosas estaban más equilibradas.
En aquellos momentos confusos, el joven Francesc Cambó era de los pocos dirigentes
del Centro Nacional Catalán que todavía mantenían una cierta relación con la Unió
Catalanista y participaba en sus reuniones, siempre como representante de la Agrupación
Catalanista de Besalú. El 29 de septiembre de 1899, con motivo de la bendición de
la señera de esta entidad, Cambó pronunció un discurso vehemente en defensa de las
posiciones de los posibilistas, que fue reproducido en su totalidad enLa Veu.Cambó consiguió que la asociación de Besalú se decantase por los evolutivos e incluso
que publicase el 24 de febrero un manifiesto de rechazo de los incidentes del mitin
de Lérida en favor de los escindidos. Aun así, la Agrupación de Besalú no se separó
de la Unió y Cambó pudo participar, en calidad de portavoz de los evolutivos, en el
Consejo General de la Unió Catalanista celebrado el 25 de marzo de 1900. Su intervención
en dicha reunión fue hábil, puesto que sostuvo que la concordia entre los catalanistas
no podía salir de una votación ni de una fórmula política concreta, sino que surgiría
con el tiempo si se creaba un clima no agresivo que propiciase el entendimiento. Propuso
que las publicaciones catalanistas dejasen de estar adheridas a la Unió, porque así
todas tendrían más libertad y la Unió menos compromisos. Pese a que su propuesta fue
bien acogida por el presidente Manuel Folguera i Duran, finalmente fue rechazada por
los elementos intransigentes, que incluso llegaron a presentar una moción de apoyo
incondicional a la Junta Permanente por su actuación durante el Cierre de Cajas. Cambó
se opuso con firmeza a esta propuesta, hecho que provocó un largo debate hasta que
finalmente se acordó un texto de compromiso. Aunque cada vez estaba más claro que
la concordia en el seno de la Unió era imposible, Francesc Cambó y también Narcís
Verdaguer mantuvieron durante un tiempo una posición conciliadora que no descartaba
que, en el futuro, hubiese algún tipo de colaboración entre los diferentes sectores
catalanistas. Por el contrario, Prat lo descartaba por completo.
Hacia la formación de la Lliga Regionalista
Los catalanistas evolucionistas habían mostrado tener inteligencia política para captar
la opinión ciudadana indignada y movilizarla. Pese al resultado negativo del Cierre
de Cajas, se daban cuenta de que el fracaso del gobierno Silvela-Polavieja-Duran i
Bas estaba acercando los sectores empresariales importantes a las posiciones críticas
de los catalanistas. Por otro lado, la desaforada represión gubernamental les proporcionaba
argumentos para proponer más acciones de protesta, algunas realmente innovadoras.
Será, pues, Francesc Cambó uno de los que sugieran el boicot al viaje del ministro
de Gobernación Eduardo Dato a Cataluña. DesdeLa Veuse denunció dicho viaje por considerarlo una provocación por parte del gobierno, ya
que fue este ministro quien dirigió la represión contra los gremios. De este modo,
la mañana del 4 de mayo de 1900, Eduardo Dato fue recibido con fuertes abucheos en
la estación de Francia de Barcelona y después, por la noche, con silbidos en el Liceo.
Al día siguiente, las protestas contra la presencia de Dato se repitieron en Sabadell
y en Tarrasa, y posteriormente, durante el viaje de regreso a Madrid, también en la
estación de Reus. La respuesta del gobierno Silvela fue, una vez más, la represión:
aprovechando la suspensión de las garantías constitucionales que estaba vigente desde
hacía más de un año, se prohibió por primera vez la publicación deLa Veu de Catalunya, acusada de haber promovido los abucheos al ministro. No obstante, el diario catalanista
pudo aparecer a los pocos días con otro nombre,La Creu de Catalunya, que también fue suspendido y de nuevo sustituido por otra publicación, elDiari de Catalunya.
En marzo de 1901, agotado y desprestigiado, el gobierno de Francisco Silvela no tuvo
más remedio que dimitir; el 6 de marzo, el viejo dirigente liberal Práxedes Mateo
Sagasta fue llamado por séptima y última vez a presidir el gobierno español. La preceptiva
convocatoria electoral se fijó para el mes de mayo, lo que proporcionaba muy poco
tiempo para decidir lo que había que hacer. Hubo un debate en el seno del Centro Nacional
Catalán para decidir si se aprovechaba la situación de indignación ciudadana para
organizar una candidatura que reflejase la opinión de los barceloneses. Se dirigieron
primero a los polaviejistas decepcionados, que habían creado un pequeño grupo llamado
Unión Regionalista, y después a los dirigentes más conocidos de las entidades ciudadanas.
Los antiguos polaviejistas, aunque todavía fieles al régimen de la Restauración y
a la monarquía, empezaban a convencerse de que era necesario presionar a los gobiernos
de Madrid de forma distinta de la de los partidos dinásticos y de que el catalanismo
posibilista ofrecía una vía moderada que podía ser efectiva.
A la postre, el Centro Nacional Catalán y la Unión Regionalista llegaron al acuerdo
de prestar apoyo a una candidatura integrada por personalidades ciudadanas en Barcelona.
El 25 de abril se constituyó la junta organizadora de la candidatura y de las elecciones,
y a pesar de que entonces se adoptó el nombre de Lliga Regionalista, esta denominación
no se hizo pública hasta después de las elecciones. El presidente era el ex alcalde
Bartomeu Robert y el vicepresidente otro catedrático de Medicina, el doctor Miquel
Àngel Fargas. También formaban parte de la junta, como vocales, algunos catalanistas
del Centro Nacional como Lluís Domènech i Montaner, Josep Pella i Forgas, Jaume Carner,
Antoni Gallissà, Lluís Duran i Ventosa y Francesc Cambó. Por parte de los polaviejistas
de la Unión Regionalista había empresarios conocidos como Manuel Raventós, Albert
Rusiñol, Sebastià Torres, Ernest Vilaregut, Narcís Pla i Daniel, Damià Mateu y Josep
Bertran i Musitu. Enric Prat de la Riba, al ser el director deLa Veu de Catalunya, inicialmente no aparecía.
Se alcanzó el acuerdo de presentar una candidatura por la ciudad de Barcelona integrada
por los presidentes de las entidades ciudadanas que más habían destacado en las movilizaciones
de los dos últimos años: el primer e indiscutible candidato era Bartomeu Robert, el
alcalde que había dimitido ante el Cierre de Cajas y antiguo presidente de la Sociedad
Barcelonesa de Amigos del País. También contó con un amplio consenso el nombre de
Lluís Domènech i Montaner, un catalanista notorio, arquitecto de prestigio y antiguo
presidente del Ateneu Barcelonés. El tercer candidato era el fabricante textil Albert
Rusiñol, antiguo presidente del Foment del Treball Nacional, y el cuarto Sebastià
Torres, dirigente máximo de la disuelta Liga de Defensa Industrial y Comercial, que
había agrupado a los gremios protagonistas del Cierre de Cajas. El quinto tenía que
ser Carles de Camps, marqués de Camps, presidente del Instituto Agrícola Catalán San
Isidro, pero en el último momento prefirió ser candidato por un distrito que consideraba
mucho más seguro, el de Olot, y ya no hubo tiempo de substituirlo. Por consiguiente,
aunque en Barcelona se podía votar a cinco candidatos de los siete que se elegían,
la candidatura catalanista y ciudadana de las elecciones de 1901 solo estuvo integrada
por cuatro presidentes.
La campaña electoral empezó mal porque el primer mitin, que tenía que celebrarse el
2 de mayo, fue suspendido por el delegado del gobierno con la excusa de que había
provocadores que lo querían boicotear ya desde el inicio. Finalmente se pudo realizar
el día 7 sin incidentes y con una gran asistencia de público. El programa, expuesto
básicamente por el doctor Robert, era sencillo pero ambicioso: se pedía la descentralización
administrativa, delegar más atribuciones a los ayuntamientos, autonomía regional y
concierto económico provincial o regional.
Esta vez las elecciones estuvieron organizadas a conciencia para evitar fracasos como
el de Vilafranca del año 1898. Ahora los catalanistas contaban con centenares de interventores
y con un grupo de notarios dispuestos a levantar acta de cualquier intento de irregularidad.
Además, tenían un factor muy favorable: el censo electoral de la ciudad se había revisado
a fondo y depurado durante la etapa de Robert en la alcaldía y ya no resultaba tan
fácil hacer votar a los muertos y excluir a los vivos. Jaume Carner, Francesc Cambó
y Ferran Agulló se convirtieron desde entonces en los principales especialistas en
elecciones. Habían estudiado a fondo el depurado censo electoral de la ciudad y habían
localizado a posibles simpatizantes de su candidatura para ejercer de interventores
y apoderados, con los que después elaboraron un diccionario electoral con la ficha
de todos los electores afines. Confeccionaron también mapas de los diferentes distritos
de la ciudad para localizar dónde tenían más o menos influencia y poder organizar
visitas propagandísticas. El 19 de mayo de 1901 se celebraron las elecciones y, pese
a las presiones del gobernador civil Ramón Larroca, la victoria de los cuatro presidentes
fue clara. Los cuatro fueron elegidos en primer lugar, seguidos de un dinástico solamente,
Pere Gerau Maristany, y de dos republicanos, Alejandro Lerroux y Francesc Pi i Margall.
En la biografía que escribió de Francesc Cambó, Josep Pla explica algunas anécdotas,
que parecen poco creíbles, sobre el papel que desempeñó en estas elecciones. Afirma
que Cambó amenazó, incluso físicamente, al político y financiero liberal Joaquim Sostres
de que si presentaba el centenar de actas que tenía falsificadas se produciría un
gran escándalo, y no se atrevió a hacerlo. No parece verosímil que el joven Cambó
tuviera entonces la capacidad de amenazar a un político tan experimentado como Sostres,
un hombre que poco después sería presidente de la Diputación de Barcelona (1905-1907)
y más tarde alcalde de la ciudad condal (1911-1913). De hecho, el escrutinio final
de las elecciones, que se llevó a cabo el 23 de mayo, fue fiscalizado y controlado
por el más experimentado de los catalanistas, Jaume Carner, ayudado, eso sí, por Cambó
y Agulló. De este modo, fueron elegidos diputados por la ciudad de Barcelona, por
orden de votos: Robert, Rusiñol, Domènech, Torres, Maristany, Lerroux y Pi i Margall.
Una semana después de dichas elecciones, los días 26 y 27 de mayo, tuvo lugar la Asamblea
de la Unió Catalanista de Tarrasa a la que asistió por última vez Francesc Cambó.
Iba, como siempre, con la delegación de Besalú, pero era evidente que aparecía como
el más destacado representante de los que habían conseguido la gran victoria electoral
en Barcelona. La actitud de la dirección de la Unió fue de una indiferencia hipócrita
ante lo ocurrido, puesto que se negaron a tratar el tema de la participación de los
catalanistas en las elecciones, a pesar de que lo habían pedido las distintas agrupaciones.
Cambó, que era el único dirigente de la Lliga que asistía —no acudieron ni Verdaguer,
ni Duran, ni Puig ni, por descontado, Prat—, llegó a la conclusión de que ellos ya
no tenían nada que hacer dentro de aquella organización y días después se dio de baja.
El éxito de la candidatura de la Lliga Regionalista se debía a que llenaba un vacío
político importante en Cataluña: la defensa de los intereses más generales de los
sectores empresariales, especialmente de los industriales y comerciantes, y también
de las clases medias, después de todo lo que había significado la grave crisis de
estado iniciada en 1898. Se había puesto de manifiesto que en Cataluña los partidos
dinásticos, a causa de su dependencia de los gobiernos de Madrid, no podían asumir
ni las demandas económicas del empresariado catalán, ni mucho menos las reivindicaciones
políticas y culturales de los catalanistas. La necesidad de un partido político catalán
se había puesto en evidencia con el fracaso del regeneracionismo español identificado
con el gobierno Silvela-Polavieja.
Fue un éxito político importante, puesto que, por primera vez desde el año 1875, la
candidatura gubernamental era derrotada en la ciudad más poblada del país ante una
candidatura situada fuera del sistema político, una candidatura ciudadana y catalanista.
No obstante, de los diputados elegidos, solamente Domènech era un notorio catalanista;
el doctor Robert era, de hecho, un converso, pero representaba a la nueva ciudadanía
sensibilizada, a las «clases neutras», como entonces se las denominaba. Para la gente
movilizada después del desastre, Robert era sin duda la figura más destacada y popular.
Albert Rusiñol, en cambio, solo era conocido en el ámbito del empresariado, dado que
era un fabricante que representaba claramente a la gente del Foment. Por su parte,
Torres, que había dirigido a los combativos gremios de comerciantes, también era uno
de los líderes más conocidos del Cierre de Cajas.
Parece ser que fue Cambó quien convenció al doctor Robert para que encabezara la candidatura.
En susMemoriasy también en la biografía del líder catalanista de Pla se cuentan las largas conversaciones
que mantuvieron. De todos modos, parece que estas «largas conversaciones» tuvieron
lugar en el verano de 1901, cuando Robert era ya diputado y ambos estaban de vacaciones
en Camprodón y en Olot, respectivamente. Fue entonces cuando hablaron largo y tendido
de política, no antes. Cambó organizó aquel mismo verano una conferencia de Robert
en Olot, pero él ya era diputado.
El resultado de las elecciones de los cuatro presidentes fue recibido de forma muy
desigual por las diferentes fuerzas políticas catalanas. Para los carlistas y para
los catalanistas de la Unió y deLa Renaixensaaquello no tenía ninguna importancia e incluso, con un cierto tono burlón, se intentó
ridiculizar a los nuevos diputados, asegurando que ninguno de ellos podría defender
de forma seria la causa del catalanismo. Sin embargo, cuando el doctor Robert se estrenó
como orador en el Congreso de los Diputados el 19 de julio, en una intervención en
respuesta al tradicional mensaje de la corona redactado por Sagasta, constataron su
error. Robert, con tono firme y decidido, acusó al régimen centralista de ser el responsable
de la decadencia política y económica de España, habló de la necesidad de proceder
a una amplia descentralización regional y manifestó claramente que el catalanismo
no era separatista, sino que quería la autonomía de todas las regiones. Este discurso
tuvo una amplia repercusión en la prensa de Cataluña. Por primera vez en la historia
del parlamentarismo español, un catalanista se dirigía a los políticos españoles y
proponía medidas reformadoras para todos los territorios del Estado, no solo para
Cataluña.
Cambó, concejal del Ayuntamiento de Barcelona (1902-1905)
Animados por el éxito de las elecciones a las Cortes del mes de mayo, los dirigentes
de la Lliga Regionalista decidieron participar también en las elecciones municipales
del 10 de noviembre de 1901. La decisión de concurrir en la ciudad de Barcelona estuvo
motivada por la voluntad de sacar provecho del éxito electoral anterior y por el fuerte
impacto de las intervenciones del doctor Robert en el Congreso. No obstante, era necesario
concretar un programa de intervención y de reformas a escala local, cuya principal
plataforma sería la ciudad condal. Por otro lado, la limpieza del censo electoral
realizada por Robert ofrecía más posibilidades de éxito que en otras ciudades.
La confección de la candidatura de los concejales no fue fácil. Estaba muy claro quién
podría figurar en ella: por un lado, de entre los militantes procedentes del antiguo
Centro Nacional Catalán destacaban considerablemente el arquitecto Josep Puig i Cadafalch
y los experimentados abogados Jaume Carner e Ildefons Sunyol; los sectores católicos
que también se habían incorporado a la Lliga propusieron a Ramón Albó y a Alexandre
M. Pons; la gente de los gremios de comerciantes defendía la presencia de algunos
de los más destacados dirigentes del Cierre de Cajas, como Evarist López. Al parecer,
Prat de la Riba tuvo que batallar de lo lindo para incluir también a Francesc Cambó
en la candidatura, puesto que su figura provocaba algunas reticencias. De entrada
porque era muy joven y hacía pocos meses que había cumplido los veinticinco años reglamentarios
para ser candidato. Por otro lado, Cambó no era demasiado conocido fuera del sector
estrictamente catalanista; en los ambientes económicos, culturales y sociales barceloneses
el joven abogado ampurdanés todavía era un desconocido. La intervención final de Verdaguer
i Callís a favor de la presencia de su pasante en la candidatura fue decisiva. Cambó,
junto con Puig i Cadafalch, se presentó por el distrito VI, que incluía la parte central
del Eixample, desde la calle Urgell hasta Rambla Catalunya, y por el sur desde la
calle del Carme hasta la Diagonal. Era el distrito en el que vivía Cambó, en una pensión
de la calle Consell de Cent n.º 230, cerca de Muntaner.
La campaña electoral fue dura porque se produjo un enfrentamiento triple entre unas
candidaturas que se presentaban todas como «unitarias»: estaba la de todos los republicanos
(federales, lerrouxistas y salmeronianos), la de todos los dinásticos (conservadores
y liberales juntos) y la de la Lliga Regionalista, que se presentaba por primera vez
con este nombre y aseguraba que reunía a todo tipo de catalanistas, desde los regionalistas
más moderados hasta los más nacionalistas. El mitin principal, que se realizó en el
distrito VI, lo presidió el doctor Robert e intervinieron Carner, Puig y Cambó. El
resultado de las elecciones municipales fue favorable a los candidatos de la Lliga,
que consiguieron más de 12.000 votos y 11 concejales, mientras que los republicanos
obtuvieron 11.000 sufragios y 10 concejales. Los monárquicos gubernamentales solo
alcanzaron unos 7.000 votos y obtuvieron solamente 4 concejales. En el distrito VI,
Puig i Cadafalch quedó en primer lugar, con 1.582 votos, seguido de Cambó, con 1.559,
mientras que de las minorías fue elegido el republicano veterano Narcís Buxó, con
1.087 votos. Una vez más, las fuerzas de la oposición habían derrotado a los candidatos
del gobierno y, lo que era más trascendente, los concejales no dinásticos —los catalanistas
y los republicanos— tenían mayoría en el consistorio barcelonés, aunque el alcalde
fuera de Real Orden, es decir, nombrado por el gobierno. Sin embargo, el 24 de noviembre
un concejal liberal y uno republicano impugnaron la elección de Francesc Cambó con
el argumento de que su edad era insuficiente —había cumplido los veinticinco años
el 2 de septiembre—, pero la impugnación fue desestimada el 21 de diciembre. Así pues,
«Francisco de Asís Cambó y Batlle, abogado y propietario», tomó posesión del cargo
de concejal del Ayuntamiento de Barcelona el día 1 de enero de 1902.
Después de las elecciones generales del mes de mayo y de las municipales de noviembre,
la reunificación de los catalanistas parecía todavía más difícil. La dirección de
la Unió Catalanista había hecho una enconada defensa del retraimiento electoral en
ambas convocatorias y los editoriales deLa Renaixensa, redactados por Pere Aldavert, continuaban censurando a la gente de la Lliga Regionalista,
a quienes se les negaba incluso la condición de catalanistas. Los intransigentes no
solo analizaban con indiferencia las victorias electorales de la Lliga, sino que se
enorgullecían de «no tener nada que ver» ni con la elección de los cuatro presidentes,
ni con las intervenciones del doctor Robert en el Congreso de los Diputados, ni con
la presencia de catalanistas en el Ayuntamiento de Barcelona.
Los cuatro años que Francesc Cambó fue concejal de Barcelona, desde el 1 de enero
de 1902 hasta el 31 de diciembre de 1905, constituyen un período de aprendizaje político
fundamental. Fue también durante aquel tiempo cuando decidió dejarse barba, porque
le hacía parecer mayor. Buena parte de los políticos del momento llevaban barba como
señal de madurez y seriedad. Siempre se ha dicho que para entender lo que realmente
es la vida política hay que empezar por la administración local. Además, Cambó tuvo
la suerte de que cuando se incorporó al Ayuntamiento de Barcelona no fue para actuar
desde la oposición, como era frecuente en las formaciones políticas nuevas, sino que
los catalanistas de la Lliga podían cogobernar la ciudad si eran capaces de llegar
a acuerdos con los republicanos. Años después, Cambó confesaría, al redactar sus memorias,
que en aquellos momentos estaba entusiasmado con el cargo de concejal porque veía
que se podían hacer grandes cosas y que, finalmente, podría demostrar sus habilidades
políticas. Se entendía muy bien con Puig i Cadafalch, gozaba de la total confianza
de Prat, pero percibía las reticencias de algunos de sus compañeros, especialmente
de Jaume Carner y de Ildefons Sunyol, que lo consideraban poco preparado y demasiado
impulsivo. Cambó confiesa que «a ningún otro cargo he consagrado tanto entusiasmo
como al de concejal de Barcelona ... ninguno me ha resultado tan útil en mi formación
de parlamentario y de gobernante». Reconocía que aquellos años de aprendizaje le sirvieron
para «convencerme de mi vocación por la vida pública, no de protesta ni de agitación,
sino de gobierno».
Aquel consistorio era el primero desde 1874 en que los partidos dinásticos no tenían
la mayoría, puesto que la suma de concejales republicanos y catalanistas era superior.
De este modo, el Ayuntamiento de Barcelona se convierte, a partir de 1902, en el primer
fórum político catalán en el que tuvieron lugar debates abiertos entre diferentes
fuerzas políticas y en el que se presentaron proyectos importantes para una mejor
gestión y modernización de la ciudad. La Barcelona de entonces era una ciudad grande,
la más poblada de España, con medio millón de habitantes desde la reciente anexión,
en el año 1897, de la mayoría de los municipios cercanos. Los dirigentes de la Lliga
tenían ideas muy claras sobre lo que había que hacer en el Ayuntamiento barcelonés
y sin duda se sorprendieron cuando vieron que podían pasar de los proyectos teóricos
a las medidas prácticas casi de manera inmediata. Ya en otoño de 1901, durante la
campaña electoral, se habían publicado enLa Veu de Catalunyauna serie de artículos, mayoritariamente firmados por Prat, Puig y Duran, sobre los
principales problemas de la ciudad, que incluían la relación de sus propuestas. En
primer lugar la moralización administrativa, centrada en la lucha contra la corrupción
y la reorganización interna de los servicios, para hacerlos más eficaces. No obstante,
los grandes ejes programáticos eran la elaboración del plan de enlaces entre la ciudad
vieja y los antiguos municipios del llano, la aceleración de la reforma interior —vía
Laietana—, la conversión de la deuda municipal, la reorganización de la administración
interna, la mejora de los servicios públicos —gas, electricidad, agua, transportes,
etc.— y emprender un ambicioso plan de política cultural: creación de nuevos museos,
bibliotecas, escuelas municipales, etc.
Aunque los concejales no dinásticos eran mayoría, su predominio era frágil y a menudo
las votaciones podían salir adelante por uno o dos votos; por consiguiente, era preciso
un pacto estable entre los republicanos y los catalanistas, y al mismo tiempo imponer
una clara disciplina de voto dentro de cada grupo para no ser derrotados. Era bien
sabido que los concejales dinásticos eran gente experimentada y conocedora del funcionamiento
interno del consistorio y que, además, contaban con la complicidad de algunos altos
funcionarios municipales. En la prensa satírica se les llamaba «la pandilla de la
uña» o los «estercoleros», y así se les conocía popularmente. Los concejales dinásticos
creían que con un poco de habilidad no perderían el control de las decisiones más
importantes ante los inexpertos concejales catalanistas y republicanos. Algunos de
estos concejales republicanos también eran cómplices de esta política corrupta. Cambó
explica que pocos días después de las elecciones, un concejal republicano que también
había sido elegido en su distrito, Narcís Buxó, que había sido alcalde de Barcelona
durante los primeros meses de la Primera República, en 1873, se dirigió a él diciéndole
que como era nuevo en el consistorio tenía que dejarse guiar por un hombre de su experiencia.
Sin embargo, desde el inicio del nuevo consistorio, el 7 de enero de 1902, el acuerdo
entre los catalanistas y los republicanos funcionó relativamente y consiguieron neutralizar
a los dinásticos mediante el control de las comisiones más importantes. Con no poca
habilidad, crearon la nueva Comisión Central, que tenía atribuciones muy genéricas,
y allí incorporaron a buena parte de los dinásticos, mientras que ellos dominaban
las tres comisiones que tenían más competencias: Hacienda, Gobernación y Fomento.
Los concejales de la Lliga habían elaborado un discurso regeneracionista y reformista
en el que planteaban que la vía municipal era un camino lícito y factible de dinamización
de la vida política catalana. De este modo, la reivindicación de la autonomía municipal
y del saneamiento económico de los ayuntamientos formaba parte de su programa fundamental.
En esos momentos, su programa a medio y largo plazo defendía un modelo de crecimiento
urbano moderno, pero había que estimularlo y orientarlo desde el Ayuntamiento. Era
necesario controlar el crecimiento del Eixample y reformar el núcleo de la ciudad
vieja. No obstante, la financiación de los proyectos solo sería factible mediante
la reconversión de la deuda municipal y el lanzamiento de nuevas emisiones, pero para
poder sacar adelante estos proyectos había que llevar a cabo una profunda reforma
de la maquinaria administrativa municipal y disponer de un servicio de estadística
efectivo.
En enero de 1902, Francesc Cambó fue designado concejal número 24 de la lista de los
cincuenta que integraban el consistorio barcelonés, elaborada en función de los votos
obtenidos en las elecciones de noviembre anterior. En un inicio fue nombrado miembro
de la Comisión Permanente de Hacienda, presidida por el veterano republicano Eusebi
Corominas, director deLa Publicidad, pero no tardó en formar parte también de dos comisiones especiales, la del Eixample
y la de Estadística, Padrón y Elecciones. Por otro lado, participó en la ponencia
que tenía que abordar la polémica cuestión de los servicios municipales.
En un inicio, Cambó tuvo un papel relativamente discreto en el consistorio. Junto
con Ramón Albó y Jaume Carner, formaba parte de la Comisión de Estadística, Padrón
y Elecciones, que les proporcionó el medio para perseverar en la tarea de depuración
del censo electoral que habían comenzado en la época del doctor Robert. Más trascendente
sería la labor que realizaría Cambó dentro de la ponencia, integrada por el republicano
Joan Molas y también por el miembro de la Lliga Bonaventura Plaja, que tenía por objetivo
plantear la reorganización de los servicios municipales, empezando por un tema harto
polémico: el reglamento de los empleados y funcionarios municipales. Este proyecto,
titulado «Renovación de los servicios municipales», tenía que poner fin a la situación
de interinidad y de abusos constantes. Tenía que concretar las características de
los empleados y funcionarios, el sistema de acceso y de promoción, el régimen disciplinario,
la remuneración y los derechos pasivos con el fin de terminar con las situaciones
anómalas y los múltiples abusos. Por indicación de Cambó, se requerirá la condición
de letrado para el responsable de las secciones y que todos los concursos sean públicos.
El debate más largo y tenso en el seno de la Comisión fue la propuesta de Cambó, que
exigía el conocimiento del catalán a los letrados, cuestión que provocó la ruptura
de voto de tres concejales republicanos que se manifestaron en contra, aunque finalmente
se aprobó por tan solo un voto de diferencia. A continuación se creó también el Negociado
de Estadística, Padrón y Elecciones, dirigido por Manuel Escudé i Bartolí, que en
el año 1903 empezaría a publicar elAnuario Estadístico de la Ciudad de Barcelona, obra que Prat de la Riba considerará «un documento de inapreciable valor en el que
palpita todo un programa de reformas».
El hecho de que los catalanistas tenían las ideas claras de lo que querían quedó reflejado
cuando, el 16 de enero de 1902, justo al inicio de su mandato, consiguieron que se
aprobase, a propuesta de Puig i Cadafalch, la creación de la Junta de Museos, que
centralizaba los diferentes centros artísticos municipales y que tendría un papel
sumamente decisivo en el futuro de la vida cultural de la ciudad.
Un año después, el 9 de julio de 1903, el Ayuntamiento aprobó las bases para un «Concurso
Internacional de anteproyectos de enlace de la zona del Eixample de Barcelona y los
pueblos agregados, entre sí y con el resto del término municipal de Sarriá y Horta».
El jurado de este concurso, integrado por Cambó, Puig y el contratista de obras republicano
Juli Marial, otorgó el primer premio al arquitecto occitano Leon Jaussely. El proyecto
incluía las infraestructuras viales, los enlaces ferroviarios, las zonas verdes, los
servicios públicos, los centros culturales y cívicos. El Plan Jaussely, que culminaba
el Plan Cerdá, recibió los elogios de la mayoría de los urbanistas, que valoraban
muy positivamente la pretensión de hacer de Barcelona una capital europea, aunque
también despertó las críticas de algunos propietarios que se vieron afectados.
Otra pieza clave de la reorganización interior del Ayuntamiento se basaba en fortalecer
la economía municipal ante su tradicional escasez de recursos, dado que la Ley de
Régimen Municipal no permitía que los ayuntamientos tuvieran créditos a corto plazo.
Por esta razón, a propuesta de los concejales de la Lliga, se recurrió a un contrato
de tesorería con el Banco Hispano Colonial, presidido por el marqués de Comillas,
que fue aprobado por el Ayuntamiento de Barcelona el 2 de noviembre de 1905 y autorizado
por el gobierno de Madrid al año siguiente.
Entretanto, los planes de reforma interna puestos en marcha por Ildefons Sunyol condujeron
al descubrimiento de que la fuente principal de ingresos del Ayuntamiento, el famoso
impuesto indirecto sobre «los consumos», era el centro predilecto de las corruptelas
practicadas por muchos concejales dinásticos y también por algunos republicanos. El
proyecto de nuevo presupuesto para el año 1903, preparado por Sunyol y presentado
a la Comisión de Hacienda, pretendía liquidar el déficit municipal mediante nuevos
arbitrios sobre comercio e industria y arrendar el impuesto de consumos. No obstante,
esta racionalización fiscal creó muchos problemas, como las protestas de los gremios
de comerciantes, y, sobre todo, encontró una dura resistencia por parte de los concejales
dinásticos. Francesc Cambó, en dos artículos publicados enLa Veu, expuso sintéticamente la propuesta de los concejales de la Lliga. Era preciso acabar
con la corrupción existente y que los servicios municipales funcionasen mejor, por
esto los catalanistas planteaban una propuesta ambiciosa, a largo plazo. Según Cambó,
la modernización municipal exigía inicialmente medidas duras, e incluso poco populares,
pero que permitirían alcanzar buenos resultados a medio plazo. No hay que olvidar
que la estrategia principal de los catalanistas era la exigencia de más atribuciones
económicas y políticas a los ayuntamientos: la descentralización de los grandes servicios
y más participación en el reparto de los impuestos estatales.
Tensiones y crisis en la ciudad y en la Lliga Regionalista
Mientras ocurría esto en el Ayuntamiento, la ciudad vivía una situación extremadamente
crítica que significó una suerte de prueba de fuego política para la Lliga Regionalista.
Esta formación mostró entonces una notable inseguridad e inmadurez ante tres cuestiones
fundamentales: los conflictos sociales, la actitud ante la monarquía y la represión
gubernamental del catalanismo. ¿Qué actitud habían de adoptar los catalanistas frente
a la conflictividad laboral?; ¿cómo tenían que actuar ante el nuevo monarca, Alfonso XIII,
y, en general, ante la monarquía española?; ¿cómo había que responder a la represión
realizada por el gobierno Sagasta? Hacer frente a estas cuestiones implicaba aclarar
temas importantes de orden doctrinal y, sobre todo, definir con más claridad la estrategia
y la táctica política, tanto en Barcelona como en Madrid. Esta compleja situación
coincidía con la presencia de Francesc Cambó en el Ayuntamiento de Barcelona como
concejal y también como miembro de la dirección de la Lliga Regionalista.
Durante los primeros meses de 1902 estalló una huelga general obrera que afectó notablemente
a la vida de la ciudad y que fue seguida de una oleada de represión política puesta
en marcha por el gobierno Sagasta, que se centró tanto en las sociedades como en las
publicaciones obreras, republicanas y, sobre todo, catalanistas. El enfrentamiento
entre las organizaciones patronales y los sindicatos obreros desembocó en la gran
huelga general de la ciudad de Barcelona, iniciada el 17 de febrero y seguida por
unos ochenta mil trabajadores industriales. El tumulto duró una semana y provocó violentos
incidentes en las calles, con diez muertos y treinta heridos. La radicalidad del conflicto
obligó a la Lliga a definirse explícitamente como formación que defendía los intereses
de los empresarios. DesdeLaVeuse acusó a los grupos anarquistas y al gobierno de Madrid de haber provocado el conflicto:
los primeros por ser revolucionarios intransigentes y el segundo por mostrarse incapaz
de mantener el orden público y la paz social.
Sin embargo, según la tesis política fundamental de los integrantes de la Lliga, defendida
por Prat y por los editoriales deLa Veu,la huelga general era obra de unos provocadores enviados por el gobierno de Madrid,
los lerrouxistas, que habían engañado a los trabajadores barceloneses. Esto marcará
el inicio de la gran campaña contra los lerrouxistas, que serán calificados de «agitadores
de oficio a sueldo del gobierno que tratan de desviar la opinión». Se intentó evitar
con toda clase de argumentos el reconocimiento de que en el seno de la sociedad catalana
había una gran confrontación de intereses entre la patronal y los trabajadores. Había
que ocultar la existencia de la lucha de clases. El gobierno Sagasta y los provocadores
lerrouxistas pasaron a ser «los verdaderos culpables».
Sin embargo, dos hechos casi simultáneos tendrían una gran repercusión en la dirección
de la Lliga Regionalista y acentuarían las vacilaciones y los conflictos internos,
fruto de la falta de definición. La detención, y posterior enfermedad, de Enric Prat
de la Riba, que lo apartó de la dirección política del partido entre el verano de
1902 y el mes de junio de 1903, y la muerte repentina, en abril de 1902, del doctor
Bartomeu Robert, principal parlamentario de la Lliga Regionalista.
El 2 de abril de 1902, un juez militar decretaba la detención de Enric Prat de la
Riba, en su condición de director deLa Veu de Catalunya, por haber reproducido en este diario los días 16 y 17 de marzo el breve artículo
«Separatismo en el Rosellón», deL’Independentde Perpiñán. Tras declarar ante el juez militar y ser interrogado por el fiscal militar,
Prat fue encarcelado y no se le puso en libertad hasta transcurridos cinco días, cuando
pasó a la condición de arresto domiciliario.
No ha trascendido demasiado que Francesc Cambó también se vio implicado en este asunto,
ni él mismo lo contó, y que el 6 de abril fue citado por el juez militar de Barcelona
para ser interrogado como redactor deLa Veu de Catalunya. Efectivamente, el 7 de abril, Cambó se presentó ante la autoridad militar y tuvo
que declarar, en primer lugar, que tenía veinticinco años, que era soltero, que ejercía
de abogado y que vivía en la calle Consell de Cent, 230, 1.º, de Barcelona. No obstante,
no dijo que era concejal del Ayuntamiento de Barcelona. Lo que sí afirmó fue que era
redactor del diario catalanista desde su fundación, pero que solo iba a la redacción
cuando llevaba un artículo para publicar. Asimismo declaró que la decisión de las
publicaciones dependía de Prat, el director, y del redactor jefe, Raimon Casellas.
Aseguró que ignoraba si Prat había ordenado o no la publicación del famoso artículo
y que creía que no existía ninguna relación política entre el periódico catalanista
y el de Perpiñán. Respecto al contenido del artículo, Cambó intentó exonerar a Prat
sosteniendo ante el juez militar que él consideraba que aquel texto pretendía
demostrar a los catalanes de España que sueñan con la anexión a Francia, como remedio
a nuestros males, que van completamente equivocados, como lo demuestran las quejas
y protestas contra el Estado francés que consignan algunos catalanes de Francia en
el remitido que publicaL’Independent.
Cambó concluyó su declaración afirmando que «si en España no estamos tan bien como
quisiéramos, en Francia estaríamos mucho peor».
Prat de la Riba fue liberado el 7 de abril y quedó en arresto domiciliario, pero la
causa se prolongó. El 3 de mayo el fiscal militar pidió su reingreso en prisión, pero
fue rechazado por el juez. El 22 de mayo, Prat obtuvo la condición de libertad provisional,
fue indultado el 5 de junio y la causa no quedó definitivamente desestimada hasta
el 1 de julio. En aquellos momentos ya se había detectado que padecía la enfermedad
de Basedow, hecho que le obligó a dejar buena parte de su actividad política y periodística
y después, ya en el mes de septiembre de 1902, a retirarse al sanatorio francés de
Durtal, en Puèi de Domat, donde permaneció internado durante diez meses.
Tres días después de la liberación de Prat, el doctor Robert, el político de la Lliga
Regionalista más popular, más prestigioso y el parlamentario más activo y destacado,
moría de un infarto. Era una pérdida insustituible. La ausencia de los dos políticos
con más autoridad en el seno de la Lliga —Prat y Robert— provocó un notable desconcierto.
Al diputado y fabricante Albert Rusiñol le correspondió asumir la presidencia provisional
del partido, pero su escasa experiencia política, unida a una tibia catalanidad, no
tardó en provocar enfrentamientos con Domènech i Montaner y otros miembros de la dirección.
Aquel mismo mes de abril, faltos de una dirección con autoridad y criterio, los concejales
de la Lliga tuvieron que enfrentarse a un problema político de especial gravedad en
el Ayuntamiento de Barcelona: sumarse o no a las fiestas organizadas para celebrar
la mayoría de edad del rey Alfonso XIII. En efecto, el 17 de mayo de 1902, el monarca
cumplía dieciséis años y asumía las funciones de jefe de Estado. Se ponía fin a la
regencia de su madre, María Cristina de Habsburgo. El gobierno Sagasta había pedido
a todos los ayuntamientos de España que celebrasen el acontecimiento organizando actos
y fiestas populares, pero aquello exigía que los consistorios votasen unos créditos
extraordinarios. La posición de los concejales de la Lliga no era fácil. Por un lado,
estaba la voluntad de los catalanistas de romper con el conformismo tradicional del
consistorio barcelonés respecto a todo cuanto procedía del gobierno de Madrid y, por
consiguiente, el deseo de acabar con la subordinación de los partidos dinásticos.
Ahora bien, alinearse con los republicanos y boicotear las fiestas también tenía costes
políticos, ya que aquello molestaría a los sectores más moderados de la Lliga, que
eran promonárquicos, o como mínimo antirrepublicanos. Encontrar un equilibrio, una
especie de equidistancia, entre el monarquismo y el republicanismo sin provocar el
descontento de algún sector del partido no era sencillo. Además, la dirección de la
Lliga recibía numerosas presiones, desde el obispo de Vic, Josep Torras i Bages, hasta
los presidentes de las entidades patronales, para que no se ofendiese a la familia
real. Entre los concejales de la Lliga predominó entonces una reacción espontánea
de rechazo a todo lo que viniese del gobierno y del sistema centralista. Querían manifestar
claramente su irritación ante la detención de Prat y la actuación del gobierno Sagasta.
Esta actitud era, seguramente, producto de la irritación más que de un antimonarquismo
coherente. Así pues, la propuesta de un crédito extraordinario de 75.000 pesetas hecha
por el alcalde de la ciudad, el liberal Joan Amat, para celebrar la entronización
de Alfonso XIII fue rechazada por los concejales catalanistas y republicanos, que
sumaron 27 votos frente a los 14 favorables a la propuesta del alcalde.
Al parecer, fue el propio Francesc Cambó quien ofreció como alternativa a la propuesta
del alcalde que la ciudad votase un crédito extraordinario para recuperar las fiestas
de la Mercè, que aunque se habían establecido en el año 1871, no se celebraban desde
hacía cinco años, en 1897. La trascendencia política de la posición adoptada por el
consistorio barcelonés era notable. Por más que los concejales catalanistas insistieran
en que la votación no iba en contra de la persona del nuevo monarca, ni tampoco contra
la monarquía, sino contra el gobierno Sagasta, la noticia que acaparó todos los periódicos
catalanes y españoles era que la ciudad de Barcelona, con el voto de los catalanistas
y de los republicanos, se negaba a participar en las fiestas en honor del rey y, en
cambio, organizaba las fiestas de la Mercè. De todos modos, esta actitud de protesta
de los concejales de la Lliga pronto se vio reforzada a causa de la persistente represión
gubernamental contra todo tipo de manifestaciones de catalanismo. El 4 de junio, por
ejemplo, la autoridad militar prohibió la celebración de los Juegos Florales en la
ciudad de Barcelona y hubo que trasladar dicho certamen literario a Sant Martí del
Canigó, en la Cataluña francesa, el 11 de septiembre de 1902.
Sin embargo, a mediados del mes de mayo, la noticia de un posible viaje del joven
rey a Barcelona para las próximas fiestas de la Mercè provocó un gran nerviosismo.
Francesc Cambó estaba entonces muy preocupado por el compromiso que supondría para
los concejales catalanistas una visita real en aquellas circunstancias. Por este motivo
le pidió por carta a Prat, a principios del mes de junio de 1902, que convocara una
reunión urgente de la dirección de la Lliga para tratar del asunto. Finalmente, la
visita real se aplazó, pero es muy significativo que dirigentes de la Lliga, como
Cambó, consideraran un error político boicotear la estancia del monarca en la ciudad.
No era un problema de simple táctica. Las diferencias, de hecho, eran de concepción
política general del partido y de la posibilidad de conseguir beneficios parciales.
Una actitud intransigente con la institución monárquica, como la de los republicanos,
condenaba a la Lliga Regionalista a una cierta marginalidad y dificultaba que prosperara
cualquier demanda intermedia por vías legales. La Lliga arrastrará esta contradicción
a lo largo de dos años. Con todo, era un contrasentido mantener una posición de rechazo
público a la monarquía y después ir a los ministerios de Madrid a pedir concesiones
como el concierto económico, o más atribuciones para los ayuntamientos controlados
por ellos.
El concejal Cambó frente a la corrupción: el caso
del gas Strache
Francesc Cambó tuvo una intervención muy destacada en un escándalo que adquirió gran
notoriedad en la vida de Barcelona y tuvo una repercusión apasionada en la prensa:
el llamado caso del gas Strache. Este fue, sin lugar a duda, el primer asunto que
le proporcionó popularidad durante su permanencia en el Ayuntamiento como concejal
y, políticamente, aprendió mucho, puesto que entonces se percató de cómo funcionaba
el mundo de la baja política, las extrañas relaciones entre intereses económicos y
política municipal, y las dificultades que entrañaba enfrentarse con quienes hacían
un uso constante de la demagogia y la mentira. Según el propio Prat de la Riba, aquello
fue «una guerra larga y acalorada, con toda clase de emboscadas y trampas».
La cuestión del suministro de gas a la ciudad era compleja: había dos compañías, la
Catalana de Gas y Electricidad y la Compañía de Gas Lebón, que en 1900 habían decidido
incrementar en cinco céntimos el precio del metro cúbico, lo que provocó una gran
protesta ciudadana. El Ayuntamiento, principal cliente con el alumbrado público, decidió
convocar un concurso público para el suministro, pero solo se presentó una empresa,
la Compañía Internacional del Gas de Agua, que era propiedad del doctor Strache de
Viena. No obstante, este sistema de gas de agua obligaba a realizar unas obras importantes
en las instalaciones de gas utilizadas hasta entonces. Los concejales catalanistas,
que inicialmente eran partidarios de la municipalización del servicio, empezaron a
sospechar que detrás de la propuesta de Strache había intereses oscuros, dada la insistencia
de cierta prensa republicana, especialmente de los periódicosLa PublicidadyEl Diluvio, en elogiar las excelencias del sistema Strache.
Desde finales de 1902 hubo debates encarnizados en el consistorio, sobre todo en las
comisiones del Eixample y de Hacienda, de las que formaba parte Cambó. La mayoría
de los concejales proponían negociar con la empresa Strache, pero debido al alto coste
de la concesión, había que hacer una emisión especial de deuda municipal. En junio
de 1903, Cambó presentó a la Comisión de Hacienda un dictamen en contra de la concesión
porque las condiciones económicas eran muy desfavorables para el Ayuntamiento, ya
que no se trataba de crear una empresa municipal, sino de comprar la patente a Strache
por una cantidad muy elevada, 14 millones de pesetas —el presupuesto ordinario municipal
anual era de unos 39 millones—, y, además, el Ayuntamiento tenía que construir nuevas
fábricas de gas, que serían utilizadas por esta empresa. No obstante, había un dictamen
de los técnicos municipales que recomendaba el nuevo sistema de fabricar gas a partir
del agua ofrecido por la empresa Strache. Por otro lado, dicha compañía, que parecía
muy interesada en conseguir a cualquier precio el monopolio del suministro de gas
a la ciudad, no dudó en relacionarse directamente con la mayoría de los concejales
dinásticos y unos cuantos republicanos para obtener, de este modo, la concesión sin
problemas, pese a la oposición de los catalanistas. Pronto comenzaron las presiones
sobre los concejales catalanistas y se puso de manifiesto que los republicanos (Narcís
Buxó, Josep M. Serraclara, Francesc de P. Nebot i Cantí) estaban vinculados a los
intereses de la empresa Strache y que, además, una parte de la prensa de Barcelona
cobraba de la compañía austríaca. A los concejales de la Lliga les llegó la información
de que la compañía austríaca estaba dispuesta a repartir un millón de pesetas en sobornos
entre los concejales y los funcionarios municipales.
Parecía que la mayoría de los concejales, los dinásticos y buena parte de los republicanos,
votarían a favor de una concesión rápida a la empresa Strache y que querían neutralizar
como fuera las críticas de la minoría catalanista, que, encabezada por Cambó, consideraba
que había que sacar un nuevo concurso público de alcance internacional y tratar de
crear una compañía municipal de gas. De este modo, en julio de 1903 se presentaron
al plenario del consistorio del Ayuntamiento dos dictámenes opuestos: el favorable
a la empresa Strache y el contrario redactado por Cambó, y se tenía que votar. Hubo
una campaña en la prensa a favor de Strache y en contra de las pretensiones de los
concejales catalanistas, en la que destacaron los artículos del periódico republicanoEl Diluvio. En una primera votación los partidarios de Strache, dinásticos y republicanos, ganaron
por 22 votos contra 13, pese a una significativa abstención o ausencia de 15 concejales.
De todos modos, los letrados asesores jurídicos del Ayuntamiento suspendieron el acuerdo
señalando que había numerosas irregularidades en la adjudicación.
Fue entonces cuando Francesc Cambó sufrió un primer intento de soborno, después de
diversas amenazas y por último una querella judicial: un periodista deEl Diluvio, que era ex sacerdote, le llevó un sobre con dinero para que no asistiese a la sesión
decisiva en la que tenía que defender su dictamen. Cambó se negó, fue amenazado y
a la postre denunciado ante el juzgado por parte de Josep Samsó, antiguo concejal
y ex vocal de la Comisión del Eixample, «por injurias». El 18 de agosto de 1903, el
juez interino del distrito del Parque de Barcelona dictaba la suspensión cautelar
de Francesc Cambó del ejercicio del cargo de concejal mientras se examinaba la querella.
Aprovechando las circunstancias, aquel mismo día los concejales republicanos Serraclara
y Nebot presentaron la propuesta de adjudicar el concurso a la empresa Strache con
carácter de urgencia en un pleno extraordinario del Ayuntamiento. Con una presencia
mínima de concejales —era mediados de agosto— la propuesta se aceptó por ocho votos
contra cinco. La maniobra de desprestigiar a Cambó denunciándolo y dejándolo fuera
de juego parecía haberse consumado.
Sin embargo, Francesc Cambó reaccionó con rapidez. El sábado 22 de agosto visitaba
al gobernador civil, Carlos González Rothwos, para denunciar aquella maniobra y la
posible complicidad de la judicatura. La gestión tuvo éxito, porque cinco días después,
el 27 de agosto, un nuevo decreto judicial dejaba sin efecto su suspensión. A ello
probablemente contribuyó la rotunda defensa que el propio Cambó había hecho de sí
mismo mediante la publicación de cinco artículos enLa Veu de Catalunya, entre los días 8 y 31 de agosto, en los que explicaba con detalle todo aquel asunto,
denunciaba la persecución a la que estaba sometido y citaba los nombres y apellidos
de los concejales corruptos. Por su parte, Jaume Carner y Josep Puig i Cadafalch asumieron
la dirección de la lucha en el seno del Ayuntamiento y denunciaron públicamente a
los concejales corruptos y las amenazas recibidas por Cambó. El escándalo fue tan
sonado que el gobernador civil se vio obligado a intervenir y la mayoría de los concejales
republicanos reaccionaron y censuraron la actitud de sus compañeros corruptos. Finalmente,
en octubre de 1903, el dictamen a favor del gas Strache fue rechazado por la mayoría
municipal en una larguísima sesión. Aquella fue una gran victoria del tándem Cambó-
Carner. A la postre, la concesión del gas recayó nuevamente en la empresa Lebón, sociedad
francesa que algunos barceloneses calificaban dela mauvaise(la mala), con unas condiciones muy favorables a la compañía, puesto que el ayuntamiento
barcelonés no tenía capacidad financiera para municipalizar el servicio de alumbrado
de la ciudad.
Esa actitud firme de Cambó frente a los negocios sucios que se promovían en el Ayuntamiento
de Barcelona le dio gran prestigio político. Empezaba a ser un hombre conocido, y
buena parte de la prensa, no solo la catalanista, lo presentaba como el concejal combativo
que había denunciado con éxito un caso escandaloso de corrupción municipal. Sin embargo,
pocos meses después, la compañía beneficiada en aquel asunto, la del Gas Lebón, no
tenía inconveniente alguno en financiar indirectamente a la Lliga Regionalista. De
este modo, adquirió cuatro acciones del periódicoLa Veu de Catalunyapor un valor de diez mil pesetas; aunque sabían que no era una inversión económicamente
rentable, sí lo era políticamente.
En lo relativo a su relación con compañías de transporte público, en 1905, cuando
Francesc Cambó era concejal de la Comisión de Nuevos Servicios Públicos, intervino
en la decisión de conceder la explotación de gran parte del servicio de transporte
público (tranvías) a la sociedad Les Tramways de Barcelone, Société Anonyme, constituida
en Bruselas el 10 de agosto de 1905 con un capital de once millones de francos belgas.
La negociación de esta concesión permitirá a Francesc Cambó conocer personalmente
a Danie Nusbaum Heineman, nombrado director delegado de la Société Financière de Transports
et d’Entreprises Industrielles, SOFINA el año anterior y hombre de confianza de la
familia Rathenau, propietaria de AEG, en lo relativo a la proyección exterior de la
gran empresa alemana.
De las actuaciones de Francesc Cambó como concejal de Barcelona cabe destacar asimismo
la intervención en los incidentes que se produjeron en torno a la muerte de Jacint
Verdaguer el 10 de junio de 1902. Al enterarse de que mossèn Jacint Verdaguer se estaba
muriendo en Vila Joana, en Vallvidrera, Narcís Verdaguer, que era primo suyo, suplicó
a Cambó que impidiese que los sectores republicanos que habían publicado sus escritos,
«En defensa propia», capitalizasen su muerte y que echase de aquella casa a toda la
gente que merodeaba en torno al poeta. En susMemorias, Cambó explica que fue él quien convenció al alcalde de Barcelona, Joan Amat, de
que el Ayuntamiento se encargase de todo y organizase el entierro oficial de Verdaguer.
Cuenta que él mismo llevó el cadáver del poeta a la ciudad para exponerlo en el Salón
de Ciento y que después participó en la organización del entierro, que fue, como es
bien sabido, el más multitudinario de cuantos se hubieran celebrado en Barcelona hasta
entonces. No obstante, hay que relativizar el protagonismo de Cambó en este asunto,
porque, en primer lugar, la comisión municipal que tenía que ocuparse del entierro
de «mossènCinto» estaba integrada por seis concejales: Roig i Torres, Lluch, Selvas, Mans, Fabra
Ledesma y Cambó. Por consiguiente, fueron estos seis, y no solo él, los que fueron
a Vila Joana acompañados de guardias municipales, expulsaron a la gente que rodeaba
el cadáver y condujeron los restos de mossènCinto hasta el Salón de Ciento. Es más, el encargado oficial de organizar el ceremonial
del entierro no fue Cambó, sino el arquitecto municipal Falqués.
Asimismo, hay que señalar de su etapa de concejal el gran éxito, que en susMemoriasse atribuye, de las recuperadas fiestas de la Mercè en septiembre de 1902. Es cierto
que fue él quien diseñó el carácter de las fiestas y se pasó todo el verano en Barcelona
organizándolas. Cambó sabía que lo que más éxito había tenido en las fiestas de la
Mercè del año 1871, cuando se crearon, había sido llevar a la ciudad manifestaciones
de las más variadas fiestas mayores, tradiciones y personajes populares de toda Cataluña.
Así pues, Cambó invitó a las fiestas de Barcelona a grupos de toda índole, desde gigantes
y cabezudos hastapatumsycastellers, y organizó conciertos del Orfeó Català y de los Coros de Clavé, además de bailes
de sardanas en los barrios. Las coplas ampurdanesas que llevó a Barcelona para aquellas
fiestas de la Mercè hicieron una espectacular demostración de sardanas, una danza
entonces casi desconocida en la ciudad. Dado que él era de los pocos barceloneses
que sabían «contar y repartir» no paró de enseñar a bailar.
Una de las últimas intervenciones de Cambó en calidad de concejal, antes de agotar
el mandato a finales de 1905, tuvo lugar el 27 de octubre de aquel mismo año, cuando
en un plenario municipal pidió explicaciones al alcalde dinástico Gabriel Lluch de
por qué en un viaje oficial a Zaragoza, y sin haberlo consultado previamente en el
consistorio, había ofrecido la vara del alcalde Rius i Taulet a la Virgen del Pilar.
Durante los años en que ejerció el cargo de concejal, Cambó dejó de vivir en una pensión
—la última fue la de la calle Consell de Cent, 230— y alquiló un piso en la plaza
de Sant Miquel n.º 3, al lado del Ayuntamiento, donde también instaló su primer despacho
de abogado. Había decidido aprovechar las relaciones y el prestigio que le proporcionaba
el cargo de concejal para crearse un futuro profesional como abogado. Su hermana pequeña,
Cristina, se trasladó a vivir con él para encargarse de la administración de la casa.
Su padre, Miquel Cambó de Traver, que seguía con interés su carrera política y que
más de una vez le había prestado ayuda económica, murió en Besalú a principios de
diciembre de 1903. Francesc Cambó, como heredero principal, pasó a gestionar el patrimonio
familiar y tuvo que hacerse cargo de la manutención no solo de su hermana Cristina,
sino también de su madre y de su hermana mayor, Dolors, que vivían en Besalú.
Los enfrentamientos y tensiones dentro de la Lliga
En septiembre de 1902, pese a que no tuvo lugar el viaje del rey, el empeoramiento
de su salud obligó a Prat a acudir al sanatorio de Durtal, mientras Albert Rusiñol
asumía la presidencia en funciones de la Lliga. En aquellos momentos era evidente
que dentro de la dirección del partido catalanista convivían tendencias diferentes
y enfrentadas: el grupo formado en torno a Prat de la Riba yLa Veu; los republicanos del Ateneu; el sector más vinculado a los intereses de las corporaciones
económicas y patronales; el sector de los católicos vinculados al obispado y, finalmente,
un grupo más heterogéneo de profesionales liberales. Aunque externamente las divergencias
políticas no aparecían y la Lliga mantenía la imagen de formación cohesionada y representativa,
internamente las discrepancias se intensificarían en el año 1903 y desembocarían en
la crisis de 1904.
A todo esto hay que añadir el ambiente enrarecido creado en el seno de la política
española por la presencia del catalanismo en las Cortes y su fuerza en el Ayuntamiento
de Barcelona. A partir de 1901, se abrieron grandes controversias en los medios políticos,
periodísticos e intelectuales de Madrid sobre lo que constituía la gran novedad: la
irrupción del catalanismo político. Se publicaron numerosos artículos y libritos,
se celebraron conferencias y debates en los que predominaban posicionamientos hostiles,
o por lo menos muy reticentes, respecto a las intenciones de los catalanistas. Esta
actitud era la que imperaba, a pesar de que algunos catalanistas no dejaban de manifestar
signos de moderación e intentaban aproximarse a los movimientos regeneracionistas
españoles, especialmente al de las cámaras de comercio y a la Unión Nacional inspirada
por Joaquín Costa y dirigida por el empresario aragonés Basilio Paraíso. Querían coincidir
con estos sectores en las demandas de reformas administrativas de carácter descentralizador
y en el concierto económico provincial.
No obstante, desde la muerte del doctor Robert la imagen de inoperancia de los parlamentarios
de la Lliga era tal que, en diciembre de 1902, el sector más vinculado a los intereses
económicos adoptó una iniciativa política importante al margen de la dirección de
la Lliga: los cuatro presidentes de las entidades catalanas más representativas —Felip
Bertran d’Amat, de la Sociedad de Amigos del País; Ignasi Girona, del Institut Agrícola
Català de Sant Isidre; Lluís Ferrer-Vidal, del Foment, y Raimon d’Abadal, del Ateneu—
decidieron acudir a Madrid. Allí mantuvieron entrevistas con el que era el nuevo jefe
del gobierno desde el 6 de diciembre, el conservador Francisco Silvela, y con la reina
madre, María Cristina, en un significativo acto de desagravio hacia la institución
monárquica. Las corporaciones catalanas parecían actuar, una vez más, por su cuenta,
al margen de la Lliga Regionalista.
El año 1903, pese a ser exitoso desde el punto de vista personal para Francesc Cambó
como concejal de Barcelona, en el terreno más general fue bastante negativo para la
Lliga Regionalista, que sufriría tres derrotas electorales consecutivas, hecho que
agravaría la crisis interna. Los fracasos electorales pusieron de manifiesto la confusión
política existente dentro del partido como consecuencia de dos factores externos y
uno interno. Los primeros eran los efectos políticos de la irrupción triunfal en Barcelona
del lerrouxismo, es decir, de una tendencia muy radical y demagógica del republicanismo,
y también del miedo social generado en el seno de los sectores más conservadores de
la ciudad por la huelga general de febrero de 1902. Como hemos visto, estos acontecimientos
acentuaron las actitudes conservadoras y antirrepublicanas dentro de la Lliga y finalmente
se produjo la ruptura de la alianza municipal. El factor interno era la constatación
de que la ausencia de Prat de la Riba, todavía ingresado en el sanatorio de Durtal,
había dejado al partido sin una dirección efectiva. Prat era un claro referente de
autoridad, puesto que todos los dirigentes de la Lliga acudían a él para informarle
con todo detalle de los problemas del partido y para pedirle su opinión.
Las tensiones internas se incrementaron todavía más en la Lliga cuando hubo que confeccionar
la candidatura para presentarse a las elecciones a diputados el 30 de abril de 1903,
convocadas por el nuevo gobierno conservador presidido por Antonio Maura. La crisis
evidenciaba la falta de autoridad del presidente del partido, Albert Rusiñol. Lluís
Domènech y Jaume Carner denunciaron por escrito a Prat de la Riba la deriva hacia
la derecha católica y antiliberal que estaba experimentando el partido y la actitud
«rebelde» de algunos de los políticos más jóvenes, en clara referencia a Francesc
Cambó y Lluís Duran, que actuaban por su cuenta en el seno de la Lliga sin tener autoridad
para ello. Finalmente, tomó la dirección efectiva de la Lliga Regionalista el terceto
formado por Lluís Domènech, Jaume Carner y Lluís Duran. Decidieron que la candidatura
por Barcelona estaría integrada por dos de los antiguos diputados —Rusiñol y Domènech—,
por dos representantes del sector más liberal y contrario a cualquier alianza con
los católicos, carlistas y dinásticos —Jaume Carner e Ildefons Sunyol— y por un representante
del mundo empresarial —Lluís Ferrer-Vidal, entonces presidente del Foment. En Barcelona,
la derrota frente a los republicanos, que con más de 35.000 votos consiguieron que
saliesen elegidos sus cinco diputados (Salmerón, Lerroux, Vallès i Ribot, Junoy y
Anglès), fue espectacular, puesto que los catalanistas de la Lliga, con unos 11.000
votos, solo obtuvieron los escaños de los dos antiguos diputados, Albert Rusiñol y
Lluís Domènech.
Esta derrota agravó la difícil situación del partido catalanista. Se veían atacados
por un republicanismo muy radicalizado que ya no quería pactar con ellos en el Ayuntamiento,
por imposición de Lerroux. Además, el dinastismo oficial, dinamizado ahora por el
nuevo proyecto conservador de Antonio Maura, les disputaba la influencia entre los
sectores católicos y los empresarios. En esta situación, la Lliga Regionalista difícilmente
podía continuar manteniendo una actitud reticente, e incluso hostil, respecto a la
monarquía y a los grupos dinásticos si, además, tenía que enfrentarse al «peligro»
lerrouxista.
La confusión se manifestaba también en el hecho de que cada dirigente expresaba su
opinión libremente sin buscar el consenso. Así pues, Francesc Cambó y Lluís Duran
i Ventosa, que representaban al sector defensor de las alianzas con la extrema derecha,
no solo no eran autocríticos con sus posiciones, sino que las defendían con gran seguridad
e incluso con un exceso de optimismo. En una carta a Prat de la Riba, Francesc Cambó
sostenía que «la tormenta republicana pasará rápido», y creía que la Lliga se recuperaría
pronto —«tendremos tanta o más fuerza que antes»—. El joven concejal ampurdanés estaba
convencido de que «la unión de los elementos conservadores y de orden nos garantizará
la victoria». Para Cambó la opción era clara: la Lliga tenía que ser la fuerza política
que representase a los sectores acomodados y conservadores de la ciudad para hacer
frente al republicanismo lerrouxista.
No obstante, aquel mismo día Domènech i Montaner escribía a Prat explicándole la situación
de Barcelona en términos totalmente diferentes. Él era pesimista, consideraba que
la Lliga era «una jaula de grillos» a causa de los enfrentamientos. La situación era
tan extrema que, según él, Carner y Sunyol amenazaban con abandonar la Lliga para
crear una «izquierda regionalista», y las propuestas de Rusiñol habían provocado una
«protesta general» y una total confusión: «todo el mundo dimitía: Duran, Cambó —quizás
el culpable de todo—». En el sector más liberal de la Lliga empezaba a extenderse
la imagen de que Francesc Cambó era un intrigante y un manipulador.
Era evidente que los aspectos más catalanistas del programa de la Lliga Regionalista
habían dejado de ser prioritarios para dar paso a la defensa de los intereses sociales
más conservadores. No obstante, Prat de la Riba matizaba un poco parte de la opinión
de Cambó. En una carta enviada a Domènech poco después, consideraba que la Lliga tenía
que ser en primer lugar el único polo de atracción de toda la derecha catalana, de
los católicos y de los no católicos, con el fin de luchar «bajo la misma bandera autonomista».
Más adelante, una vez conseguida la autonomía, sería conveniente, incluso necesaria,
la existencia de un partido católico y de otro de izquierdas, ambos catalanistas.
Es decir, mientras la lucha política se librase contra la izquierda radical de Lerroux
y contra el centralismo de Madrid, era preciso constituir un solo bloque conservador
y catalanista, después ya se vería.
La última derrota electoral fue en las elecciones municipales de noviembre de 1903.
Una vez más, las rivalidades internas sobre quién debía figurar en la candidatura
por Barcelona provocaron tensiones hasta que al final se impusieron los defensores
de una candidatura integrada preferentemente por representantes de los gremios de
comerciantes y de los fabricantes, en detrimento de los políticos catalanistas. De
nuevo la derrota fue notable: los republicanos consiguieron diecinueve concejales
y más de 28.000 votos, mientras que la candidatura de la Lliga, que justo alcanzaba
los 12.000 votos, solo obtuvo siete concejales. Peor todavía: los republicanos pasaban
a disponer de la mayoría absoluta en el consistorio barcelonés.
Estos resultados negativos incrementaron las tensiones en el seno de la Lliga. Los
recelos se manifestaron claramente en la Junta General de Barcelona que se celebró
el 29 de noviembre con el objetivo de elegir a una nueva dirección. La candidatura
«oficial», en la que predominaban los partidarios del acuerdo conservador y del orden,
no fue elegida íntegramente a causa de la oposición del sector más liberal. Alguno
de los más afectados, como el historiador Josep Pella i Forgas, denunció que en aquella
reunión, a la que asistieron 120 socios, había predominado «un ambiente de casino».
A principios de enero de 1904, una nueva reunión de la Junta Directiva decidía una
reorganización del partido que venía a demostrar que Francesc Cambó todavía tenía
un papel político relativamente secundario en la Lliga. Así pues, mientras Lluís Duran
se encargaba de la presidencia de la comisión dedicada a estudiar el programa político
y Jaume Carner presidía la comisión de organización electoral, Francesc Cambó solo
formaba parte de la comisión secundaria de servicios administrativos, junto con su
amigo Josep Bertran i Musitu.
Era de sobra evidente que la Lliga Regionalista estaba perdiendo buena parte de la
influencia política que había tenido dos años antes en Barcelona. Las victorias republicanas
habían fortalecido notablemente a Lerroux, que empezaba a organizar demostraciones
de fuerza en la ciudad con multitudinarias «meriendas fraternales» y mítines masivos.
La práctica totalidad de las tendencias republicanas barcelonesas, incluidos los federales,
parecían haber aceptado el liderazgo de Lerroux. Incluso el viejo Valentí Almirall,
que murió un año después, prestó su apoyo explícito a la candidatura de la Unión Republicana
que, encabezada por Lerroux, se enfrentó a la de la Lliga en las elecciones de aquel
mismo año.
Los dirigentes de la Lliga, preocupados por la formación de un gran frente republicano,
censuraron duramente a los federales por aliarse con anticatalanistas tan notorios
como Lerroux. A partir de este momento, los miembros de la Lliga dedicarán todos sus
esfuerzos a divulgar la tesis de que Lerroux era un provocador de disturbios enviado
por el gobierno de Madrid. El propio Cambó escribió un artículo en el que reproducía
unas supuestas cartas de dicho líder republicano a un anarquista de Palamós incitándolo
a promover huelgas en las fábricas de corcho de Palafrugell y Palamós.
A pesar de estas denuncias, el dominio republicano sobre Barcelona se iba consolidando.
Cuando el 1 de enero de 1904 se formó el nuevo consistorio, en el que Cambó seguía
siendo concejal, los republicanos tenían mayoría absoluta y controlaban las comisiones
más importantes, mientras que los catalanistas, convertidos en oposición, veían peligrar
sus proyectos de transformación de la ciudad y de reforma del Ayuntamiento. Pese a
esta situación, tanto Cambó como Puig supieron moverse con habilidad dentro del consistorio
hasta conseguir que algunos de sus proyectos más fundamentales —concesiones de nuevos
servicios públicos, el Plan Jaussely, el contrato con el Banco Hispano Colonial para
construir la vía Laietana— fuesen también aceptados por los concejales republicanos.
Años más tarde, cuando ya se movía con facilidad por la política española, Cambó consiguió
beneficios importantes para el Ayuntamiento de Barcelona y se mostró notablemente
generoso con la ciudad que lo había elegido concejal a la edad de veinticinco años.
A finales de 1903 tuvo lugar un cambio político que proporcionó algunas esperanzas
al sector más moderado de la Lliga, el que defendía un cierto entendimiento con conservadores
de toda clase. El 4 de octubre se había formado un nuevo gobierno en Madrid, presidido
por el conservador Antonio Maura, que ya había anunciado que presentaría en el Congreso
un proyecto de ley de reforma de la administración local que afectaría a la composición
y atribuciones de los ayuntamientos y diputaciones provinciales. Aunque parecía que
el proyecto de Maura no iba a recoger los principales puntos políticos del programa
de la Lliga Regionalista —como el concierto económico—, algunos dirigentes del partido,
y en especial Prat de la Riba, que ya había regresado a Barcelona, no dudaron en considerar
que tarde o temprano habría que entenderse y negociar con el nuevo líder de los conservadores
españoles. El gobierno Maura abría unas posibilidades políticas que los miembros del
sector más pragmático de la Lliga, entre ellos Francesc Cambó, no tenían intención
de despreciar.
La entrevista de Cambó con el rey y la escisión de la Lliga
Los motivos del gobierno Maura para organizar un viaje del joven rey a Cataluña eran
evidentes. La intención era acercar al monarca al pueblo, dar prestigio a la monarquía
y contrarrestar el efecto del boicot del viaje del año 1902. No obstante, no dejaba
de ser un atrevimiento llevarlo a Barcelona, una ciudad en la que predominaban unos
republicanos harto radicales y unos catalanistas poco o nada monárquicos. Se trataba
de una jugada política arriesgada que pretendía obligar a la Lliga Regionalista a
definirse, a decidir si quería hacer política dentro de las reglas del sistema de
la Restauración, con la posibilidad de obtener algunas compensaciones, o si prefería
quedar marginada dentro del bloque de la oposición antidinástica junto con los republicanos.
El viaje real, que duraría trece días e incluía la visita a una docena de ciudades
catalanas, se preparó con esmero. Incluso el gobernador civil de Barcelona, Carlos
González Rothwos, decidió no celebrar una «corrida de toros en honor del Rey ... para
no ofender a los auténticos catalanes».
Para llevar a cabo este desafío a la Lliga y a los republicanos, Maura contaba con
el apoyo de los sectores católicos de la ciudad, sobre todo del grupo dirigido por
el poderoso marqués de Comillas, Claudio López Bru, y también de muchos dirigentes
de las corporaciones económicas de Cataluña. Por otro lado, el viaje se producía en
un momento de confusión política en la Lliga y de disputas internas. Uno de los políticos
que poco después abandonaría la Lliga, Joaquim Casas-Carbó, destacó el papel clave
que empezaba a desempeñar Francesc Cambó en lo que terminaría desencadenando la crisis
política de abril de 1904:
Los liberales-demócratas que actuaban en el seno de la Lliga Regionalista y enLa Veu de Catalunyano pudieron impedir el predominio en ellas del elemento conservador, y más que conservador
reaccionario. Losleadersefectivos ya no eran el doctor Robert ... ni Domènech, ni Carner ... losleadersefectivos eran Cambó y Prat.
La tesis que defendía Prat, y también Cambó, era muy diferente. Consideraban que la
lucha que existía dentro de la Lliga la había provocado un pequeño grupo muy politizado,
puritano y esencialista en exceso, el de la gente de izquierdas, que querían convertirla
en un partido típico de la Restauración. Los de la «peña del Ateneu» eran considerados
demasiado republicanos, de querer imponer un programa radical, rozando el todo o nada.
Y por si fuera poco, defendían candidaturas integradas solo por políticos y despreciaban
la presencia de industriales y comerciantes. De hecho, las discrepancias reflejaban
también la falta de definición política del partido, que estaba experimentando un
notable crecimiento en cuanto a influencia y a militantes, sobre todo en la ciudad
de Barcelona, y que se esforzaba por integrar a gente de procedencias muy diversas.
De todos modos, la confusión política y las ambigüedades acerca de cómo actuar afectaban
a la mayoría de los dirigentes de la Lliga, incluso a Francesc Cambó. Este último,
por ejemplo, había publicado un confuso artículo enLa Veua finales de 1904, en el que se posicionaba contra un posible viaje del rey Alfonso XIII
a Barcelona. Lo denunciaba como una maniobra del gobierno Maura para comprometer a
los catalanistas, puesto que el activismo radical de los lerrouxistas había conducido
a las clases acomodadas hacia posiciones muy conservadoras y promonárquicas. Sin acabar
de definirse con precisión, pero con evidente mala intención, Cambó anunciaba que
ante la visita del rey, los catalanistas solo tenían dos opciones: o bien silbarle
o bien aceptarlo, pero que una actitud de simple inhibición no tenía sentido alguno.
Cuando a principios de marzo de 1904 se confirmó la noticia del próximo viaje real
a Cataluña, inmediatamente estallaron grandes discusiones en el seno de la Lliga.
No tardaron en aparecer dos posiciones: los más liberales, dirigidos por Domènech,
Carner, Sunyol y Casas-Cardó, eran partidarios de abstenerse de cualquier intervención
en las recepciones y actos reales. Consideraban que el programa político catalanista
ya había sido presentado en el Congreso de los Diputados por Robert y Domènech, y
que todavía no había ninguna respuesta favorable a la autonomía, ni por parte del
anterior gobierno liberal ni por el nuevo del conservador Maura. Sostenían que la
Lliga no podía asociarse a ningún acto destinado a honrar a un rey y a un gobierno
que no se habían dignado a dar respuesta a las aspiraciones catalanas. Para ellos,
el viaje real era un acto perverso de Maura para hacer ostentación de la monarquía
y para dividir al pueblo catalán. Además, estaban convencidos de que el gobierno pretendía
ridiculizar al catalanismo presentándolo como una causa reducida, como una minoría
perturbadora, contestataria y nada representativa de la sociedad.
En cambio, los elementos conservadores de la Lliga, que también integraba a algunos
individuos claramente monárquicos, consideraban que esta institución era un instrumento
fundamental para la defensa del orden social y que, por ello, los catalanistas no
podían alinearse con los republicanos de Lerroux. Este sector pensaba, además, que
si el viaje del rey, pese al boicot o la inhibición, resultaba un éxito político,
el prestigio de la Lliga y de la causa catalana quedarían deteriorados. El joven abogado
Josep Bertrán i Musitu, que empezaba a ser amigo personal de Cambó en la Lliga, fue
sin duda el dirigente que más presión ejerció a favor de una acogida cordial al monarca.
A pesar de su juventud, era ya un importante empresario, había sido directivo de la
Liga de Defensa Industrial y Comercial y de la Unión Regionalista polaviejista y estaba
muy bien relacionado con el mundo de los grandes negocios. Josep Bertrán —Pep o Pepito,
como lo llamaba Cambó— sería durante muchos años el representante más evidente del
sector promonárquico dentro de la Lliga Regionalista, de los más vinculados al mundo
de los grandes negocios y, también, el de menos sensibilidad catalanista.
En una reunión de la Junta Directiva de la Lliga, a la que asistieron medio centenar
de personas en función de sus cargos —diputados, senadores, concejales y directores
de publicaciones—, tan solo una minoría defendió que había que acoger con cordialidad
al monarca y al gobierno Maura. Predominó claramente el sector partidario del abstencionismo,
que incluía desde algunos viejos catalanistas —como Domènech y Abadal— hasta los republicanos
de la peña del Ateneu —Carner, Sunyol, Giralt, Lluhí— y también a personas de posiciones
intermedias, como Joan Ventosa o Joan Pijoan. Se eligió una comisión, integrada por
Sunyol, Carner, Abadal y Prat, para que, recogiendo el criterio mayoritario en sentido
abstencionista, redactase el manifiesto oficial de la Lliga ante el viaje del rey.
Algunos concejales discreparon ostensiblemente por esta posición y no tardaron en
manifestarse públicamente en contra. El presidente del Foment del Treball Nacional,
Lluís Ferrer-Vidal, que era miembro de la Lliga, hizo un llamamiento público para
que se acogiese al rey con la máxima cortesía y para «hacerle presente las aspiraciones
económicas de Cataluña».
Unos días antes de su llegada, Domènech denunciaba a Prat que algunos diputados, senadores
y concejales de la Lliga pretendían romper el acuerdo y, en referencia a la influencia
de los empresarios dentro del partido, sentenciaba: «Tenemos jefes, gente y dinero,
pero el dinero hace de cabeza y los jefes de cola». Domènech, que aparecía como el
más vehemente defensor de la posición de boicot al viaje real, consideraba que si
el gobierno Maura, aprovechando la ocasión del viaje, satisfacía algunas demandas,
como el puerto franco en Barcelona, o aceptaba la diputación única catalana, conseguiría
un gran apoyo del pueblo catalán. Sin embargo, el gobierno Maura ya había anunciado
que haría solamente pequeñas concesiones de carácter administrativo. De hecho, lo
único relevante, dada la insistencia de la demanda, fue la creación de la Escuela
Industrial de Barcelona.
Por su parte, Francesc Cambó publicó enLa Veuun artículo en el que aseguraba que al monarca le llegaría «la impresión del descontento
general, de la protesta casi unánime por la política del Estado español». Este texto,
que era ambiguo pero no pusilánime, se interpretó posteriormente como una especie
de insinuación de que había que presentar al rey las reivindicaciones catalanas.
El manifiesto oficial de la Lliga se publicó enLa Veuel 6 de abril, justo el día de la llegada del monarca, bajo el título «Al pueblo catalán»
y estaba firmado por Albert Rusiñol, en calidad de presidente, y por Joan Ventosa
i Calvell, que había sido elegido secretario de la Junta Directiva en noviembre de
1903, en sustitución de Lluís Duran i Ventosa. Tras recordar las reivindicaciones
fundamentales del catalanismo y la nula respuesta de los gobiernos españoles, declaraba
que «la Lliga Regionalista no puede, en semejantes circunstancias, asociarse a las
manifestaciones de alegría impropias de las preocupaciones del presente y de las amenazas
del futuro». El texto reafirmaba la heterogeneidad circunstancial del partido, dado
que «en él caben monárquicos y republicanos, caben todas las opiniones y creencias,
ya que la causa de Cataluña es una causa nacional».
Sin embargo, el paseo del joven rey por las abarrotadas calles de Barcelona el 6 de
abril representó un triunfo político del gobierno Maura y también para el propio rey.
Ante esta situación, dos concejales catalanistas, Alexandre M. Pons y Josep Pella
i Forgas, defensores de la necesidad de presentar al rey las exigencias catalanas,
se pusieron en contacto con el alcalde, el monárquico Guillem Boladeres Romà, y un
funcionario «de Palacio» para informarles de la posibilidad de que esto se llevase
a cabo durante la visita del rey al Ayuntamiento, al día siguiente, 7 de abril. Se
celebró una reunión urgente de concejales catalanistas, sin la presencia de Sunyol,
en la que hubo un gran debate y, finalmente, se acordó por mayoría realizar un acto
reivindicativo ante del rey, aunque aquello supusiese romper el acuerdo adoptado por
la Junta Directiva. Se manifestaron en contra seis concejales: Carner, Giralt, Abadal,
Pijoan, Albó y Pla i Deniel; y a favor nueve: Pons, Mas i Cuadros, Serra, Pella, Cambó,
Bogunyà, Peris, Nubiola y Rogent. Estos encargaron a Francesc Cambó, como concejal
más joven, que pronunciase un discurso reivindicativo ante el rey. Se informó de ello
a Prat, que dio su consentimiento.
Así pues, el 7 de abril a las cuatro de la tarde, en el despacho del alcalde de Barcelona,
Francesc Cambó, tras anunciar que hablaba en nombre de los concejales catalanistas,
leyó ante Alfonso XIII un breve texto en castellano, en el que, después de reconocer
que la ciudad de Barcelona había recibido al monarca con gran cortesía, afirmó que
quería hablarle «con catalana franqueza y con toda lealtad» y porque «esta ciudad,
Señor, no se siente feliz». Cambó le planteó al monarca la necesidad que tenía la
ciudad de Barcelona de disponer de «libertad para dar expansión a sus fuerzas y energías»,
y argumentó que esta se veía impedida por la existencia de una legislación que «oprime
y ahoga». Se lamentaba de que «el Ayuntamiento no tiene libertad de acción ni medios
económicos. De lo que paga el pueblo para el fomento de la Ciudad, solo en una parte
mínima en la Ciudad se queda». Sostenía que para progresar económicamente era preciso
disponer de muchos medios más «y por ello los regionalistas pedimos todas las autonomías
de los organismos naturales: de la región, del municipio, de la familia». Por último
aseguraba que si en España se conseguía un régimen general de autonomías, no solo
su pueblo se haría más grande, sino también «su rey». Era el discurso de un reformista
respetuoso con el sistema político vigente.
En el texto de Cambó no hubo ninguna alusión al hecho de que el catalanismo era accidentalista
en la cuestión de régimen político. La apelación directa al monarca se había convertido,
desde la presentación del Memorial de Agravios a Alfonso XII, el 10 de marzo de 1885,
en un instrumento político de los catalanistas, porque consideraban que dirigirse
al jefe del Estado sin intermediarios resultaba útil para denunciar públicamente a
los gobiernos y sus políticas. Aquel acto de Francesc Cambó sin duda estaba inspirado
en el que se llevó a cabo tres años antes, cuando el alcalde checo de Praga leyó un
largo memorial reivindicativo ante el emperador Francisco José de Austria. El propio
Cambó escribió entonces un artículo enLa Veuelogiando la actitud del alcalde checo y destacando la gran importancia política de
aquel proceder.
La respuesta del monarca al discurso de Cambó fue muy breve y se limitó a recordar
que dar satisfacción a las demandas políticas de los catalanistas era tarea del gobierno
y de las Cortes, no del jefe del Estado. Hubo también respuestas evasivas por parte
del ministro de la Guerra, el general Linares, presente en el acto, y al día siguiente
de Maura. La ausencia de Maura en el acto y el hecho de que el rey eludiera la cuestión
mermaron la importancia que los concejales catalanistas querían darle al mensaje,
puesto que esperaban, como mínimo, una respuesta concreta por parte del rey o del
presidente del gobierno.
El acto de Cambó, pese a su limitada trascendencia política, provocó grandes protestas
y también adhesiones que dividieron la Lliga y provocaron una gran escisión. Al día
siguiente apareció una dura nota de cuatro concejales contrarios al acto de Cambó
—Carner, Sunyol, Giralt y Pijoan— que fue publicada en todos los diarios de la ciudad,
a excepción deLa Veu de Catalunya, donde no se mencionó por orden de Prat y Casellas. No obstante, este periódico publicó
al día siguiente una nota de Prat que trataba de restar importancia al asunto y un
artículo de Lluís Duran, «El rey de los concejales», en el que defendía la actitud
de Cambó y ratificaba el accidentalismo del partido catalanista. En susMemoriasCambó ofrece una versión muy particular de este incidente. No habla de la nota de
los cuatro concejales contra su acto, ni de que no la publicaraLa Veu, y sostiene que la gran mayoría de los centros y de los militantesde la Lliga aprobaron «con entusiasmo mi golpe de audacia», algo que no era cierto.
En ningún momento menciona que gran parte de la prensa, incluso la catalanista, informaba
de que el acto de Cambó provocaría tarde o temprano una crisis en el seno de la Lliga
Regionalista. En general, la prensa conservadora y monárquica de la ciudad, comoLa VanguardiayDiario de Barcelona, elogiaron el acto de Cambó, mientras que la de Madrid, con titulares como «Los catalanistas
presentan cuentas», destacaba la poca educación del concejal, ya que, ignorando el
protocolo, había realizado una intervención impertinente que había cogido desprevenidos
al rey y al gobierno.
Lluís Domènech estaba indignado. Consideraba que la acción de Francesc Cambó dividía
a los catalanistas de la Lliga en monárquicos y republicanos. Mientras la prensa republicana
de Barcelona publicaba mensajes y cartas de apoyo a los concejales contrarios al acto
de Cambó,La Veutan solo recogía cada día los nombres de los que enviaban felicitaciones, la mayoría
conocidos empresarios, aunque también había intelectuales destacados como Joan Maragall
o Narcís Oller.
Prat de la Riba, desdeLa Veu, defendió sin ambages la actuación de los concejales que habían roto el acuerdo de
la Junta Directiva y publicó artículos que justificaban el acto y que incluso lo enaltecían,
mientras se negaba a hacer públicos los textos críticos y las censuras. El ataque
más duro contra Cambó apareció el 14 de abril en el semanario catalanistaJoventut, una publicación relativamente afín a la Unió Catalanista. Era el artículo «Fivallers
de guardarropía», firmado por la redacción, aunque muchos estaban convencidos de que
era de Lluís Domènech i Montaner. En él Cambó era calificado de «concejal ex-casi-regionalista»
y se advertía, sobre todo, que su acción significaba la división inevitable de la
Lliga, además de denunciar los intereses políticos que había detrás de todo aquello:
«Detrás de estos Fivallers hay maquiavelos baratos, más o menos admiradores de Tizza
y de Maura, que ellos y nosotros conocemos de sobra. Sería conveniente desenmascararlos».
Se produjo un acontecimiento que acabó por reforzar la posición del sector conservador
de la Lliga Regionalista: el atentado contra Antonio Maura, perpetrado el 12 de abril
en las calles de Barcelona, del que salió con heridas leves. Este acto terrorista
provocó una gran reacción de condena y de adhesión al jefe del gobierno por parte
de numerosas personalidades y entidades de la ciudad, que incluso convocaron el cierre
de las tiendas en señal de protesta. Sin embargo, esta movilización de censura del
atentado se convirtió en una contundente defensa de los valores más conservadores,
católicos, antirrepublicanos e incluso antiliberales. Esta reacción ciudadana, animada
por la prensa monárquica —desde elDiario de BarcelonahastaLa Vanguardia—, fue utilizada también porLa Veu de Catalunyapara sumarse a las críticas contra los elementos que querían «republicanizar el catalanismo».
Los catalanistas conservadores aprovecharon los dos últimos días de la presencia del
rey y de Maura en Cataluña para hacer hincapié en las perspectivas políticas que ofrecían
las promesas reformadoras que anunciaba el presidente del gobierno. Maura en persona,
y con gran habilidad, manifestó que las reivindicaciones que le habían presentado
las corporaciones económicas catalanas eran justas y les pidió su colaboración en
la tarea de regenerar España. Una vez finalizado el viaje real a Cataluña, la prensa
catalana, todas las tendencias incluidas, coincidió en que había sido útil para relacionar
al monarca y al gobierno Maura con los elementos más representativos del mundo económico
catalán, y eso significaba también un cierto triunfo del sector del catalanismo más
partidario de alcanzar acuerdos con el gobierno central.
Francesc Cambó, en susMemorias, sostiene que su acción ante el rey pretendía también impedir que Maura aprovechase
el éxito de la visita real para reorganizar y fortalecer el partido conservador de
Cataluña con la intención de debilitar a la Lliga Regionalista y hacer «retroceder
el proceso de recatalanización de la burguesía catalana». Según él, gracias a su iniciativa
la Lliga consiguió cohesión política y se consolidó como el partido de «toda la gente
conservadora y de orden».
No obstante, la Lliga Regionalista vivía momentos de gran tensión interna. Se celebró
una reunión tumultuosa en la Junta Directiva en la que abundaron los enfrentamientos
verbales. Dimitió el presidente Albert Rusiñol y fue nombrada una comisión mediadora
encargada de reorganizar el partido y de definir su estrategia, integrada por el propio
Rusiñol, Prat, Abadal y Carner. Propusieron la creación de un organismo de dirección
reducido y con poderes ejecutivos, aunque siempre dependería de una Junta Directiva
más amplia. Así nació la famosa Comisión de Acción Política de la Lliga Regionalista,
que duraría hasta la guerra civil.
Era evidente que el sector conservador llevaba la iniciativa, que Carner y Domènech
estaban cada vez más aislados y que Prat de la Riba tenía el apoyo de Albert Rusiñol
y de Raimon d’Abadal, así como de buena parte de los dirigentes. Efectivamente, Prat
defendía públicamente el éxito político del acto de Cambó y lo presentaba como el
ejemplo táctico de lo que debería ser la política de la Lliga. El accidentalismo del
partido catalanista implicaba, según él, la necesidad de establecer relaciones con
el poder político de Madrid, fuese del color que fuese: «El catalanismo no es monárquico
ni republicano. Que cada uno tenga su propio criterio acerca de los problemas de la
organización pública, pero que no busque fuera de Cataluña la fórmula y la dirección
para llevarla a cabo».
El 18 de junio de 1904 se convocó una Junta extraordinaria de la Lliga en la que se
aprobó sin problema alguno la propuesta de Prat de crear una Comisión de Acción Política
con poderes ejecutivos plenos e integrada por cinco personas. La gran polémica surgió
al proponer a los miembros de dicha comisión, cuya lista había sido elaborada por
Prat y Rusiñol y presentada por Pere Rahola, amigo íntimo de Cambó de cuando estudiaba
en Gerona. Los cinco propuestos eran Rusiñol, Prat, Abadal, Cambó y Carner. La presencia
de Cambó, «el principal enemigo» de los liberales, y la ausencia de Domènech provocaron
airadas protestas. Se afirmó que no había ponderación entre las tendencias. Los liberales
exigieron la presencia de Domènech, como elemento de garantía del catalanismo histórico,
en lugar de Cambó. Esto provocó el rechazo de los conservadores, pese a que Raimon
d’Abadal se ofreció para ser excluido, en caso necesario, y poder llegar a un acuerdo.
La reunión de la Junta terminó con un gran escándalo, griterío y enfrentamientos personales.
Inmediatamente se produjo la dimisión de Carner, que se negó a formar parte de la
Comisión. Por su parte, Domènech, en una durísima carta dirigida a Prat, anunció también
su baja de la Lliga: «entrega demasiado el movimiento a la venalidad insustancial
de unos y al cinismo aventurero y carente de reflexión de otros».
De este modo, en julio de 1904, los que quedaban de la Lliga constituyeron la nueva
Comisión de Acción Política, pero sorprendentemente ahora solo estaría formada por
tres personas. Habían desaparecido de la propuesta los nombres de Rusiñol, Abadal
y Carner, y tan solo figuraban Prat y Cambó, con la incorporación de Lluís Duran i
Ventosa, un hombre muy vinculado personalmente a Prat y a Cambó. Albert Rusiñol mantenía
el cargo, más bien honorífico, de presidente de la Junta Directiva, y Pere Rahola
ocupaba el de secretario de la Junta. El triunvirato Prat-Cambó-Duran alcanzó poderes
casi absolutos desde el momento en que su cargo pasó a ser vitalicio. Pronto se produjo
una cierta división de funciones: Prat se encargaría de la política catalana, Cambó
de la española y Duran de la de Barcelona. Muchos años después, Lluís Duran reconoció
que esta Comisión de Acción Política, formada por estos tres hombres, funcionó siempre
sin «la menor grieta en cuanto a la unanimidad de las decisiones».
Si bien el 10 de julio se llevó a cabo un banquete de «hermandad», en el que hablaron
Rusiñol, Prat, Cambó y Abadal, no se pudo ocultar el hecho de que numerosos militantes
y dirigentes habían abandonado la Lliga: de los antiguos miembros de la Junta Directiva
ya no estaban ni Domènech, ni Carner, ni Sunyol, ni Giralt ni tampoco Joan Ventosa.
Este último, que había sido secretario en la última Junta Directiva, fue durante un
tiempo director del portavoz de los disidentes, el semanarioEl Poble Català, pero a principios de 1905 regresó a la Lliga. Sin ser dirigentes destacados también
se dieron de baja Lluhí i Rissech, Casas-Carbó, Gomis, Rodon y otros muchos.
Lluís Domènech i Montaner era, con mucho, el más indignado por todo aquel asunto.
En una entrevista al periódicoNoticias, atribuyó a Rusiñol y a Abadal la representación del sector «dinástico-maurista»,
a Prat del «reaccionario-clerical» y a Cambó «la representación pasional». Su odio
hacia Cambó era evidente. Según Raimon Casellas, «Domènech está excitadísimo y furioso
contra la Lliga. De Cambó dice que acabará en presidio». Los reproches que se lanzaban
unos a otros durarían muchos años.
Como ya hemos mencionado, los escindidos de la Lliga Regionalista fundaron el semanarioEl Poble Català,que al cabo de un año se convirtió en un periódico y se erigió en la alternativa progresista
a la cada vez más conservadora posición deLa Veu de Catalunya. Domènech, desde este periódico, se mostraba convencido de que la Lliga solamente
ejercería influencia entre la «gentecilla del comercio y aprendices», mientras que
a los escindidos de izquierdas les seguirían los intelectuales y las clases medias.
El diagnóstico de Prat era bien distinto. En unas notas manuscritas de 1907, que nunca
se publicaron, escribió:
Para nosotros no era ningún secreto el sentimiento republicano de la mayoría de nuestros
antiguos compañeros, enseguida nos percatamos de que no era su sentimiento catalanista,
sino su mentalidad republicana, lo que les sublevaba frente al criterio de libertad
proclamado por la Lliga con motivo de la visita del rey a Barcelona.
Tras la escisión, la Lliga Regionalista se consolidó como el partido de las clases
acomodadas y medias de Barcelona, y después de las catalanas, lo que la obligará a
situarse dentro del sistema político de la Restauración. De forma progresiva se convertirá
en sustituto del partido conservador. No obstante, entre sus dirigentes había una
cierta preocupación por lo que podían hacer los catalanistas de izquierdas. Su actitud
fue negarles toda representatividad y credibilidad. Como antes hiciera con ellosLa Renaixensa, ahora será Prat quien, desdeLa Veu, acuse a los catalanistas demócratas y liberales de ser un sector muy minoritario
y poco representativo y, lo que es peor, de ser unos simples «disidentes». Según Prat
y Cambó había que establecer una ortodoxia muy clara: los catalanistas auténticos
eran solo ellos, los de la Lliga Regionalista y deLa Veu. Fue entonces, a principios de 1905, cuando la Lliga Regionalista se presentó por
primera vez a las elecciones provinciales sin nadie del sector de izquierdas. Aunque
la victoria de los republicanos fue clara, consiguieron entrar en la Diputación de
Barcelona con cinco diputados catalanistas, entre ellos Enric Prat de la Riba, que
fue elegido por el distrito Barcelona-Badalona.
En primavera de 1905, dos desgracias familiares afectaron profundamente a Francesc
Cambó: la muerte, en marzo y abril, prácticamente una tras otra, de sus dos hermanas,
Dolors y Cristina, que tenían poco más de veinte años y con las que se sentía muy
unido. Ambas murieron de tifus, la primera en la casa de Besalú y la segunda en su
piso de Barcelona. De la numerosa familia Cambó, ahora tan solo quedaban él, que administraba
el patrimonio familiar, y su madre, Josepa, que tenía sesenta años y que aún viviría
veinte años más entre Besalú y Verges y después más cerca de él, en Vilasar de Mar
y Barcelona. Abatido y deprimido por este doble fallecimiento, durante aquella Semana
Santa se trasladó al Monasterio de Poblet acompañado de su amigo Josep Pijoan y de
dos conocidos intelectuales catalanistas, más mayores y reconocidos referentes culturales:
el profesor Antoni Rubió i Lluch, que tenía cuarenta y nueve años, y el poeta Joan
Maragall, de cuarenta y cinco. Cambó y Pijoan, en cambio, no llegaban a los treinta.
Francesc Cambó abandonó durante unos meses la actividad política: primero se fue a
Italia, acompañado de Josep Puig i Cadafalch, que le hizo de guía, y posteriormente,
durante los meses de mayo y junio realizó un largo viaje por Europa, en el que visitó
París y Londres. En susMemoriasconfiesa que durante este viaje estuvo a punto de casarse, pero nunca menciona quién
pudo haberse convertido en su mujer, lo trataremos más adelante. En esta misma época
cambió otra vez de piso en Barcelona: dejó la pequeña vivienda que tenía alquilada
en la plaza de Sant Miquel y se trasladó, junto con su despacho, a otra más grande
en la calle Trafalgar.
Gran parte del verano de 1905 la pasó en Barcelona participando en las actividades
del Ayuntamiento y en las reuniones de la dirección de la Lliga que debían abordar
la nueva situación política provocada por la caída del gobierno Maura a causa de la
primera de las numerosas intromisiones del rey Alfonso XIII que conllevó la dimisión
del político mallorquín. El propio Cambó destacará en susMemoriasque Maura dimitió entonces «para mantener la dignidad del poder civil ante una intolerable
intromisión regia». La dimisión del gobierno conservador propició que en junio de
1905 se formase un nuevo gobierno presidido por el viejo liberal gallego Eugenio Montero
Ríos, que procedió a la obligada convocatoria de elecciones a las Cortes, fijadas
para el 10 de septiembre.
El 30 de agosto se anunció que la candidatura de la Lliga Regionalista por la ciudad
de Barcelona estaría integrada por Ignasi Girona, presidente del Instituto Agrícola
Catalán de San Isidro; Josep Pella i Forgas, presidente de la Sociedad Barcelonesa
de Amigos del País; Francesc Cambó, «concejal, abogado y propietario»; Josep Puig
i Cadafalch, «concejal, arquitecto y propietario», y Frederic Rahola, economista y
vicepresidente del Foment del Treball Nacional. Era la primera vez que Cambó se presentaba
como candidato a diputado de las Cortes. No resultó elegido, aquella fue su primera
derrota.
La Lliga Regionalista se presentaba a las elecciones generales del 10 de septiembre
de 1905 sin la presencia del sector de izquierdas en sus candidaturas. Pese a que
los editoriales deLa Veuhicieron un llamamiento para «conseguir el renacimiento integral de nuestra tierra»,
de hecho, durante toda la campaña electoral se puso de manifiesto que los ligueros
buscaban el voto conservador, el de las clases acomodadas y de los sectores empresariales,
pero sin dejar de presentarse como la única propuesta de país. La propia composición
de las candidaturas hacía gala de ello. En el caso de la ciudad de Barcelona, había
dos representantes de los sectores económicos y fracasó el intento de presentar como
candidato al escritor Joan Maragall. Según Prat de la Riba, la candidatura de la Lliga
carecía de un representante de los intelectuales que había de figurar «junto con el
fabricante, el agricultor, el artista y el político» —se refería a Rahola, Girona,
Puig y Cambó—. Sin embargo, el «poeta» se negó y el historiador Josep Pella ocupó
su lugar. Durante la campaña, Cambó intervino en diversos mítines y fue presentado
por Prat de la Riba como el representante de «la voluntad consciente de Cataluña en
la acción, en la lucha por conseguir el objetivo deseado de la plena reconquista de
sus derechos como pueblo» y como el futuro hombre de acción de la Lliga en Madrid.
En Barcelona, las elecciones representaron una nueva victoria de los republicanos,
que obtuvieron más de 25.000 votos y consiguieron la elección de sus cinco candidatos:
Rafael Rodríguez Méndez, Nicolás Salmerón, Pere Pi i Sunyer, Alejandro Lerroux y Emili
Junoy. Los catalanistas de la Lliga solo consiguieron colocar como diputados a dos
de sus candidatos, Girona y Rahola, los más vinculados a los sectores empresariales,
con unos 14.000 votos. Francesc Cambó, que obtuvo 13.736 votos, quedó en octavo lugar
de los siete que se elegían. Fue su primera derrota. Aun así, la Lliga había experimentado
un cierto incremento de votos, unos 2.500 más respecto a los obtenidos dos años antes.
Al relativo fracaso electoral se añadió el escándalo provocado por uno de sus candidatos,
el historiador Josep Pella i Forgas, que falsificó de manera burda unas actas para
tratar de salir elegido. Esta acción fue denunciada ante la Junta Electoral y la dirección
de la Lliga no tuvo más remedio que expulsarlo del partido.
En el ámbito más general, los catalanistas de la Lliga se habían reforzado un poco,
puesto que de tener cinco diputados habían pasado a tener siete. De todos modos, el
panorama de sus diputados estaba claramente orientado hacia los representantes de
los sectores empresariales y se apreciaba una escasa presencia de la nueva élite política:
el único elegido realmente vinculado al núcleo dirigente de la Lliga era Josep Bertran
i Musitu. En cambio, la mayor parte de sus dirigentes más conocidos habían sido derrotados:
Cambó y Puig i Cadafalch en Barcelona, y Joan Ventosa en Torroella de Montgrí. Solo
la mitad de los candidatos que se habían presentado resultaron elegidos. Por otro
lado, la influencia del partido en el conjunto de Cataluña era muy irregular. Solo
tenían presencia en las diputaciones de Barcelona y Gerona. En las comarcas tarraconenses
y leridanas, donde casi ni presentaba candidatos a las elecciones municipales ni provinciales,
tenía una escasa implantación; en las comarcas de Gerona tenía una mayor presencia,
mientras que la influencia más significativa se apreciaba en las comarcas centrales
barcelonesas: seis de sus siete diputados resultaron elegidos en distritos de la provincia
de Barcelona.
Hacia la construcción de la Solidaritat Catalana
La Solidaritat Catalana fue la primera y la mayor movilización política de signo catalanista
de la historia contemporánea. Fue una reacción ciudadana, amplia y espontánea en un
inicio, contra unas actitudes y unas políticas gubernamentales consideradas anticatalanas.
Por otro lado, esta movilización, que no se puede desvincular del proceso de lucha
por conseguir una representación política realmente democrática frente a las manipulaciones
electorales de los partidos españoles y de los caciques catalanes, sirvió para extender
la causa catalanista al conjunto de Cataluña. No obstante, se trataba de una confluencia
de fuerzas políticas ideológicamente tan distantes que, forzosamente, tenía que ser
pasajera.
Aquella fue la segunda oportunidad política de Francesc Cambó, que supo aprovecharla
hasta que acabó convirtiéndose en el principal portavoz del catalanismo en las Cortes
y ante la opinión pública española. Él mismo se dio cuenta de que era el primer gran
movimiento de masas de la Cataluña contemporánea y a la vez el primer movimiento de
opinión importante que se producía en España después de la crisis de 1898. Nada volverá
a ser igual en la vida política catalana después de 1907, ni en la de Francesc Cambó.
El éxito electoral solidario consagró la mayoría de edad del movimiento y convirtió
al político ampurdanés en un líder reconocido.
Las elecciones municipales del 12 de noviembre de 1905 fueron, en Barcelona, más favorables
a la Lliga Regionalista que las anteriores generales. Se había confeccionado una candidatura
de coalición con el ultraconservador Comité de Defensa Social, y aunque volvieron
a ganar los republicanos, con unos 17.000 votos frente a los 12.000 de la Lliga, la
diferencia en cuanto a concejales elegidos era menor: catorce republicanos frente
a doce catalanistas. Francesc Cambó no quiso repetir mandato como concejal barcelonés
y no figuraba en la candidatura.
Seis días después, el 18 de noviembre, se celebró la cena que pretendía festejar el
éxito electoral, «el banquete de la victoria», que tanto alboroto provocaría después
a causa de un chiste del dibujante Joan Junceda, publicado en el semanario satírico
catalanistaCu-cut!el 23 de noviembre. En efecto, en el dibujo se veía a un militar y a un paisano delante
del local donde se celebraba el banquete y el diálogo era el siguiente: «¿Qué se celebra
aquí que hay tanta gente? / El Banquete de la Victoria. / ¿De la victoria? ¡Ah vaya,
serán paisanos!». La respuesta de un grupo de oficiales de la guarnición de Barcelona
a esta broma tuvo lugar la noche del 25 de noviembre, cuando asaltaron la redacción
delCu-cut!, situada en la Riera del Pi, que quedó totalmente destrozada, la imprenta Galve,
donde se imprimía el semanario satírico, en la calle Avinyó, y finalmente la redacción
deLa Veu de Catalunya, sita en la Rambla de las Flores, cuyos muebles fueron arrojados en medio de la calle
y quemados.
La indignación ciudadana estalló ante la total pasividad gubernamental, puesto que
aquella acción delictiva de los militares de Barcelona no solo quedó sin sanción,
sino que incluso fue elogiada por muchas autoridades civiles y militares, por la prensa
de Madrid y por partidos españoles. Esta impunidad era muestra evidente del resurgimiento
del militarismo en la vida política española, frente al cual se produjo una actuación
vergonzosa de los gobiernos liberales, presididos primero por el viejo Eugenio Montero
Ríos y después por Segismundo Moret. La claudicación del poder civil se materializó
con la elaboración de una ley denominada de Jurisdicciones, según la cual los delitos
de opinión relativos a la patria española y a sus símbolos dependerían de la justicia
militar. Dicha ley, que se aprobaría finalmente el 23 de marzo de 1906 bajo el nombre
de Ley de represión de los delitos contra la Patria y contra el Estado, significaba
que los militares iban a ser los principales jueces de lo que era patriótico y antipatriótico
en España. Se trataba de una ley de interpretación muy ambigua que permitiría que
todo aquello que se considerase una ofensa a España y a sus símbolos dependiese inmediatamente
de la justicia militar. Con ello se consagró la preeminencia de un patrioterismo español
notablemente hostil al catalanismo. La prensa de Madrid informó entonces de que había
sido Alfonso XIII en persona quien había obligado al gobierno Montero Ríos a elaborar
una ley como aquella y que el propio monarca había enviado a los militares de Barcelona
un saludo afectuoso por el que se identificaba con «las legítimas aspiraciones del
Ejército».
En aquellos momentos se publicaron artículos, incluso en la prensa militar, con notorio
carácter anticatalanista. Así, laCorrespondencia Militar, del 19 de noviembre de 1905, amenazaba a los parlamentarios catalanistas con estas
palabras: «Los diputados y senadores catalanistas deben ser inmediatamente eliminados
del Parlamento. Ésta es la aspiración del Ejército, aspiración unánime a cuya realización
están decididas las Instituciones armadas», y poco después la revistaEjército y Armadade Madrid sostenía que «Hay que castellanizar Cataluña. Se debe pensar sólo en español,
hablar en español, conducirse como español, y esto de grado o por la fuerza». El resurgimiento
del militarismo español preocupó sobremanera a muchos gobiernos europeos. El embajador
francés en Madrid, Jules Cambon, expresó a su gobierno la alarma porque «la España
de hoy se parece a la de los tiempos de los “pronunciamientos” y de los golpes militares».
Francesc Cambó fue uno de los primeros políticos que reaccionaron ante los acontecimientos
delCu-cut!Aquella misma noche del 25 de noviembre intentó hablar con el gobernador civil de
Barcelona y con el capitán general, sin lograrlo. Al día siguiente de los incidentes,
tras reunirse con otros dirigentes de la Lliga, se marchó en el expreso de Madrid
con el marqués de Camps, que era senador, para protestar ante las autoridades gubernamentales
y coordinar las intervenciones de los parlamentarios catalanistas. Es harto significativo
que Cambó, sin ser diputado, fuera el hombre de la Lliga encargado de dirigir la política
española del partido y de llevar a cabo gestiones políticas en Madrid con el gobierno
Montero Ríos, con el líder liberal Moret, con el jefe de la oposición conservadora,
Antonio Maura, y que estuviera también presente en los debates que tendrían lugar
en el Congreso y en el Senado.
Ante la gravedad de la situación, y gracias a que el marqués de Camps conocía al jefe
de la oposición, el conservador Antonio Maura, ambos se entrevistaron con él. Fue
el primer encuentro de Cambó con «don Antonio». Tanto él como Camps intentaron convencerlo
de que presentase enmiendas al proyecto de suspensión de garantías a Barcelona, que
estaba preparando el gobierno Montero Ríos. Cambó, además, hizo una importante oferta
política a Maura: la creación de un frente común de catalanistas y conservadores ante
el nuevo militarismo. Maura, aun condenando la acción de los militares de Barcelona,
recomendó prudencia y silencio, y rechazó la propuesta de Cambó. Este último se entrevistó
también con el político liberal Segismundo Moret, que no formaba parte del gobierno
porque discrepaba desde hacía tiempo de la política de Montero Ríos. Le pidió que
interviniera en el Congreso para detener la oleada militarista y que ejerciera de
árbitro o de mediador entre los catalanistas y el gobierno Montero Ríos. Sin embargo,
Moret, pese a censurar en privado la acción de los militares de Barcelona, se negó
a intervenir en el asunto y a hacer declaraciones públicas que mostrasen discrepancias
con el gobierno.
La hostilidad de la prensa madrileña hacia los catalanistas era notable, y no cesaba
de expresar su total apoyo a los militares de Barcelona. Cuando el marqués de Camps
intervino en el Senado el 27 de noviembre para denunciar lo ocurrido con elCu-cut!y exigir al gobierno que sancionase los delitos y mostró un hacha reglamentaria del
cuerpo de ingenieros abandonada en la redacción del semanario catalanista, fue abucheado
por la mayoría de los senadores dinásticos, que no cesaron de lanzar vivas al ejército
y a España. Aquel mismo día, el ministro de Gobernación, Manuel García Prieto, anunció
en el Congreso que el gobierno presentaría inmediatamente un proyecto de ley para
la suspensión de garantías constitucionales en toda España. Los diputados de la Lliga
presentes en el Congreso —Rahola, Girona, Bertran, Albó y Soler— estaban atemorizados
y no se atrevieron a intervenir.
El decreto de suspensión de garantías fue aprobado por el Senado el día 28 de noviembre
y por el Congreso dos días después. Tan solo 6 senadores y 25 diputados votaron en
contra. En el transcurso de los debates en el Congreso sobre dicha suspensión de garantías
en Barcelona, el viejo dirigente republicano Nicolás Salmerón, ex presidente de la
Primera República, pronunció un discurso que lo convertiría en uno de los principales
forjadores de la Solidaritat Catalana. Salmerón, que por aquel entonces era diputado
por Barcelona, defendió las actitudes cívicas de muchos catalanes y denunció con dureza
a los gobiernos españoles por provocar el conflicto existente entre Cataluña y España.
El líder republicano finalizó su discurso del día 29 de noviembre con una sorprendente
propuesta de acuerdo entre los republicanos y los catalanistas:
Catalanistas: ¿os ponéis de acuerdo conmigo para llevar la paz a Cataluña? ¿Queréis
que vayamos del brazo catalanistas y republicanos a Barcelona para decir: nuestras
ideas difieren, nuestras opiniones pueden ir en sentido divergente; pero vamos a exponerlas
y sustentarlas en el santo regazo de la madre común España?
Ante la sorprendente propuesta de Salmerón, los diputados catalanistas Francesc Albó
y Josep Bertran i Musitu no sabían qué hacer y se lo consultaron a Francesc Cambó,
que también estaba presente en el debate. «Hay que aceptar de inmediato», respondió.
Albó subió a la tribuna de oradores y contestó: «Nuestra respuesta es afirmativa ...
El Regionalismo olvida los agravios ante el bien común y pacta una tregua para la
paz social de Cataluña».
El debate prosiguió con la intervención del ministro de la Gobernación, que enfrentándose
directamente a Salmerón con vehemencia le recriminó: «¿Qué significa este abrazo de
paz entre republicanos y catalanistas para garantizar el orden?». La réplica de Salmerón
fue breve y contundente: «No niego que haya monárquicos en Cataluña, pero creo que
para la paz la mejor unión es la de republicanos y catalanistas». Empezaba a construirse
la Solidaritat Catalana. El conservador Antoni Maura, también presente en el debate
del Congreso, lamentó entonces no haber aceptado el ofrecimiento que Francesc Cambó
le había hecho unos días antes.
Como no cesaban las presiones políticas, militares y del propio rey ejercidas sobre
el gobierno para que la encargada de juzgar los delitos contra la patria y el Ejército
fuese una ley militar, Montero Ríos dimitió, y el 1 de diciembre de 1905 Alfonso XIII
nombró nuevo presidente del gobierno a Segismundo Moret, que enseguida se mostró dispuesto
a dar satisfacción a las demandas militares nombrando ministro de la Guerra al general
Luque, que se había adherido a las felicitaciones a los militares de Barcelona.
El 15 de enero de 1906, Moret presentó el anteriormente mencionado polémico proyecto
de ley de Jurisdicciones, que provocaría apasionados debates en el Congreso y en el
Senado hasta su aprobación el 23 de marzo. Sin embargo, la oposición parlamentaria
a la ley, llevada a las Cortes por los diputados catalanistas, carlistas, integristas
y buena parte de los republicanos, encabezados por Salmerón, no se centró, como era
de suponer, en la denuncia política ni en su boicot, sino que intentó reformar los
artículos para que fueran menos severos. Esto era ya indicio de que los contrarios
a la ley, embrión de la futura Solidaritat, se movían dentro de una línea política
que procuraba no romper totalmente las relaciones con los órganos estatales y actuaban
más como grupo de presión parlamentario, a la espera de un compromiso o pacto, que
como enemigos totales del régimen centralista y monárquico. El mismo gesto final de
los parlamentarios contrarios a la ley de retirarse del Congreso después de haber
colaborado en la redacción de sus artículos no era más que un acto para ganar prestigio
ante la opinión catalana, harto sensibilizada durante los debates. Salmerón, en una
de sus últimas intervenciones, reiteró con claridad que la propuesta de acuerdo entre
los republicanos, los catalanistas e incluso los carlistas no era coyuntural, sino
que significaba la constitución del movimiento regenerador de Cataluña y de toda España.
Entretanto, en Cataluña la reacción ante todo lo que sucedía en Madrid consiguió una
cohesión ciudadana. En protesta por lo acontecido en elCu-cut!se había producido la dimisión del alcalde de Barcelona, el naviero liberal Ròmul
Bosch i Alsina, que fue sustituido por el rico propietario Salvador Samà i Torrents,
marqués de Marianao, también liberal, pero ostensiblemente anticatalanista. El día
28 de noviembre se dio a conocer un manifiesto de las corporaciones económicas de
Barcelona que condenaba la actuación de los militares y la inactividad del gobierno
liberal. En este mismo sentido los republicanos federales y la Unió Catalanista publicaron
diferentes artículos y manifiestos, además de editoriales muy duros deLa Veu de Catalunya,El Poble CatalàyLa Publicidad. La discrepancia más importante fue el artículo de Alejandro Lerroux «El alma en
los labios», publicado enLa Publicidadel 9 de diciembre de 1905. Este político apoyaba vehementemente la acción de los militares
asaltantes y afirmaba que si él hubiera sido militar también «hubiera ido a quemarLa Veu,el Cu-Cut!, la Lliga y el Palacio del obispo, por lo menos». Aquel durísimo ataque al catalanismo,
lleno de insultos, inauguraba la etapa más anticatalanista y anticlerical del lerrouxismo
barcelonés.
Por otro lado, desde su constitución, el gobierno Moret había emprendido una acción
represiva contra cualquier tipo de manifestación de carácter catalanista. Aprovechando
la suspensión de garantías constitucionales en la provincia de Barcelona, una sesentena
de publicaciones catalanistas fueron secuestradas o sancionadas, una docena de periodistas
detenidos y la mayoría de ellos procesados.La Veu de Catalunyaestuvo suspendida dos semanas, del 1 al 16 de diciembre, por orden gubernamental,
y su director oficial, Ignasi Coma, fue detenido y encarcelado durante algunos días.
El mismo día de la formación del gobierno Moret, el 1 de diciembre, Francesc Cambó,
que todavía estaba en Madrid, se sintió amenazado y se marchó rápidamente en tren
hacia Francia sin pasar siquiera por Barcelona. Años después, el político liberal
José Canalejas le confirmó que la policía de Madrid iba a detenerlo por «peligroso»
separatista por orden del nuevo gobierno Moret. Cambó se instaló unos días en Toulouse
de Languedoc, donde coincidió con Puig i Cadafalch, que también había huido de Barcelona
por temor a un atentado contra él. Joan Ventosa hizo de enlace entre ellos y la dirección
de la Lliga en Barcelona durante las dos semanas que permanecieron en aquella ciudad.
En susMemorias,Cambó sostiene que en aquellos momentos ya tenía claro que el movimiento fruto del
pacto entre catalanistas y republicanos, la futura Solidaritat Catalana, conduciría
a una gran victoria electoral que transformaría la vida política catalana y española.
Sin duda se trata de un planteamiento elaborado de forma retrospectiva e interesada.
En aquellos momentos, en diciembre de 1905, ni existía la Solidaritat ni se conocía
el alcance que tendría el movimiento, ni era previsible a corto plazo la convocatoria
de unas elecciones.
En enero de 1906, ya de vuelta en Barcelona, Cambó pudo participar en las primeras
instancias organizadoras del movimiento, que se presentaba entonces como claramente
defensivo y con la única pretensión de detener la oleada represiva contra el catalanismo
y oponerse al proyecto de ley de Jurisdicciones y al crecimiento militarista. Se constituyó
así el Comité Ejecutivo de la Solidaritat Catalana, integrado por Josep M. Roca i
Roca, conocido periodista republicano director de los populares semanariosL’Esquella de la TorratxayLa Campana de Gràcia; por el político tradicionalista Miquel Junyent; por el médico Domènec Martí i Julià,
entonces presidente de la Unió Catalanista; por el abogado Amadeu Hurtado, antiguo
republicano federal y ahora cercano a los catalanistas de izquierdas; y por el propio
Francesc Cambó en representación de la Lliga Regionalista.
El hecho de que, desde un principio, se eligiese la palabrasolidaridadtiene un cierto interés. A aquella movilización ciudadana no se le quiso dar el calificativo
de alianza ni de coalición porque eso la restringía a los partidos políticos. Tampoco
se emplearon las palabrasuniónofraternidadpor las posibles connotaciones republicanas. El concepto de solidaridad se utilizaba
entonces principalmente en el socialismo francés como sinónimo de cohesión social.
Así pues, se hablaba sobre todo de solidaridad entre clases, que otorgaba a esta noción
una connotación más social e incluso moral que política. El movimiento quería representar
la acción común, la solidaridad de todos los catalanes, por encima de las diferencias
políticas, sociales y religiosas. En realidad, el objetivo era demostrar que aquel
movimiento era una reacción de toda la ciudadanía que consideraba que la ley de Jurisdicciones
y la política del gobierno Moret era una agresión contra todo el país. La Solidaritat
nació, pues, como un llamamiento ciudadano, más allá de los partidos, a participar
en una causa civil y democrática. La nueva ley era una amenaza a las libertades de
expresión y de manifestación y reducía al mínimo las garantías de defensa de los derechos
individuales fundamentales que ahora serían interpretados por consejos de guerra.
La mayoría de las fuerzas políticas catalanas, desde los carlistas hasta gran parte
de los republicanos, además de la Lliga Regionalista, el Centro Nacionalista Republicano
y la vieja Unió Catalanista, pronto quedaron integradas en la Solidaritat. Los dos
partidos monárquicos españoles —el conservador y el liberal— y los republicanos dirigidos
por Alejandro Lerroux quedaron al margen y en gran medida en contra. Una parte significativa
del obrerismo catalán se opuso y poco después empezó a construir, como alternativa,
una confluencia sindicalista, a su vez notablemente antilerrouxista, que en mayo de
1907 adoptó el nombre de Solidaritat Obrera.
Por toda Cataluña se fueron formando comités y comisiones «pro Solidaritat Catalana»,
circunstancia que permitió que el movimiento se extendiera desde las grandes ciudades
hasta los pueblos más pequeños. En pocos meses la Solidaritat había llegado a todo
el país. Progresivamente fue arraigando en Cataluña un nuevo ambiente político, de
modo que muchas rivalidades políticas antiguas desaparecieron. El propio Cambó explica
el caso de las dos peñas del café El Continental, la de la gente de la Lliga, de la
que él mismo formaba parte, y la de los republicanos deLa Publicidad, dirigida por el diputado Emili Junoy. En pocos meses pasaron de la antipatía y el
desprecio a una amistad y colaboración destacada. Un año después, Junoy y Cambó integrarían
la misma candidatura solidaria por Barcelona.
El primer acto público solidario no se pudo llevar a cabo en la provincia de Barcelona,
afectada por la suspensión de garantías, y se celebró un mitin en la plaza de toros
de Gerona el 11 de febrero de 1906. No obstante, al poco de empezar fue interrumpido
por una gran tormenta y tuvo que continuar en el teatro principal, pese a la oposición
del alcalde de la ciudad, el dinástico Frederic Bassols. El primer manifiesto de la
Solidaritat, publicado el 23 de marzo, expresaba de forma clara el carácter del movimiento:
«Somos ante todo catalanes dispuestos a sacrificarnos por la patria, la libertad y
el progreso. Unámonos todos para luchar con denuedo contra el centralismo y contra
el caciquismo».
El 20 de mayo de 1906 tuvo lugar en Barcelona la primera gran manifestación unitaria
de los solidarios: fue la Fiesta del Homenaje a los 31 parlamentarios españoles que
se habían opuesto a la ley de Jurisdicciones. Una multitud concentrada en la Diagonal,
entre las calles Muntaner y Paseo de Gracia, marchó hasta el parque de la Ciutadella.
El desfile duró ocho horas y se calcula que participaron más de 150.000 personas en
una ciudad que entonces tenía 550.000 habitantes. Además, el acto contó con la adhesión
de 1.300 entidades, desde orfeones hasta ateneos, centros excursionistas y sociedades
de todo tipo, que desfilaron con sus banderas y estandartes. Predominaron las banderas
republicanas y las señeras. El cónsul francés en Barcelona, Bellisen-Bénac, quedó
admirado por aquel «espectáculo inesperado de una manifestación grandiosa que transcurrió
en el orden más completo y en calma, y por el silencio de la gran masa que había acudido
para participar en las Fiestas del Homenaje de la Solidaritat Catalana». Por su parte,
Antonio Rovira i Virgili, entonces un joven periodista que presenció la manifestación,
dijo que aquel era «el acto cívico más grande nunca visto en Cataluña».
La transversalidad de aquella revuelta cívica era señal de que las cosas estaban cambiando
en Cataluña. Dos días después de aquella gran manifestación, el Ayuntamiento de Barcelona
celebraba un acto solemne para incorporar a su Galería de Catalanes Ilustres cinco
cuadros que reflejaban que también en el seno de aquella corporación había arraigado
el espíritu solidario. Se trataba de las imágenes de los dos ex presidentes republicanos,
Estanislao Figueras y Francesc Pi i Margall, del catalanista doctor Bartomeu Robert,
del escritor Jacint Verdaguer y del industrial Josep Ferrer-Vidal. El consistorio
había decidido, prácticamente por unanimidad, hacer una ceremonia e incluso había
invitado a los políticos solidarios más destacados para presidir el acto.
El líder conservador Antonio Maura, entonces en la oposición, fue uno de los políticos
españoles que se percataron de la relevancia de lo que estaba ocurriendo en Cataluña.
En un informe confidencial de junio de 1906 dirigido al rey Alfonso XIII, el político
mallorquín advertía al monarca del peligro que entrañaba un posible éxito electoral
del movimiento solidario catalán. Según Maura, no era conveniente convocar elecciones
de manera inmediata, puesto que eso agravaría la situación en Cataluña y podría consolidar
la Solidaritat, un movimiento que calificaba de «mezcla de los más contrapuestos partidos».
Para Maura, lo peor no serían los resultados electorales, que serían favorables a
los solidarios, sino «el obstáculo enorme que la dislocación de las derechas y las
izquierdas suscita allí para implantar reformas adecuadas y remediar el disturbio
en sus orígenes». Según el líder conservador, la Solidaritat Catalana podía convertirse
en «un obstáculo político grave» para cualquier gobierno español.