¡Aloja! (del verbo alojar)
Para conocer a la gente hay que ir a su casa.
Cuando de pequeños jugábamos al pillapilla había un lugar que llamábamos «casa», donde no podían atraparnos. Aquel refugio era un espacio donde los jugadores estaban a salvo de ser apresados y podía ser una farola, un banco o un bordillo. En realidad, daba igual la ubicación elegida. Lo importante era entender que en aquella zona estábamos protegidos. Durante la infancia ya definíamos espacios indeterminados y les asignábamos cualidades que no tenían, transformando su alcance. Casa es un ejemplo perfecto de término que ha trascendido más allá de su propio significado.
Nuestras primeras experiencias arquitectónicas han tenido lugar en casa, seguramente sin que nos diéramos cuenta. Interiorizamos lo que pasaba a nuestro alrededor, y solo al compararlo con otras situaciones descubríamos la existencia de un contraste que no éramos capaces de explicar. Fue ahí donde comenzamos a plantearnos que quizás se podía habitar de diferentes maneras. «Papá, ¿por qué Martín y su familia se bañan en una piscina para ellos solos?» o «Pues Jesús tiene un dormitorio para él y no tiene que compartirlo con su hermano pequeño».
La vivienda ha sido uno de los campos más explorados por los arquitectos. Y por los no arquitectos, ya que nuestra subsistencia dependía de ella. Puede que el primer ser humano que apiló rocas no tuviera un máster en estructuras, pero sí una urgente necesidad de cobijo para resguardarse del sol, la lluvia y los depredadores. Analizar la evolución de la casa a lo largo del tiempo nos aporta mucha información de cada época histórica. No solo por las mejoras técnicas, constructivas y materiales, sino también por la disposición de las piezas o la incorporación de ciertos elementos que reflejan los cambios sociales y económicos de cada momento. Saber cuándo apareció la ventana de vidrio, con qué intención se creó el pasillo y las consecuencias que tuvo separar la cocina del resto de la vivienda es una forma de conocernos mejor. Incluso saber cómo ha evolucionado la sala de estar, pasando de tener una chimenea en el centro como sistema que calefacta toda la vivienda a sustituirla por una televisión conectada a internet para que devoremos una serie detrás de otra, nos habla de quiénes somos como especie.
Todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público.
Enrique Tierno Galván (1918-1986),
político e intelectual español
La arquitectura nos rodea en cada uno de los lugares de nuestro día a día. Desde que salimos de la cama y entramos al baño medio dormidos hasta que regresamos a casa de trabajar después de haber aparcado el coche. La posición de las habitaciones, la ubicación de las puertas y los recorridos que hacemos en el interior de la vivienda son arquitectura. Pero también el ancho de las aceras, la existencia de bancos públicos para sentarse en la calle y la decisión de plantar árboles para que proyecten sombra cuando el calor aprieta. Todo es arquitectura. Desde las torres que dibujan el skyline de la ciudad hasta los comercios que ocupan las plantas bajas de los edificios residenciales. Cada decisión tomada en cualquiera de las escalas, ya sea a nivel doméstico o urbano, tiene una serie de implicaciones directas en nuestro devenir como individuos. Nos movemos por ella desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y, como decía Alejandro de la Sota, «la importancia de la arquitectura no es otra que la del ambiente que crea. Un ambiente es conformador de conductas».
A pesar de tener presencia continua en nuestras rutinas, es una de las disciplinas artísticas menos apreciadas. Si paramos al azar a alguien por la calle y le enseñamos diez de los cuadros más famosos de la historia, reconocerá muchos de ellos. Y pasará lo mismo con las películas, aunque no las haya visto. Pero identificar algunos de los iconos del movimiento moderno como la Villa Savoye, la Casa Farnsworth o la Casa de la Cascada es una tarea más complicada si no eres arquitecto o tu pareja no ha estudiado arquitectura. Porque hay que decirlo: las parejas de quienes nos dedicamos a esto se merecen un altar por aguantar cada una de las turras que les damos, especialmente cuando salimos de viaje.
Quizás la masa popular no sepa diferenciar una obra de Erich Mendelsohn de una de Oscar Niemeyer, ni distinguir un interior de Luis Barragán gracias al uso de la luz y el color. Pero sí son capaces de reconocer el apartamento de Monica Geller y Rachel Green en Friends o la sala de estar de Los Simpson. En muchas películas y series de televisión, la arquitectura es otro protagonista más que esboza la manera de ser de sus personajes, sus miedos e inseguridades. Y estos lugares nos permiten debatir cómo se configura una sociedad desde sus espacios más íntimos.
La arquitectura es una música de piedras y la música, una arquitectura de sonidos.
Ludwig van Beethoven (1770-1827),
compositor y director de orquesta
Igual nunca te habías parado a pensar que la arquitectura también es sonido. No deja de ser curioso que de las siete artes sea la menos conocida cuando es en la que más sentidos usamos para disfrutarla en su totalidad. En serio, participan todos a excepción del gusto (a no ser que te dé por acercarte a chupar un ladrillo).
En la pintura, la vista es fundamental, y ante muchas esculturas tenemos que movernos para comprender la pieza en su totalidad. Pero la arquitectura es mucho más. No vale con mirar renders o fotografías finales de la obra, porque la arquitectura necesita ser recorrida. Y digo más: la arquitectura necesita ser vivida. No vas a entender un proyecto por completo si lo visitas durante media hora, haces cinco fotos y sales de allí corriendo como si estuvieras visitando un museo. Las mejores edificaciones están pensadas para que nos quedemos el tiempo suficiente como para descubrir todos y cada uno de sus pequeños matices.
Porque los espacios cambian a lo largo del día, dependiendo de la luz que baña sus superficies. También porque hay materiales que piden que te acerques y pases la mano por ellos, para que notes sus diferentes texturas y oquedades. Otros provocan olores simplemente con estar allí colocados, modificando nuestra percepción del ambiente, y tampoco es lo mismo caminar por un suelo de madera que cruje al andar que hacerlo por uno de mármol mientras escuchas cómo el peso de tu cuerpo genera un sonido en el pavimento que se repite en forma de eco. Para comprender la arquitectura hay que habitarla. Es necesario quedarse dentro leyendo, escuchando música o manteniendo una conversación. Dejar que pase el tiempo sin prisa. La buena arquitectura ha sido pensada para que la hagamos nuestra, con todas sus consecuencias.
Edificar es, esencialmente, construir un edificio. Esta tarea consta de muchas labores complejas, procesos y agentes que intervienen en ella para lograr un fin: crear un lugar donde podamos desarrollar ciertas actividades. En ocasiones, si el arquitecto es virtuoso, dicho espacio nos generará sensaciones con las que no contábamos o albergará usos que ni siquiera habíamos imaginado en un primer instante. Hay emplazamientos en los que, no sabemos si por la luz, el paisaje, los materiales empleados o la unión de todo en un mismo ambiente, nos sentimos tan a gusto como en casa, a pesar de visitarlos por primera vez. Son un cúmulo de decisiones que escapan a nuestra comprensión, capaces de lograr que nos emocionemos.
Como en casa. Me gustaría que nos quedáramos con esta expresión. «Sentirse como en casa» es un modismo que todos entendemos, aunque sea figurado. Nuestra vivienda representa un lugar en donde nos encontramos cómodos y seguros, protegidos de cualquier inconveniente. Como cuando éramos niños y era nuestro refugio. Tu casa puede ser muy diferente de la mía en cuanto a composición, forma o estructura, y sin embargo nos producirá sentimientos bastante parecidos.
No me interesa comprar su casa. Pero quisiera utilizar su baño, ojear sus revistas, reordenar sus figuras y manosear su comida de forma antihigiénica. ¡Ja! Ahora saben lo que se siente.
Apu Nahasapeemapetilon,
personaje de Los Simpson
La casa tal y como la conocemos tiene menos de un siglo de vida, debido a piezas como la cocina o el cuarto de baño, que son las que más han variado en los últimos tiempos. Nuestras residencias nos han servido de cobijo desde hace miles de años, pero han evolucionado con nosotros. Cada cambio histórico, social y económico ha tenido su repercusión en la arquitectura de nuestras ciudades, formadas por muchas capas que influyeron en su diseño y lo modificaron, desde las redes de abastecimiento de agua y saneamiento hasta la aparición de la electricidad. O por ejemplo la llegada de internet a nuestros hogares, que está fomentando la hiperconexión de muchos de los dispositivos domésticos. La domótica nos permite ajustar la intensidad de las luces de nuestro salón desde el teléfono móvil o encender la calefacción media hora antes de que lleguemos a casa, para que nos la encontremos caliente. Quizás dentro de poco podamos tuitear desde el microondas o subir fotos a Instagram poniendo morritos directamente desde una cámara incorporada en el espejo del baño.
Por eso, a pesar de que edificar sea un proceso lento y de que los objetos construidos perduren en el tiempo, es imposible entender esta disciplina sin una constante evolución en cada uno de los componentes que la forman. Todos estos cambios nos dan una idea no solo del punto en el que nos encontramos, sino de la capacidad que tiene la arquitectura para mutar en el futuro.
La incorporación de la tecnología wifi también está teniendo un efecto secundario en la manera de habitar los espacios domésticos. Los teléfonos móviles y los ordenadores personales están alterando la forma en la que consumimos el ocio dentro de casa. Si antes una familia se reunía alrededor de la televisión y tenía que ponerse de acuerdo en qué ver, ahora esa costumbre se está rompiendo gracias a la multiplicidad de dispositivos electrónicos individuales. ¿Existirá alguna consecuencia en el diseño de las piezas de nuestras casas? ¿Dejará de dominar el salón la jerarquía espacial en la configuración doméstica y ganarán peso los dormitorios como estancias capaces de incorporar estas actividades? ¿O será un cambio insignificante que acabará desapareciendo antes de que se desfragmente más la vivienda?
Si has llegado aquí buscando respuestas, tengo una mala noticia para ti: no las vas a encontrar. Es más, lo que seguramente descubras es que cada capítulo contiene más preguntas todavía. Dudar de todo es una costumbre muy impertinente que ya puso en práctica Descartes y le sirvió para obtener un nuevo punto de partida. Cogito ergo sum. Es decir, «pienso, luego existo». Si después de leer el libro te replanteas si de verdad es mejor cerrar la terraza para que gane superficie la sala de estar, si la altura del lavabo es la correcta o si un pasillo es una pieza desaprovechada como quizás habrás oído, me sentiré más que satisfecho. Porque esa es precisamente mi intención: que no pares de hacerte preguntas.
Tal vez vivas en uno de esos bloques anodinos de pisos que pueblan la geografía de nuestro país y que en algún momento alguien decidió construir, no con la intención de que tú estuvieras a gusto, sino para llenarse los bolsillos. O puede que lo hagas en un chalet adosado de esos que responden a una operación copia/pega en la que ni promotor ni diseñador se estrujaron demasiado la cabeza. Este libro trata de ofrecer otro punto de vista, para que descubras (si no lo has hecho ya) que existen proyectos maravillosos y soluciones arquitectónicas que pueden dejarte con la boca abierta.
Antes de que sigas leyendo, me gustaría que reflexionases sobre lo siguiente. ¿Cómo definirías tu casa? ¿Crees que es una proyección de lo que eres o más bien de lo que te gustaría ser? Y, sea cual sea la respuesta, ¿piensas que lo hace por sí sola o más bien por los enseres que guardas o muestras a los demás? ¿Te has planteado alguna vez qué quitarías de la vivienda porque consideras que no funciona? ¿Y qué añadirías?
Hablar de la casa como espacio doméstico es una manera de estudiar otros factores de la disciplina que son extrapolables a distintas situaciones. En ocasiones mencionaré ejemplos de edificios no residenciales que, con un poco de imaginación, podrían funcionar en tu propia casa. Y viceversa, porque eso es lo bonito de la arquitectura: hay referencias que se adaptan perfectamente a otros usos y situaciones. En caso de que seas compañero de profesión, conocerás muchos otros ejemplos de buenos proyectos y quizás eches en falta alguno de ellos. Pero a lo mejor te sorprendo y consigo enseñarte otro que no conocías, así que una cosa por la otra.
Me conformaría con que tuvieras en mente un único concepto mientras lees. Uno nada más, ya ves que no pido demasiado. No hace falta que lo apuntes en tu cuaderno, con que lo recuerdes es suficiente. Tanto los dormitorios, como los patios, las piscinas o las escaleras son elementos prescindibles en una casa. Pueden estar y mejorar su configuración o no aparecer y que esta siga funcionando. Pero hay un componente muy importante que hace que todo lo anterior cobre sentido: las personas. La arquitectura está pensada para nosotros, para contribuir a nuestro confort. Somos la pieza central del engranaje. Que las ventanas se fabriquen más grandes para introducir el paisaje en el interior y lograr espacios más luminosos solo tiene un objetivo: que lo disfrutemos quienes vamos a vivir allí dentro.
Cada una de las referencias que incluyo podrían alucinarte y hacer que te explote la cabeza o, por el contrario, no gustarte lo más mínimo. De eso se trata; date cuenta de que cada vivienda aquí descrita ha sido proyectada para un cliente en concreto con unas necesidades muy particulares. Sus gustos no tienen por qué coincidir con los nuestros, así que no caigamos en el error de evaluar su calidad arquitectónica en función de si nosotros viviríamos allí o no. La gran mayoría de ellos son ejemplos extremos que cambian por completo la percepción que tenemos de habitar y que conseguirán demostrarnos que no todo se ha inventado ya.
Y nada más. Si estás de acuerdo con esto que te cuento, adelante. Tu casa es mi casa.